¿Qué tienen en común el príncipe de la Cenicienta, Lois Lane y un 3% de la población? La prosopagnosia. Hay que tener mucha dificultad para discernir las caras si para reconocer a una mujer con la que te pasaste la noche bailando necesitas probarle un zapato. O para que unas simples gafas le sirvan a tu pareja y compañero de trabajo como disfraz. Esto es ficción y lógicamente es una forma cómica de verlo. Pero la prosopagnosia es una afección real que, según un estudio publicado recientemente en Cortex, ha tenido hasta ahora una incidencia infraestimada. Se calculaba que la padece aproximadamente el 2% de la población. Sin embargo, según ellos, la cifra sería de un 3% o, según cómo se mida, incluso de un 5%.

La prosopagnosia, también conocida como ceguera facial, consiste en una dificultad más o menos grande para reconocer caras familiares. Las personas más afectadas pueden incluso ser incapaces de reconocerse a sí mismos en un espejo. Y, en el otro lado, hay algunos casos extremos en los que les ocurre lo contrario. Creen encontrar algo conocido en personas a las que en realidad no han visto nunca.

Puede darse después de un daño cerebral, en cuyo caso es más fácil diagnosticarla. Sin embargo, también existen casos en los que se tienen desde el nacimiento. Estos son los más difíciles de diagnosticar, ya que para estas personas, aun siendo muy incómodo no reconocer las caras, puede parecer algo normal, de modo que no llegan a someterse a un diagnóstico nunca. Esto es lo que ha llevado a los autores de este nuevo estudio a buscar otro enfoque.

¿Qué le ocurre a las personas con prosopagnosia?

Las personas con prosopagnosia suelen tener afectada una región cerebral conocida como giro fusiforme. Si está intacta, se pueden reconocer los rostros por un procedimiento diferente al que se emplea para discernir objetos inanimados. No obstante, si está afectada, las caras se reconocen como si fuesen objetos, por lo que no se presta tanta atención a los rasgos y el reconocimiento puede ser más complicado.

Cabe destacar que otras funciones cognitivas no están afectadas, de ahí que a veces, si el caso es leve, sea complicado diagnosticarlo. Pero este es importante por dos razones, a pesar de no haber un tratamiento. La primera es que estas personas comprendan lo que les ocurre. Esto, a nivel psicológico, puede ser esclarecedor y beneficioso. Y, la segunda, que, aun sin tratamiento, se pueden entrenar con trucos para facilitar ese reconocimiento.

prosopagnosia
Unsplash

¿Cómo han descubierto el infradiagnóstico?

Los autores de este nuevo estudio sobre prosopagnosia entregaron unas encuestas sobre reconocimiento facial a 3.100 personas estadounidenses. Se utilizaron diferentes métodos de puntuación que permitían diferenciar a alguien con prosopagnosia de una persona que simplemente es un poco menos hábil para reconocer caras. Ahora bien, según dónde se pusiese el baremo, la incidencia podía ir de un 0,13% a un 5,42%. Los estándares usados normalmente son tan estrictos que, con la encuesta realizada en el estudio, la cifra habría sido de un 1%.

No obstante, también vieron algo curioso. Y es que personas que normalmente no son diagnosticadas con prosopagnosia obtenían puntuaciones peores que las que sí cuentan con el diagnóstico. Por este motivo, concluyeron que debe existir un espectro, como para el autismo, que refleja diferentes niveles de ceguera facial.

Por eso, creen que habría que hacer distinciones entre prosopagnosia mayor y prosopagnosia leve. Encontraron a 31 personas en el primer caso y 72 en el segundo, por lo que la cifra subiría hasta el 3%.

Si se cambian los criterios de diagnóstico para hacer esta clasificación, muchas personas podrían comprender lo que les ocurre. Cabe destacar que muchos hemos dicho alguna vez eso de “yo es que soy muy malo diferenciando caras”. Eso no significa que tengamos prosopagnosia. Es algo más complejo. Pero sí que puede que alguna de las personas que lo dice lo tenga. La suerte es que es más molesto que grave, por lo que no hay mucho de lo que preocuparse.