La profesión de veterinario es quizás una de las más vocacionales que existen. También es una de las más repetidas si preguntamos a un grupo de niños qué quieren ser de mayores. Sin embargo, una vez que ejercen la profesión, aunque la vocación sigue ahí y continúan siendo amantes de los animales, muchos veterinarios se sienten cansados, desesperanzados o ansiosos. Es una de las profesiones con más casos de burnout y, de hecho, de las que tienen una mayor tasa de suicidios.

Según un estudio publicado en 2019, las tasas de suicidio entre 2003 y 2014 de hombres veterinarios fue 1,6 veces mayores que la de la población general. Y 2,4 veces más altas cuando se trataba de mujeres. En cuanto a los técnicos, se suicidaron 5 veces más y 2,3 veces más si eran mujeres. 

Todo esto se debe a varios motivos, que van desde los sueldos bajos hasta la cantidad excesiva de horas extra, pasando por los encontronazos con los tutores de los animales, que en muchas ocasiones esperan que determinados servicios no se cobren, o que los resultados al llevar a su mascota al veterinario sean inmediatos.

Además, en esta profesión la vocación es un arma de doble filo, porque a menudo se usa como pretexto para que trabajen a unos precios irrisorios para el coste real que supone su labor. En Hipertextual hemos hablado con cuatro veterinarias, que nos han dado su visión sobre todo esto. Y está claro que hay muchas cosas que cambiar. Porque si no, como ya llevan avisando mucho tiempo estos profesionales, cada vez habrá menos veterinarios.

Sueldos insuficientes

Sonia (nombre ficticio) sabe lo que es ser veterinaria desde el puesto de empresaria y de empleada. Durante un tiempo fue propietaria de una clínica, junto a una socia, pero actualmente trabaja por cuenta ajena en la sierra de Madrid.

Nos cuenta que es mileurista y ni siquiera tiene todo puesto en A en la nómina. “Esto es práctica frecuente”, añade. “Horas extras que no te pagan, gasolina de visitas a domicilio que tampoco… Desde hace algunos años (no muchos) tenemos convenio regulador, pero se incumple en muchos sitios”.

De hecho, esto es algo que también nos cuenta Lucía, quien hizo el paso contrario. Pasó de trabajar por cuenta ajena a abrir su propia clínica para intentar mejorar económicamente. Explica que actualmente gana algo más, pero que en general no es un trabajo bien pagado. Y al igual que Sonia, sabe que a veces no se cumple el convenio.  “No pasará en todos los casos, pero sí conozco muchos compañeros veterinarios que están cobrando mucho menos que el convenio establecido para nosotros”.

Carla (nombre ficticio) también tiene su propia clínica y sostiene que el trabajo no está bien remunerado, ni como propietaria ni como empleada. En cuanto a Julia, sí que reconoce que en la clínica en la que trabaja como empleada les pagan bastante por encima del convenio. Sin embargo, no le parece un trabajo bien remunerado en general, sobre todo teniendo en cuenta la presión a la que están sometidos.

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Pexels

Veterinario 24 horas: trabajo hasta la extenuación

Al igual que los sanitarios que atienden a humanos, los veterinarios disponen de servicios de urgencias. Es lógico, pues un animal puede enfermar en cualquier momento. Sin embargo, esto muchas veces lleva a trabajos hasta la extenuación, que no solo no están bien remunerados. También terminan pasándoles factura psicológica.

Julia, por ejemplo, trabaja 40 horas semanales y tiene guardias localizadas una semana de cada tres. “Puede ser que no te toque atender nada o que te toque acudir tres noches seguidas”. Esto último supondría tres días seguidos sin dormir adecuadamente, con todo lo que eso supone a nivel físico y mental.

Algo parecido nos cuenta Carla. Su situación en este aspecto ha mejorado. No obstante, las guardias siguen siendo una carga pesada, aunque más distanciada en el tiempo. “Hubo un momento que hacía guardias los 365 días del año”, recuerda.  “Actualmente, nos juntamos un grupo de clínicas para hacer turnos y me toca cada 3 meses hacer las urgencias de 4 clínicas”. 

En el caso de Sonia, el tema de las guardias está más difuso, pero supone un gran problema, ya que no tiene guardias estimuladas como tal. No obstante, debe estar “disponible siempre que hace falta”. De nuevo se trata de una gran carga de trabajo como empleada, que también percibe Lucía como propietaria. Y es que, como nos cuenta ella, intenta estar disponible siempre que puede, puesto que “le cuesta mucho desconectar”. 

Esa vocación del veterinario les lleva a trabajar muchísimas horas. Incluso a verse en la necesidad de hacerlo. Y eso, al final, tiene consecuencias.

Muchas consecuencias psicológicas

Las cuatro veterinarias entrevistadas para este artículo nos han reconocido tener problemas psicológicos a raíz de su profesión. 

Carla, por ejemplo, está actualmente tanto en tratamiento psicológico como psiquiátrico. Julia también lleva seis años acudiendo a temporadas al psicólogo para manejar su ansiedad y ha llegado a tener depresión. Lucía nos cuenta que su ansiedad es muy frecuente, y que no consigue desconectar del trabajo cuando se le presenta un caso complicado. En cuanto a Sonia, conoce a muchos compañeros con depresión. Ella no ha llegado a tomar nada contra la ansiedad, pero sí que la padece a menudo, por lo que intenta buscar maneras de desconectar, dedicando tiempo para ella. Todas ellas sienten una presión brutal en la que, a menudo, los tutores de sus pacientes tienen mucho que ver.

En general, todas ellas padecen lo que se conoce como burnout. Es decir, el estrés laboral les lleva a un nivel de agotamiento físico, mental y emocional que puede incluso acabar provocando, primero, pérdida de interés en sus tareas y, en algunos casos, después depresión.

Ataque de ansiedad en Google

Veterinario vs. tutor, una relación complicada

Los veterinarios aman a los animales, eso por descontado. Pero no deja de ser una profesión que debe ser remunerada. Muchos de los tutores (así se llama a los propietarios de los animales) de sus pacientes lo comprenden. Sin embargo, otros se lo ponen muy difícil. Para Carla, por ejemplo, es una de las causas principales del burnout que padece. 

Señala que los encontronazos suelen ser por precios que no están dispuestos a asumir, exigencias a la hora de la disponibilidad o protestas por tener que pagar urgencias en horario no laboral. Y todo esto le ha generado un gran cansancio.

“Yo estoy muy cansada a nivel psíquico. Cansada de discusiones constantes por tutores irresponsables que pretenden que nosotros nos hagamos cargo, amparándose en la tan manida vocación, y pensando que somos ONGs y no un negocio que cuesta mucho sacar adelante. También de que me preocupen más los animales que a algunos tutores y tener que convencer para poner tratamientos que son necesarios. De discutir el porqué nosotros tenemos unos precios si en internet esos mismos productos están más baratos. Esto es porque se olvidan de nuestro IVA y que nosotros trabajamos con canales oficiales con unos precios fijados. Cansada de que todo el mundo piense que sabe mucho de medicina veterinaria por haber consultado en Google y que prime más la opinión de la vecina en el parque que del profesional cualificado.”

Carla, veterinaria

Además, añade el problema de que muchas personas publiquen reseñas malintencionadas en internet que pueden llegar a hundir negocios. 

La percepción de Julia va exactamente en la misma línea. “Los encontronazos son tanto por el precio de la consulta, como porque quieren que no cobres consulta si haces pruebas, o que lo mires en tienda un segundito, que no te cuesta nada”, explica. “También hay conflicto por el precio o necesidad de las pruebas e incluso de los tratamientos”. Esto se debe a que los tutores buscan diagnósticos rápidos, sin hacer pruebas. 

El tema económico, el principal problema

Sonia nos cuenta que se suele llevar bien con los tutores, pero que el tema económico sí que genera tensiones a veces. De hecho, nos cuenta lo mismo que Julia. “Existe esa limitación que no te permite muchas veces hacer todas las pruebas que necesitas para llegar a un diagnóstico, porque la gente quiere soluciones rápidas, para antesdeayer si puede ser”. Por todo esto, cuenta que a veces se siente sin libertad para hacer todas las pruebas que serían necesarias. 

Finalmente, Lucía se lleva bien en general con los tutores. No obstante, reconoce los mismos problemas que sus compañeras de profesión. “Hay mucha gente que no valora el trabajo del veterinario y piensa que debemos estar disponibles siempre y gratis si de verdad nos gustan los animales”, relata. “Los veterinarios amamos a los animales, pero esta es nuestra profesión y tenemos derecho a que sea remunerada como cualquier otra”.

Además, recuerda que invierten mucho dinero en formarse y que montar una clínica con todo el equipamiento necesario no es barato. 

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Ayla Verschueren (Unsplash)

El motivo por el que nos quedamos sin veterinarios

Para finalizar, hemos preguntado a las cuatro veterinarias si volverían a dedicarse a lo mismo si pudieran volver atrás. La mayoría coinciden en que no, aunque sea algo doloroso.

Carla, por ejemplo, señala que estudiaría otra cosa, pero que le entristece pensar así, porque le apasiona su profesión. También Julia nos cuenta algo similar. “Cambiaría sin dudarlo, no sé qué rumbo tomaría, pero veterinaria casi seguro que no”, reconoce. “Veterinaria en clínica de pequeños animales desde luego que no”.

Su respuesta es parecida a la de Sonia, quien también cambiaría el rumbo. “En mi caso, desde que tengo uso de razón, quería ser veterinaria”, recuerda. “Creo que sí la volvería a elegir, pero enfocándolo de otra manera. Quizá clínica de pequeños animales no haría. Haría otra cosa o de otra manera. Con animales, por supuesto, en contacto directo. Mi trabajo de ahora, así, no”.

Finalmente, Lucía es algo más optimista, pero entiende a todas las personas que cambiarían de profesión. 

“Siempre he querido ser veterinaria clínica. Desde pequeña lo tenía claro y la verdad es que no me imagino haciendo otra cosa, pero comprendo perfectamente a todos los compañeros que sí dejan de lado la clínica y se van a otras ramas de la profesión. El desgaste emocional es muy grande y pasa factura”.

Lucía, veterinaria

En definitiva, la profesión de veterinario es vocacional, sí. Pero la vocación no da de comer ni paga facturas. Tampoco lo hace el amor a los animales. Del mismo modo que, al tener un hijo, asumimos que invertiremos mucho dinero en él, también debemos hacerlo cuando adoptamos una mascota. Merecen el mejor de los cuidados y las personas que los cuidan merecen poder vivir dignamente. Así, podrán seguir amando a nuestros animales y velando por ellos. 

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