Ellie tiene un arma. Puede parecer un detalle irrelevante en un mundo en escombros. Pero, en el cuarto capítulo de The Last of Us, es un reflejo de la realidad a la que se debe enfrentar y las formas que cobra el miedo. La niña se mira al espejo y ya no parece tan joven. Con la naturalidad del superviviente, apunta a su reflejo. No piensa en matar o morir, no todavía.

Sin embargo, que suponga como necesario el tener que defenderse es un matiz pequeño y doloroso en la realidad que vive. The Last of Us, que en esta ocasión se enfoca en el primer trecho del recorrido de los personajes hacia el oeste, también hace algo más. Analiza el paisaje desolado que dejó atrás la caída de la civilización. 

Hasta ahora, Joel y la pequeña se han enfrentado a los últimos indicios del mundo que sucumbió a la infección provocada por el hongo Cordyceps. El argumento también recorrió las historias de algunos supervivientes y sus heridas. Desde el humano pasado tras cada espeluznante Clicker (chasqueador), hasta la historia amor apocalíptica de Bill y Frank.

El nuevo episodio, sin embargo, abandona los límites de los restos de ciudades y poblados para ir, por un tiempo, más allá.

The Last of Us es el estreno del año y solo puedes verla en HBO Max

Siguiendo la huella del mundo muerto en The Last of Us

La decisión argumental de Craig Mazin permite que la tragedia quede atrás en The Last of Us. O, al menos, que pase a formar parte del paisaje, el cual recuerda la fugacidad de la vida y el poder de lo salvaje.

Las ruinas oxidadas, abatidas por dos décadas de olvido, se utilizan como símbolos de un estrato del pasado que en ese momento resulta inimaginable. Pese a ello, se trata de una vasta extensión de campos hermosos, valles llenos de flora enredada y hostil y de árboles enormes e interminables. 

The Last of Us, de HBO Max

La niña, que jamás abandonó las zonas de cuarentena hasta su huida, contempla todo eso desde el asombro. Es esa inocencia de lo recién descubierto es la que permite que The Last of Us recuerde a lo mejor del material de Naugthy Dog.

¿Quiénes son la generación nacida de la tragedia? ¿La que jamás escuchó un avión volar o bebió una taza de café en las mañanas? El guion de Craig Mazin recuerda que la pérdida de todo lo conocido es mucho más que los edificios bombardeados o los pueblos vacíos. También se trata de las carreteras agrietadas, con una maleza que se eleva a través de lo concreto.

Una historia que comienza con una vieja melodía

En la clásica camioneta Chevy S10, Joel y Ellie avanzan. No solo en busca de Tommy, sino en cómo comprenderse mutuamente. De la misma manera, The Last of Us comienza a profundizar en el hilo, por ahora sutil, que une a ambos personajes.

Entre conversaciones en voz baja y mientras la canción Alone And Forsaken de Hank Williams se escucha, uno y otro describen su perspectiva sobre lo que les rodea. El contraste es evidente. Lo que para ella es asombroso y nuevo, para él son recuerdos agrios. Pero, de algún modo, esa perspectiva en paralelo permite comprender la totalidad de la experiencia emocional de la historia.

En el material de origen, la premisa de The Last of Us basa su efectividad en la cercanía creíble de sus protagonistas. Por lo que su adaptación busca la forma de explorar en el mundo emocional de ambos sin que parezca artificial. La serie dibuja su vínculo como cómplices forzosos y, a la vez, traza las primeras señales de afecto mutuo.

No obstante, la trama tiene especial cuidado en evitar que parezca que es necesario Ellie sustituya a Sarah Miller. Por el momento, la niña es una “carga”, como comenta el hombre con pragmatismo. Un trabajo que realizar, una promesa a cumplir. 

El mundo salvaje que aguarda más allá de las murallas

Pero Ellie también es alguien que puede sentir. Una vida frágil, perdida en el mundo enorme y hostil que la rodea. Gradualmente, Joel se permite la posibilidad de sentir emoción, preocupación e, incluso, alegría al escuchar a otro ser humano.

Los bosques se hacen interminables, pero las historias entre ambos protagonistas de The Last of Us se vuelven más personales. “¿Cómo fue antes?”, pregunta la niña, asombrada por las carreteras llenas de grietas que atraviesan campos en flor que nadie volvió a cultivar. “¿Qué ocurría cuando había personas?”, dice. Pero no hay una respuesta concreta a una interrogante que abarca veinte años de sufrimiento y la muerte de millones de seres humanos. Joel no la tiene, al menos. 

The Last of Us

La sensación es inquietante, no porque la trama de The Last of Us pretenda aterrorizar, sino por la delicadeza del mensaje que subyace bajo las imágenes. Hubo hombres y mujeres, entre las colinas cubiertas de hierba alta. Historias, pasado y la posibilidad del futuro. “No puedo contarte cómo fue, todo, antes”, dice Joel mientras entran en Kansas. 

La violencia con rostro conocido

Quizás, por eso resulte desconcertante que el peligro inmediato que deben enfrentar Ellie y Joel no sean Clickers (chasqueadores). De repente, sufren un ataque violento, súbito y sin preguntas. La agresión es humana, organizada y aparece en mitad de la calle.

Ambos huyen, pero es inevitable la amenaza. La ciudad a su alrededor es un despojo de paredes grises, techos engañosamente vacíos y puertas tapiadas. Pero también de disparos y de figuras anónimas dispuestas a matar.

infecciones or hongos, The Last of Us, de HBO Max. Joel Miller.

El director Jeremy Webb, que previamente usó los paisajes infinitos para narrar la soledad y el desarraigo en The Last of Us, convierte a la Kansas postapocalíptica en una cárcel. Las calles grises se oscurecen y se vuelven un laberinto de sombras al acecho. Una y otra vez, Joel y Ellie deben esconderse, no de los infectados, sino de un tipo de crueldad temible con rostro humano.

Finalmente, Ellie utiliza el arma que tomó de la casa vacía de Bill. La niña permanece en pie mientras contempla el cadáver del hombre al que mató y que, antes, atacó a Joel. La tensión se convierte en un silencio significativo. No solo porque la pequeña perdió los últimos rastros de inocencia. De súbito, Joel comprende que no se trata de una carga. Es un ser humano, que le acompaña y que intentará protegerle de la misma manera que él lo hace. 

Resulta curiosa la decisión de Craig Mazin de convertir a la violencia en un puente que une las figuras principales de The Last of Us. No obstante, quizás no haya otra manera de mostrar la complicidad que comienza a unirles.

Al mismo tiempo, destaca el afecto incipiente que nace de la necesidad de encontrar un igual. Tanto uno como el otro están a solas y abandonados, perdidos en los trozos de un mundo que se resquebraja. Rodeados de los monstruos con rostro humano.

Los enemigos que esperan en la sombra en The Last of Us

En Kansas cae la noche con lentitud. Una mujer emerge de la penumbra para ordenar qué hacer a continuación. “Son una niña y un hombre”, explica una silueta enfundada en ropa militar a Kathleen (Melanie Lynskey), el primer personaje creado para la adaptación de The Last of Us. El guion de Craig Mazin toma la inteligente decisión de resumir la rebelión de los que no obedecen a orden alguno a través de una figura lóbrega.

The Last of Us

Entre el resguardo autoritario de las zonas de cuarenta y el idealismo subversivo de las Luciérnagas, hay grupos decididos a matar. El motivo no está claro y el capítulo no se prodiga en explicaciones. Pero algo es evidente: el peligro se esconde en todas partes y no siempre lo encarnan los contagiados. 

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Kathleen escucha, enfurecida y con un arma entre las manos. “Hay que encontrarlos, nadie puede matar aquí sin que yo lo permita”, dice. La ciudad no es solo un punto peligroso en el mapa. Es, a la vez, el lugar en que los supervivientes más violentos delimitan una región siniestra. Tal vez, un reducto tan abandonado de toda esperanza como el ancho territorio sin nombre que Joel y Ellie atravesaron para llegar hasta allí. 

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