Joel agoniza y, para Ellie, el mundo parece llegar a su final. Al menos, el breve intervalo de paz que vivió en su compañía. El séptimo episodio de The Last of Us, de HBO y disponible en HBO Max, medita sobre el apocalipsis más allá de las ruinas del colapso. Neil Druckmann, guionista del capítulo, demuestra que la devastación no son solo los escombros de la huella humana, que desaparece entre la vegetación salvaje. También lo es el dolor de las víctimas y sus recuerdos.
En especial, desde el punto de vista de la generación que creció después del estallido de la infección causada por el Cordyceps. Ellie, que jamás conoció otra cosa que el miedo y la reclusión en las zonas de cuarentena, comienza a comprender todo lo que pudo vivir. Todo aquello que nacer en medio de un desastre impensable le arrebató. Hasta ahora, el argumento mostró a la niña asombrada, testigo excepcional entre despojos. Pero el séptimo episodio profundiza en sus recuerdos, en lo que dejó atrás después de ser mordida.
The Last of Us es el estreno del año y solo puedes verla en HBO Max
Es una adolescente que batalla contra la zozobra. Con Joel herido, sin tener conocimientos médicos y enfrentándose a la posibilidad de, otra vez, perderlo todo, se encuentra en la oscuridad. Quizás por eso su reacción sea regresar a la memoria, a los sucesos que la hicieron ser quién es.
El argumento del séptimo capítulo de The Last of Us pone especial interés en relatar que este trayecto hacia el pasado es una forma de escapar al dolor. Y lo logra a través de la fortaleza natural del personaje y su complejidad como hija de la devastación. Otra de las pequeñas, pero importantes, historias que sobrevivieron a la caída de la civilización.
El último día feliz en The Last of Us
Antes de que su inmunidad la convirtiera en una segunda oportunidad para el mundo, Ellie solo era una de tantos nacidos tras dos décadas de destrucción total. Neil Druckmann toma varios de los mejores elementos de la mitología del juego y los lleva a la adaptación en una perspectiva sensible para este séptimo episodio de The Last of Us. Una anécdota que reconstruye la vida, murallas adentro, con el mar al frente y el peligro de los infectados alrededor. Ya en el capítulo anterior, la adolescente le contó a Joel su existencia en las ruinas de una cultura que desapareció.
Ahora, la premisa se plasma con detalle en una puesta en escena que, por primera vez, muestra la supervivencia bajo las órdenes de FEDRA. La cámara de la directora, Liza Johnson, crea una atmósfera aprensiva de pequeños descubrimientos diarios. La niña vive en una realidad claustrofóbica y totalitaria, pero no conoce otra cosa. De la misma manera que ella, los cientos de los huérfanos del cataclismo cumplen órdenes, tratan de continuar y aspirar al futuro, aunque no haya objetivo o meta que alcanzar. La desesperanza en las habitaciones pequeñas, las calles custodiadas a fuerza de armas, la fragilidad de la infancia en medio del miedo.
Si algo define al universo de The Last of Us es la forma en que analiza los límites de la destrucción. Lo que provocó la barbarie del contagio. La de construir la apariencia de una cultura en la debacle. ¿Cómo persistir si la posibilidad es morir sin jamás abandonar los límites de las zonas de exclusión o terminar siendo contagiado? La Ellie que creció en las instalaciones de FEDRA jamás se cuestionó el orden de las cosas. La larga sucesión de días idénticos que la convirtieron en una víctima de un sistema cuyo objetivo es aniquilar a la identidad.
Hasta que conoció a Riley, el querido personaje del DLC Left Behind, que llega a su versión adaptada a la serie con la misma fuerza que el original. La actriz Storm Reid no solo le brinda toda la imparable energía de una sobreviviente que no acepta lo que la disciplina de FEDRA le ofrece. A la vez, la convierte en un emblema de lo que está sucediendo fuera de los muros de hormigón y de la vigilancia armada. La rebelión llegó entre escombros al séptimo capítulo de The Last of Us.
Para Ellie, se trata de la forma que cobra su decisión de persistir a pesar de todo. También del amor. Con una delicadeza que conmueve, Neil Druckmann relata una única noche extraordinaria para ambas. La de los descubrimientos, conversaciones y confesiones. Las grandes preguntas sin respuesta y un primer beso romántico.
Retratar la belleza en medio de las cenizas es un logro que The Last of Us alcanza gracias a una iluminación radiante y vivaz. La cámara se vuelve subjetiva, sigue a los personajes entre juegos, risas y confesiones. Las sombras, por una vez, quedan atrás. Las adolescentes corren por los pasillos de un centro comercial abandonado, se sorprenden de la posibilidad de que vivir sea un tipo de poder. Ellie descubre finalmente que la realidad es mucho más que oscuridad, más que la amenaza constante y las puertas cerradas al futuro.
Al final, la muerte es la única respuesta
Pero, en el apocalipsis, la felicidad es tan fugaz como rara. El séptimo episodio de The Last of Us muestra con rapidez que la crudeza de la realidad llega con la energía salvaje de los contagiados. Ellie, con el brazo sangrante por la mordida que definirá sus decisiones de ahora en adelante, está convencida de que, finalmente, lo inevitable la alcanzó. De modo que se deja caer junto a Riley para esperar con ella el sufrimiento. Incluso en ese momento, Neil Druckmann brinda una ternura pesarosa y cálida a la despedida.
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Es ese recuerdo lo que consuela a Ellie en las horas interminables de la agonía de Joel. Lo que la hace estar convencida de que, antes o después, habrá una forma de vencer el miedo. Ya sea porque la muerte acabe con toda posibilidad o gracias a la esperanza, cuyo poder todavía recuerda. Sea cual sea la respuesta, la niña aguarda al lado del hombre. Sabe que, incluso en medio de los restos del cataclismo del contagio, hay historias que contar. Las que dan sentido a la necesidad de luchar, persistir y, quizás, vencer.