Amaya está viva. Es la primera y fundamental respuesta que brinda La chica de nieve, de Netflix, en su último capítulo. Pero, la gran interrogante acerca del destino de la niña perdida dejó de ser el único que planteó la serie a medida que avanzó. Mientras Miren (Milena Smit) se implica en el caso, descubre que la desaparición es una travesía hacia mundos sórdidos, algunos, vinculadas a su traumático pasado. El final de la producción permite a ambas líneas narrativas confluir en un único punto.

La adaptación de la obra homónima de Javier Castillo llegó a Netflix como una brillante producción de seis capítulos. El reto de condensar un enigma sobre un delito sin indicios y que conducía a posibilidades más siniestras, dio como resultado un relato sofisticado. Más allá del habitual suspense, es también una reflexión acerca de la naturaleza humana, la violencia y el sufrimiento emocional.

Cada uno de esos temas principales de La chica de nieve fueron parte del estupendo capítulo de cierre. La trama respondió a cada una de las preguntas que planteó y, además, exploró con habilidad en un entorno turbio. Lo que empezó con el aparente secuestro de Amaya durante la Cabalgata de Reyes en Málaga, terminó por transformarse en un suceso más retorcido. Todo lo cual llegó a una conclusión lógica y bien narrada.

Un laberinto de indicios que conduce a dos lugares en La chica de nieve

Como se recordará, la policía comenzó la investigación acerca de lo ocurrido con la niña extraviada de inmediato. Pero lo enfocó desde la óptica común de que el culpable, por necesidad, debía ser una figura próxima de la familia. Lo que apuntó directamente a David Luque (Tristán Ulloa), cercano a los padres de la víctima.

Pero pronto fue evidente que el principal sospechoso no había tenido participación alguna en el delito con el que da comienzo La chica de nieve. No obstante, Miren y su excompañero de redacción, Eduardo (José Coronado), acumularon indicios acerca de situaciones oscuras vinculadas con niños extraviados. Gradualmente, el nombre de Luque comenzó a estar relacionado de forma directa con redes de difusión de videos pornográficos. Lo que es aún más duro, con una gravísima situación que Miren atravesó en el pasado. 

Sin embargo, los esfuerzos de los periodistas no parecen llegar a ningún lado. El indicio de la implicación de Luque en una red de videos sexuales no tiene vinculación con lo que en realidad sucedió con la niña. Pero sí con un puñado de circunstancias más antiguas y perversas. Para su cuarto capítulo, La chica de nieve une los flashbacks que mostró con anterioridad y los trozos de la información que insinuó en un único hilo narrativo.

La chica de nieve, serie de Netflix

El hilo que parece unir todas las piezas

¿Cómo se conecta todo lo anterior? A través de Miren, que sufrió una agresión sexual años atrás, sin que haya respuestas sobre quién la cometió. Mucho peor: padeció el escarnio de que el video de la violación fuera difundido.

La periodista, convencida de que la respuesta a la desaparición de Amaya podría involucrar delitos sexuales contra niños, profundiza en esa dirección. Lo que la llevará a descubrir que Luque y su hijo son los responsables del violento crimen que ella sufrió.

La chica de nieve demostró que la insistencia de Miren por seguir una línea de investigación sobre pedofilia no era correcta para desentrañar lo sucedido con Amaya, pero sí necesaria. A la vez, que su obsesión por el caso de la pequeña se vinculaba con sus traumas, que la impulsó en una búsqueda de respuestas urgentes. Finalmente, no solo las encuentra, sino que pone en evidencia a Luque.

La chica de nieve y la búsqueda que no cesa

Pero la incógnita del paradero de Amaya sigue sin resolverse. Solo se logrará en el quinto episodio, que presenta en flashback a un matrimonio con problemas de fertilidad. Ambos acuden a la consulta de Ana (Loreto Mauleón), madre de Amaya, en sus desesperados intentos por lograr concebir un bebé. Se trata de Santiago (Julián Villagrán) e Iris (Cecilia Freire). El argumento muestra, en una breve secuencia, la frustración de la pareja y sus incontables intentos por convertirse en padres.

Pero también hace algo más. A continuación, la trama avanza hasta una sospechosa imagen de Iris y Santiago, justo en medio de la multitud en la que desapareció Amaya. A partir de entonces, los eventos se precipitan. Iris encuentra a la niña perdida y llorando. Al principio, parece que su intención es solo consolarla, pero después decide llevarla con ella. La solución más cercana e inmediata que encuentra a su obsesión por ser madre.

Por último, La chica de nieve revela que el supuesto secuestro es en realidad un acto desesperado. El matrimonio conserva a Amaya, cambia su nombre a Julia y, con el transcurrir del tiempo, la convierte en su hija de facto. Incluso cuando Santiago decide contar lo ocurrido y muere en medio de un accidente, Iris seguirá convencida que “tomó la decisión correcta”.

Al final, todas las pistas conducen a una emotiva conclusión

Uno de los puntos de mayor interés de La chica de nieve es que evita el recurso de las pistas falsas. En realidad, tanto el camino que Miren y Eduardo tomaron en las indagaciones como el resultado final que llevó a encontrar a la niña son válidos. 

En el contexto de la historia, el recorrido de las líneas paralelas de la información es necesario no solo para comprender los alcances del conflicto. También para analizar con cuidado a sus personajes, dolores y miedos.

La chica de nieve

Cuando finalmente la joven periodista encuentra la casa en la que Iris retuvo a Amaya, es mucho más que un punto final. También es la respuesta a una prolongada búsqueda de la verdad que abarcó el sentido de urgencia de la serie. Uno de sus mejores elementos y, sin duda, lo que distingue su cuidado argumento de otros relatos semejantes.

En sus secuencias finales, los padres de Amaya intentan acercarse a su hija, a pesar de que esta se encuentra traumatizada y confusa. Por supuesto, el caso entero se convierte en un libro escrito por Miren, llamado apropiadamente La chica de nieve. Sin ningún cabo suelto que lamentar, la adaptación termina su recorrido — al menos con este caso — de manera impecable.

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