Phil Connors (Bill Murray), el protagonista de la clásica película El día de la marmota (Groundhog Day), no es un buen tipo. De hecho, el guion de Danny Rubin y Harold Ramis lo deja claro de inmediato. El meteorólogo y locutor es irritante y con un cinismo que roza la antipatía, y disfruta serlo. Para este personaje ególatra y pendenciero, el mundo a su alrededor —y cualquiera que lo habite— es una molestia. Una, además, que intenta superar lo más rápido que pueda. Quizás por ese motivo, verse obligado a vivir el día más aburrido de su vida, una y otra vez, sea el peor de los castigos. 

Puede parecer una premisa sencilla, interpretada a través del cristal del género de la ciencia ficción. Después de todo, el cine está lleno de figuras desagradables que terminan por transitar un arco de redención, incluso a la fuerza. Pero Phil, además, debe enfrentar una salvedad: la de afrontar sus propias fallas a medida que ocurren. 

Caer en las mismas conversaciones que le impacientan. Comprender que al final del día, su perspectiva acerca de lo que le rodea es lo único que en realidad cambia. Una trampa cronológica que, a lo largo de todo El día de la marmota (Groundhog Day), le obligará a comprobar que toda decisión, pequeña y grande, conduce a un tipo de enseñanza. Que incluso, la fecha más intrascendente de su vida, está cargada de lecciones y una rara belleza. 

El día de la marmota (Groundhog Day)

El día de la marmota es una pequeña joya humorística que no pierde vigencia

Cuando El día de la marmota (Groundhog Day) se estrenó en 1993, se le llamó “sensiblera y con un humor sencillo”, pero pronto, encontró su público. No se trataba únicamente que el bucle temporal en que se encontraba Phil, era una lección poco disimulada acerca de la sencillez de los duros aprendizajes cotidianos. 

También, se apreció mejor su tono surrealista, que se acentúa en cada oportunidad que el escenario idéntico aplasta a un poco más al personaje. Esta es una comedia, que apela al corazón de la rutina, a la sensación —que todos hemos afrontado alguna vez— acerca de lo corriente y lo vulgar. Pero Harold Ramis y en especial, la actuación de uno de sus actores predilectos, lo llevan a una dimensión de golpe de emociones complejas. 

Lo mejor de El día de la marmota (Groundhog Day), es que no se toma demasiado en serio. La dirección de Harold Ramis tiene el mismo sentido engañosamente optimista de Dave, presidente por un día, su otro estreno de ese año. Pero a diferencia de la fábula de un hombre que hace el bien con el poder, la película, protagonizada por Bill Murray va en sentido contrario. Al menos al principio, Phil saca partido de las incontables veces en que despertará en la misma cama escuchando 'I Got You, Babe' de Sonny y Cher. Encontrar la ganancia en el desgranar de las horas flojas de una jornada ridícula de su vida. 

El chico travieso que sabe todas las trampas de un día cualquiera

En el pueblo de Punxsutawney, la ingenua tradición del día de la marmota es un evento importante. Lo que hace que el ego inflado e infantil de Phil, se sienta aún más herido por tener que cubrir una celebración cuyo centro, es alzar a un animal peludo en brazos. Para este mal tipo, la humillación proviene de brindar importancia a una costumbre banal en un pueblo perdido entre los mapas. Es justo ese contexto, lo que hace que el ciclo temporal sea más profundo y más honesto, mucho más complicado de entender de lo que aparenta. 

Incluso para el personaje. Enfurecido, luego de haber vivido los mismos sucesos por quinta vez, hunde la cabeza entre los brazos. “Un día, conocí a una hermosa mujer, hicimos el amor y todo fue estupendo” dice al que quiera escucharlo. “¿Por qué no se repite ese día sino este?”. Se trata, claro, de las primeras señales de desesperación. Ya entonces, Phil robó algunos dólares, se fue a la cama con una antigua compañera de clase, timó a varios desprevenidos. La experiencia está dejando de ser divertida y comienza a ser lúgubre. “Seguramente enloquecí” se asegura a sí mismo. “No hay otra explicación para que sea hoy, entre cualquier otro momento de mi vida”. 

El amor que apenas sobrevive veinticuatro horas en El día de la marmota (Groundhog Day)

La circunstancia tiene agravantes. Phil no viajó solo a su cobertura, sino que le acompaña Rita, la productora de su programa. La encantadora mujer encarnada por Andie MacDowell es un misterio para el cascarrabias protagonista, encuentra que es, además, uno seductor. Lo que desemboca, en una atracción sutil que se refuerza por la convivencia imposible y extravagante.

Es un truco sucio, sin duda, de lo que sea que provoca que el tiempo se reinicie cada vez. El meteorólogo convive con la mujer que le resulta más irresistible, sin que ella tenga memoria de nada. Ninguna de las conversaciones, las primeras sonrisas, el entendimiento y al final, el enamoramiento de una cercanía que desaparece al amanecer. 

El día de la marmota (Groundhog Day)

Harold Ramis, que fue experto en un tipo de comedia que indaga en las pequeñas razones que mueven la voluntad, construye con Phil su obra más inspirada. Por lado, le deja caer en el laberinto cronológico del que no puede escapar y le convierte en víctima, una especie de semidios y al final, un rehén. Por el otro, le brinda la oportunidad de comprender que puñado de horas infinitas, interminables, enlazadas hasta lo enloquecedor, pueden tener un motivo. 

Para su tramo intermedio y luego que Phil trate de morir en cientos de maneras distintas, descubre que la realidad duplicada tiene un objetivo. Puede tenerlo, al menos. Es entonces cuando comienza, las secuencias más conmovedoras de la película. 

Érase una vez, una historia que se repetía una y otra vez

Porque en realidad, el personaje no es tan detestable como se mostró cíclicamente durante el infinito día en Punxsutawney. Poco a poco, pasa de la euforia malvada del descubrimiento de tener un secreto inexplicable, a una resignación deprimida. Pero el trayecto no concluye ahí. Este héroe, a regañadientes, termina por tomar afecto al pueblo, a sus tradiciones y por supuesto, a sus habitantes. 

El hombre sarcástico, que no tenía entusiasmo en una historia de contenido humano, comienza a contemplar las maravillas de lo simple. De utilizar el tiempo —que es lo que le sobra— para aprender a tocar piano. Ayudar a una anciana. Evitar que un hombre muera atragantado.

El día de la marmota (Groundhog Day) tiene un guion tan sólido que atraviesa todos los sucesos posibles de una vida en alternancia interminable, en un único escenario. El pueblo se transforma, se hace un lugar amable. Los vecinos, en entrañables amigos, en agradecidos deudores de favores que solo recordarán por 24 horas. Phil está feliz, integrado a la comunidad, la quiere y la respeta. Su jornada, sin final, le obsequió el misterioso don de apreciar las pequeñas cosas. 

Lo que también implica, un amor sin esperanzas, destinado al fracaso y al olvido, por Rita. De nuevo, el personaje de Bill Murray intenta la trampa. La seduce con trucos, la manipula, prueba a engañarla. Sin embargo, jamás logra ningún avance. Solo cuando, finalmente, es vulnerable, Phil puede conectar con la mujer que no le recordará al día siguiente. La que no sabrá jamás que talló una escultura de hielo para ella, que la escuchó hablar de su maestría en literatura francesa. Pero él aprende que el sentimiento destinado a ser fugaz, también tiene su belleza. Como todo lo que desaparece al amanecer cuando Día de la Marmota comienza de nuevo. 

El pequeño milagro de un día distinto

Cuando por fin el tiempo vuelve a avanzar en la dirección correcta, Phil no lo sabe. No inmediato. Necesitará que Sonny y Cher dejen de cantar en la radio y que Rita le pellizque el brazo para entender el prodigio. Han transcurrido cientos de días encapsulados en uno solo. 

Incontables vidas, un largo aprendizaje que no dejó una sola huella física. Pero el personaje tiene más que suficiente con la sabiduría adquirida. Tan importante como recordar su lugar en el tiempo, en la forma de entender el futuro. Por supuesto, también el amor, quizás el punto central del regocijo de un día realmente nuevo, otra vez. 

El día de la marmota (Groundhog Day), tiene la magia de los clásicos que no necesitan una época para ser comprendidos. Mucho menos, algo más que ser parte de un tipo de cine pequeño e inolvidable que cuenta con seguidores incondicionales. Tal vez, como dijo Harold Ramis cuando se le preguntó sobre por qué escribir de un tipo desagradable que recibe una lección sobre la vida, todo sea cuestión “de aprender de lo imposible”. El mayor secreto que el largometraje tiene treinta años contando, al que quiera escucharlo. 

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