Uno de los puntos que más sorprende de Operación Fortune: El gran engaño, de Guy Ritchie, es su sentido del humor. Por supuesto, no uno paródico, intelectual o cínico. La película, que llega a la gran pantalla tras varios retrasos debido a la pandemia, se burla de sí misma. De la conocida fórmula de Ritchie (acción, grandes peleas coreográficas, héroes pomposos) en todo momento.

De hecho, la primera secuencia de Operación Fortune: El gran engaño (que recorre el aeropuerto de Madrid en el tono de una película de espías) celebra su pulcro pulso. Pero, a la vez, algo más. ¿Las bromas y chistes son trucos para sostener la trama? ¿Elementos de atención para conducir algo más? Ritchie no lo aclara y avanza con una velocidad asombrosa para cubrir sus escenarios más conocidos.

También para hacer reír. De una forma tan desvergonzada que, para sus primeros veinte minutos, la gran pregunta inevitable es si el argumento usa el humor como detonante. ¿De qué? ¿De la personalidad de sus personajes? ¿De la subtrama al fondo de lo que parece una de las típicas películas del ejército de un solo hombre? Nada está muy claro en esta historia en que cada punto tiene un tono artificial, una especie de chiste retorcido que se hace más complejo a medida que avanza la trama.

Operación Fortune: El gran engaño

Uno de los puntos que más sorprende de Operación Fortune: El gran engaño, de Guy Ritchie, es su sentido del humor. La película, que llega a la gran pantalla luego de varios retrasos debido a la pandemia, se burla de sí misma. De la conocida fórmula de Ritchie (acción, grandes peleas coreográficas, héroes pomposos). De hecho, la primera secuencia (que recorre el aeropuerto de Madrid en el tono de una película de espías) celebra su pulcro pulso. Pero, a la vez, algo más. ¿Las bromas y chistes son trucos para sostener la trama? ¿Elementos de atención para conducir algo más? Ritchie no lo aclara y avanza con una velocidad asombrosa para cubrir sus escenarios más conocidos.

Puntuación: 4 de 5.

Operación Fortune: El gran engaño, un doble truco sofisticado

Claro está, la burlona perspectiva sobre el cine es uno de los puntos fuertes de Ritchie y siempre lo ha sido. Jamás se toma en serio ninguna de sus películas. Pero en Operación Fortune: El gran engaño, el efecto es más claro. Tanto como para que desde sus primeras secuencias — en la que parodia a Misión Imposible — sea inevitable que la película sea una mezcla curiosa.

Por un lado, lo satírico que se convierte en acción pura. Nathan Jasmine (Cary Elwes) recluta a un equipo para correr un riesgo considerable. Lo hace en una secuencia de presentación que recuerda el buen pulso de Ritchie para usar la cámara como un narrador ágil y estimulante.

La atención del guion va de un lado a otro mientras Jasmine presenta a su equipo. Pero, por supuesto, el punto central del recorrido es Orson Fortune (Jason Statham), que regresa bajo la dirección del director en plena forma. Lo más asombroso es que Ritchie sabe que su actor fetiche es el emblema de cierto ritmo en sus argumentos. En Operación Fortune: El gran engaño, eso es más que evidente. Cuando Fortune aparece en escena, el resto del elenco parece eclipsarse. También sostenerse alrededor de su energía.

Un extraño e ingenioso mecanismo

Operación Fortune: El gran engaño, que evade los lugares comunes del cine de acción, es una colección de matices que sorprende por su inteligencia. En especial, al añadir la autoparodia en un tono brillante que le otorga una dimensión sustanciosa al dilema central. ¿Cómo engañar a un multimillonario conocido por su crueldad? Usando un tipo de señuelo que un villano carismático y narcisista no podrá resistir: un actor reconocido.

Es entonces cuando la película encuentra su mejor punto. Danny Francesco (Josh Hartnett) es un actor famoso en las grandes películas de acción y siempre a punto de ser celebridad. La referencia es obvia y Ritchie utiliza a Harnett (durante años considerado la gran promesa frustrada de Hollywood) como un símbolo de varias cosas en paralelo.

Operación Fortune: El gran engaño

Por un lado, del mismo personaje de Fortune, que convierte a Statham en la quintaesencia del héroe de grandes épicas de acción ridículas. Al otro extremo, de una burla a Hollywood y sus promesas de fama inmediata.

Entre ambas cosas, el director consigue equilibrar Operación Fortune: El gran engaño en una inteligente premisa con un ritmo frenético y bien construido. De la heist movie habitual a una desvergonzada mirada sobre el crimen, Ritchie logra lo que mejor sabe hacer. Construir una historia con varios puntos de vista, en la que una brillante puesta en escena sostiene a un guion dinámico y bien pensado.

El villano siniestro de Operación Fortune: El gran engaño

Por supuesto, toda gran historia depende de su villano y el Greg Simmonds de Hugh Grant es quizás uno de los puntos más fuertes de Operación Fortune: El gran engaño. El actor, que vive un resurgimiento basado en la autoparodia, se convierte para el tercer tramo de la película en el punto central de interés. También en una forma de justificar las estrafalarias decisiones de Ritchie acerca de lo que desea contar.

Este vendedor de armas violento, despiadado, pero elegante es, quizás, la esencia de este experimento de Ritchie, que triunfa en su capacidad para sorprender. A medio camino entre la película de acción común y el recorrido sofisticado a través de riesgos narrativos, Operación Fortune: El gran engaño triunfa.

Hugh Grant en Operación Fortune: El gran engaño

Lo hace por su capacidad desvergonzada para burlarse del género. Y, a la vez, por tener el pulso suficiente para, incluso así, ser una producción con una personalidad innegable. Ritchie volvió a lo que mejor saber hacer, algo que, sin duda, sus fanáticos — y el cine de acción — agradecen.

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