En El peor vecino del mundo, Otto (Tom Hanks) quiere que lo dejen en paz. Tanto como para permanecer recluido y aislado durante el primer tramo de la película. De hecho, el guion de David Magee deja claro de inmediato algo muy concreto. Está enfadado con todos los que le rodean y, en especial, con sus odiosos vecinos. Con razones — o quizás con algunas realmente válidas — el personaje lidia con lo que hay más allá de la puerta de su hogar con hostilidad.
Desde una larga colección de críticas corrosivas sobre el estilo de vida de su barrio hasta el comportamiento de la especie humana en general. Para Otto, el día a día es una colección de sinsabores que expresa con un mordaz y cínico sentido de la burla que resulta hilarante. No obstante, el guion de Magee abandona con rapidez la malhumorada visión del personaje para ir a lugares más comunes. Progresivamente, mediante una serie de flashback no demasiado logrados, deja claro que, décadas atrás, era un hombre agradable.
Al menos, uno con curiosidad por la vida y dispuesto a dar una oportunidad al comportamiento desordenado y ridículo. La premisa de El peor vecino del mundo termina, claro está, por profundizar en el dolor. Otto está herido por una viudez reciente, abandonado por la esperanza y convencido de que los años venideros carecen de alicientes. Resulta asombroso como Tom Hanks logra convertir a este personaje tópico en una inteligente concepción sobre la frustración y el sufrimiento.
Y lo hace sin permitir que la sensiblería, que el argumento roza con preocupante frecuencia, sea lo más destacable de su actuación. Otto está lleno de ira, también de dolor. Y, entre ambas cosas, de una profunda desazón por no comprender cuál es el siguiente paso, una vez que su vida perdió sentido.
El peor vecino del mundo
En El peor vecino del mundo, Otto (Tom Hanks) quiere que lo dejen en paz. Tanto como para permanecer recluido y aislado durante el primer tramo de la película. De hecho, el guion de David Magee deja algo claro de inmediato. Otto está enfadado con todos los que le rodean y, en especial, con sus odiosos vecinos. El personaje lidia con lo que hay más allá de la puerta de su hogar con hostilidad. Desde una larga colección de críticas corrosivas sobre el estilo de vida de su barrio hasta el comportamiento de la especie humana. Para Otto, el día a día es una colección de sinsabores, que expresa con un mordaz y cínico sentido de la burla que resulta hilarante. No obstante, el guion de Magee abandona con rapidez la malhumorada visión de Otto.
Érase una vez un hombre triste
El sentido es, por supuesto, el amor. Sonya (Rachel Keller), cuya muerte dejó a Otto en medio de la sensación insular de encontrarse excluido del mundo, es un recuerdo. Pero también es la piedra central que permite comprender cómo el comportamiento del personaje es en realidad una serie de pequeñas dimensiones acerca de la angustia.
Resulta interesante que, a diferencia de la versión sueca de la película — A Man Called Ove, de Hannes Holm — el tema del duelo no es central. En realidad, es uno de los tantos elementos que permiten comprender a Otto y su rechazo a la bondad. Incluso su renuncia a creer que la vida pueda brindar algo más de los largos días interminables que atraviesa en silencio.
Este solitario, que lo fue desde la juventud, asumió que su versión sobre la bondad y lo emocional dependía de Sonya. Un detalle que El peor vecino del mundo maneja a través de una imagen del pasado intencionalmente edulcorada. El Otto de treinta o cuarenta años atrás — interpretado en una acertada decisión por Truman Hanks — tenía tan pocas dotes sociales como el actual. Pero su necesidad de expresar sentimientos profundos le hizo reconstruir su punto de vista acerca del mundo y la sociedad. “Siempre sospeché que la humanidad era idiota, confirmarlo es doloroso”, se queja el Otto anciano.
Hanks tiene la suficiente habilidad para explorar el comportamiento de Otto como dimensiones emocionales. También la forma en que el amor, que le permitió ser más abierto, ahora le hace cerrarse en un círculo de antipatía. Pero, poco a poco, esa tribu humana que le rodea — y que tanto rechaza — comienza a ser su punto para enlazar una posibilidad de recomenzar. “¿Puedo ser, de nuevo, un hombre cualquiera?”, se pregunta con cierta premura. Otto se encuentra desconcertado por la ruptura de todo lo que consideraba imprescindible. Por los cambios que acaecen y desestructuran cada elemento de su personalidad.
Pero, a pesar de sus buenas intenciones, El peor vecino del mundo no está a la altura de la intuitiva inteligencia que Hanks brinda a su personaje. En particular, cuando en su segundo tramo se hace evidente que el argumento conduce a una gran redención. En lugar de profundizar en Otto — y en el paisaje profundo que el actor creó para su personaje — termina por recorrer lugares comunes.
El peor vecino del mundo narra varios estratos de una historia cotidiana que se sostiene sobre su aparente sencillez. Pero la insinuación de la complejidad es tan torpe y obvia que no resulta convincente. Mucho menos, sofisticada o bien construida. Al final, la película termina por ser solo otra de las tantas épicas sobre el tiempo, la pérdida y el desarraigo.
¿Era necesario algo semejante en El peor vecino del mundo, una película que brindó tanto interés a Otto como centro de varias preguntas interesantes sobre la vida y la muerte? Sin duda, se trata de una oportunidad perdida, carente de emoción y verdadera exploración de sus puntos más altos.
Una esperanza torpe para El peor vecino del mundo
La premisa del hombre herido e iracundo que solo necesita una oportunidad es usual en el cine más intimista y autoral. Mark Foster intentó llevar la idea a un estrato más amable, general, y por ese motivo El peor vecino del mundo perdió su sentido de lo singular. A pesar de los esfuerzos de Tom Hanks por dotar a su personaje de carácter, este parece desvanecerse en los giros de tramas triviales.
Aun así, la película conserva en el centro de su tendencia el cliché, un punto de enorme interés. La evolución — silenciosa y bien actuada por Hanks — de Otto en la mejor versión de sí mismo. Sin duda, uno de los grandes aciertos de El peor vecino del mundo.