En 2009, Avatar deslumbró al público por su formidable apartado visual. Pero también fue el centro de una discusión considerable con respecto a sus personajes. En especial, Jake Sully (Sam Worthington), al que se consideró la enésima encarnación del llamado “salvador blanco”. La figura, usual en el cine de aventura, suele mostrar a un hombre de una cultura foránea que termina por salvar a una por completo distinta a la suya. Un tropo antiguo en Hollywood que se volvió tradicional e, incluso, forma parte de grandes epopeyas acerca de asimilaciones sociales.
De hecho, Sully fue comparado de inmediato con los personajes principales de Bailando con Lobos y El último Mohicano. Para bien o para mal, su esfuerzo por preservar la cultura Na’vi, centro del relato de James Cameron, le convirtió en objeto de análisis. Uno, además, que dejaba claro que Avatar era una narración que usaba la colonización y la perpetuación del estereotipo del nativo salvaje para sostener su premisa.
El debate puso a la historia de James Cameron en el centro de las críticas, a pesar de su alto contenido ético y rasgos de épica ecologista. Pero la gran pregunta era inevitable. ¿Podría funcionar Avatar, o el universo que se esperaba crear a partir de la película original, sin la perpetua idea de un salvador? Más aún, de una figura que provenía de una cultura distinta, que era capaz de mostrarse como un símbolo de poder.
Por qué Jake Sully no es el clásico “salvador blanco”
En realidad, Jake Sully no encaja — al menos no por completo — en el viejo tropo hollywoodense. De hecho, lo reinventa hacia espacios más benignos y le dota de una extraña belleza imperfecta que es, quizás, su máximo atributo. Mucho más cuando la idea general de Avatar era — y es — celebrar un tipo de relevancia étnica que no forma parte de una raza, sino de un ideal.
Con todos sus pequeños y grandes problemas, el personaje de Sam Worthington se convirtió en un hombre capaz de superar el prejuicio para ser algo más. Incluso en la sencillez de un guion que no exploró lo suficiente el mundo emocional de sus figuras principales, James Cameron logró que Jake Sully rompiera un antiguo estereotipo. Y por si eso no fuera suficiente, también que creara uno nuevo.
Jake Sully comenzó su travesía en Pandora sin saber con exactitud qué se esperaba de él, cuál era la exigencia mayor de su responsabilidad en la colonia humana en el planeta. Lo que le puso en una situación ambivalente. No tenía responsabilidades claras —no inmediatas—, ni tampoco una meta específica. De hecho, la doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver) deja claro de inmediato que no es bien recibido.
El medio científico y el militar se encuentran por completo separados en el argumento. Lo que convierte a Sully en un elemento marginal, incluso dentro del conglomerado humano. Especialmente por tener una grave discapacidad motora y estar en el proyecto Avatar debido a su parentesco con uno de sus miembros.
Un hombre herido en tierras lejanas
Jake Sully no desea aprender acerca de la cultura Na’vi o de Pandora. Como miembro de bajo rango militar, su misión es obedecer y, durante los primeros tramos de la película, es evidente que ese es su objetivo. Incluso se pone bajo las órdenes directas de Miles Quaritch (Stephen Lang), cuya misión es el ataque violento a la población nativa.
Cameron no solo evitó que Sully pareciera un hombre capaz de sentir empatía inmediata por un pueblo foráneo y, en apariencia, agresivo. También destacó que la lealtad del personaje estaba con los de su raza y su necesidad de obtener algún beneficio. Con su discapacidad física como moneda de cambio para espiar al grupo de científicos, acepta un trato sucio y egoísta.
Pero, a diferencia de lo que sucede en Bailando con lobos, El último Mohicano y otros relatos semejantes, Jake Sully no pretende entender, salvar o rescatar a los Na’vi. Tampoco cree que sea necesario hacerlo. Incluso el entorno agresivo de Pandora (a pesar de toda su belleza) le resulta indiferente. Hasta que ocupa un cuerpo artificial y logra entablar contacto — desde el punto de vista biológico — con un hábitat poderoso. Uno tan alejado de todas sus apreciaciones y visiones como para enlazar una idea total de la vida por completo desconocida para su limitada experiencia.
Cómo Pandora cambia la manera en que Jake Sully ve el mundo
En realidad, lo que diferencia a Jake Sully del habitual salvador blanco de otras tantas películas semejantes es que su conexión con Pandora es personal. El personaje descubre que el cuerpo que ocupa le brinda una perspectiva biológicamente distinta y por completo redentora.
Tan poderosa que cambia su percepción acerca de su mente e individualidad. El recorrido de Sully para convertirse en un Na’vi no comienza con su simpatía directa por el pueblo nativo. En realidad, se trata de una transformación total que reconstruye al personaje como observador y luego parte de un ecosistema más grande. Tan complejo como para hacerle entender una medida de su propia espiritualidad.
En una de las escenas más recordadas de la película del 2009, Jake Sully se conecta con el Árbol de la Vida y Eywa. Una sacudida total y poderosa a su sistema de creencias y a su forma de asumir su propia existencia. Esa comunicación le permite mostrar a la misteriosa divinidad el mundo del cual proviene y lo que podría ocurrir si Pandora resulta colonizada. La percepción sobre el carácter espiritual de Sully y su crecimiento moral lo separan drásticamente de otros tantos personajes semejantes.
Un hombre renacido que conoce el poder de la tierra
Para cuando Jake Sully toma la decisión directa de pertenecer a los Na’vi, su transformación interior no lo hace ser aceptado de inmediato. Cameron evita con cuidado transformar a su personaje en un héroe que alcanza la iluminación a través de la toma del poder. La sencillez de Sully al admitir que “amaba” a la tribu y al planeta no nace de una perspectiva condescendiente. En el mejor de los casos, es una construcción elaborada sobre una iluminación espiritual portentosa.
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Aunque, al final, Jake Sully termina por vincular su vida por completo a Pandora y salvar al planeta, no se trata de un acto heroico. No, al menos, uno que podría interpretarse desde el punto de vista de un hombre que salva a una cultura ajena en un supremo acto de bondad. En realidad, se salva a sí mismo. A su recién descubierto sentido de la vida y, al final, al poder formidable y total de su comprensión acerca de su identidad. Un logro pequeño, pero considerable, que James Cameron logró al profundizar en el hombre como parte de algo mucho más amplio que su propia existencia.
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