Es evidente que a Alejandro González Iñarritú le obsesiona el mentalenguaje. Al menos, lo suficiente, como para que haya un hilo conductor entre las referencias y su forma de relatar historias. Lo hizo en Birdman y el resultado fue deslumbrante, extraño e incómodo. Ahora, ese elemento es mucho más evidente que nunca en Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, su película más atípica ya disponible en Netflix. A mitad de camino entre la biografía y del recorrido del tiempo personal, la película es un experimento narrativo. También es una obra inclasificable que se sostiene de puntos singulares y al final, no siempre acertados. 

Silverio (Daniel Giménez Cacho) es una figura prominente en Hollywood. Un documentalista de renombre con más de dos décadas en Los Ángeles y convertido símbolo del periodismo mexicano fuera de sus fronteras. No obstante, no todo es sencillo para este personaje que va de un lado a otro, en medio de crisis de conciencia. 

Mucho más, cuando recibe un reconocimiento que no cree merecer y le recuerda su lugar de origen. Es entonces cuando Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades se convierte en un extraño terreno de especulaciones. Se separa de un relato formal sobre un hombre roto por su pasado y aspiraciones para llegar a otro estrato. Al mismo tiempo, para recorrer un sitio desconocido en la mente del personaje. La película actúa como un escenario en que todo puede ser real y a la vez ficticio. Iñarritú cuenta su historia, pero también, lo que imagina de ella. Lo que desea de ella. Lo que sublima y degrada a través de la incomodidad de la memoria. 

Bardo

Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es un experimento arriesgado. Tanto en la forma como en el sentido de abarcar su vida como una serie de piezas desordenadas. Este no es un homenaje simbólico al estilo Los Fabelmans de Steven Spielberg. Tampoco, un recorrido sincero como Armageddon Time de James Gray. Hay mucho de un sentido práctico y rudimentario de la memoria como artefacto artístico.
También, de la ejecución de la idea de lo que la memoria puede ser para el artista. Entre ambas cosas, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, es un ingenioso experimento que, en algunos puntos, pierde solidez.

Puntuación: 2.5 de 5.

El mundo transmutado en imágenes falsas

Una de las grandes escenas de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades ocurre en el zócalo de Ciudad de México. Silverio se sumerge en la ciudad como si nadara en ella. La atraviesa, la recuerda, la reconstruye en su memoria. Este documentalista que solo evoca al país en que nació a medias, toma un momento de su complicada reconstrucción del pasado para el dolor. 

Pero no solamente el sufrimiento o la maravilla de comprender el valor de su identidad como parte de algo más complejo. También se trata de un recorrido a través de México como parte de su vida. Como elemento fundamental de su identidad. Todo, en medio de un recorrido a mitad de lo onírico y lo crudo. 

La gran película autobiográfica de González Iñarritú es un experimento arriesgado. Tanto en la forma como en el sentido de abarcar su vida como una serie de piezas desordenadas. Este no es un homenaje simbólico al estilo Los Fabelmans de Steven Spielberg. Tampoco, un recorrido sincero como Armageddon Time de James Gray. Hay mucho de un sentido práctico y rudimentario de la memoria como artefacto artístico. 

También, de la ejecución de la idea de lo que la memoria puede ser para el artista. Entre ambas cosas, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades es un ingenioso experimento que, en algunos puntos, pierde solidez. Particularmente, cuando intenta ser algo más que un conjunto de ideas que se entremezclan entre sí para narrar un núcleo que no está del todo claro.

Un mensaje escondido entre cientos de trozos de grandes imágenes 

¿Se trata de la vida de González Iñarritú? Los paralelismos son más que evidentes. Silverio es una figura que triunfó fuera de México y que ahora regresa para mirar el país que quedó atrás. También al hombre que fue. Ambas cosas, se combinan en una sensación punzante que la película no termina de definir cuál es el tono que desea otorgar al recuerdo. 

¿Quiere que sea una versión del bien y del mal, basada en un narrador poco fiable? La película no lo consigue la mayoría de las veces. ¿Tal vez, que Silvano sea el avatar del director en busca de un pasado fragmentado e idealizado? El personaje, a pesar de la espléndida actuación de Giménez Cacho, no llega a ser un símbolo por completo. 

Entonces, ¿qué es esta película, que se alarga casi en un metraje interminable? Uno de los puntos más desconcertantes es que a pesar de los evidentes paralelismos, Silverio no es del todo una representación fiel de Iñarritú. Después de todo, el relato del personaje comienza por lo obvio. Este talento cinematográfico en ciernes, debió abandonar su país de origen para lograr el éxito.

Al contrario, Iñarritú logró el éxito en su propio idioma con Amores Perros y, a partir de entonces, construyó una fulgurante carrera. Pero, aun así, el director se imagina a sí mismo, como un artista frustrado, roto, levemente enajenado. El Silverio de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, está en búsqueda de su identidad. ¿La encuentra? La película no lo hace fácil, tampoco inmediato. El mensaje gravita sobre la historia, sin mostrarse del todo en algún momento. 

Al final, las grandes historias sin sentido y sin forma 

Quizás, uno de los grandes problemas de Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, es el hecho de vincular múltiples interpretaciones a la vez. Iñarritú desea reconocerse a sí mismo, pero también que otros lo reconozcan, lo sostengan, lo comprendan. Lo que termina por convertir a la película en una red interminable de autorreferencias que pudieran ser falsas o no. 

Ya sea recorriendo el México natal convertido en escenario decadente o en la memoria del joven que fue. Silverio es el epicentro de muchas connotaciones sobre la verdad. El guion no logra abarcarlas todas y termina por crear un terreno movedizo con cierto aire a obra autoral sin resolución.

Incompleta, inquietante, desagradable, profundamente sentida y sin duda poderosa, Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, es un relato confuso. Uno que termina por vincular — aunque no del todo — con la idea de la biografía salpicada de mentiras piadosas. Un punto elegante que convierte a esta obra poderosa en dos miradas sobre la verdad que se confrontan una a la otra. Tantas veces y en tantas formas, como para al final construir una historia delirante sobre un hombre que recuerda un país que ya no existe. 

2 respuestas a “‘Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades’, crítica: un confuso biopic para un Netflix en horas bajas”