Si nos preguntan sobre formas naturales de captar y fijar el carbono de la atmósfera, probablemente nos vendrán a la mente las plantas. Especialmente los árboles; ya que, por su gran tamaño, pueden secuestrar una mayor cantidad de dióxido de carbono e incorporar el carbono a sus estructuras. Ahora bien, no son los únicos. Entre los animales también tenemos grandes secuestradores de carbono. Y, del mismo modo que con las plantas, los más eficaces son los más grandes. Por eso hay que prestar especial atención a las ballenas.

Es la conclusión de un estudio que acaba de publicarse en Trends in Ecology & Evolution de la mano de científicos de la Universidad del Sureste de Alaska. En dicha investigación, no analizan solo cómo participan las ballenas en la captura de carbono. También estudian cómo intervienen en la liberación de más oxígeno y nutrientes para la proliferación de la vida marina. 

Por todo esto, las ballenas son aliadas indispensables en la lucha contra el cambio climático. Pero, por desgracia, los humanos seguimos contaminando sus aguas, propiciando cambios en la temperatura de su hábitat y hasta cazándolas. Esto último es cada vez menos común, por suerte. Sin embargo, en algunos lugares sigue siendo una práctica habitual. Y no solo acaban con la vida de estos majestuosos animales, con ello destrozan algunos de nuestros mejores almacenes de carbono. Viendo las conclusiones de este estudio, es otra línea en la que habría que concienciar.

Ballenas como secuestradoras de carbono

La ballena azul es el animal más grande del mundo. Puede llegar a medir 33 metros de largo y pesar más de 150 toneladas. Por lo tanto, contienen una gran biomasa, compuesta, como en la mayoría de seres vivos, por una gran proporción de carbono. Esto las convierte en grandes almacenes de carbono, que además se mantienen activos durante muchos años, ya que se trata de animales muy longevos, que en algunos casos pueden llegar a vivir más de un siglo. No solo hablamos de la ballena azul. También de otras especies, no tan colosales, pero igualmente de grandes dimensiones.

Pero el carbono que contienen en sus estructuras no es su única ventaja como aliadas contra el cambio climático. En este estudio, sus autores señalan también la importancia de su dieta. Y es que, cada día, consumen el 4% de su peso en krill y plancton fotosintético. Es decir, una ballena azul consume más de 3 toneladas de estos alimentos; que, una vez digeridos, son depositados de nuevo en el mar a través de sus heces. Eso libera nuevos nutrientes para que crezca más krill y prolifere más plancton fotosintético. Es importante aquí recordar que durante la fotosíntesis se libera oxígeno. Además, las plantas y algas que la realizan captura carbono para su propio crecimiento. Por lo tanto, las ballenas no solo son almacenes de carbono. También, durante sus migraciones, se encargan de promover la liberación de oxígeno y la captación de aún más carbono.

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¿Qué ocurre cuando mueren?

Podríamos preguntarnos qué ocurre cuando mueren las ballenas. ¿Liberan todo ese carbono que han captado a lo largo de su vida? La respuesta es un sí. Sin embargo, lo que ocurre con ese carbono es que a medida que se descomponen el cuerpo se deposita en el fondo marino. Esto, según han explicado en un comunicado los autores del estudio, “complementa la bomba biológica de carbono, donde los nutrientes y los productos químicos se intercambian entre el océano y la atmósfera a través de complejas vías biogeoquímicas”.

En cambio, cuando se cazan, además de que la muerte se produce prematuramente, directamente se rompe el almacén de carbono, sin beneficios para el fondo marino. 

Por suerte, la demanda de carne de ballena está cayendo en todo el mundo. Eso está haciendo peligrar la supervivencia de algunos grandes balleneros, como el último que queda en Islandia. Pero sigue habiendo más. Y cada ballena que se caza es una tragedia medioambiental. Gracias a este estudio, existe algo más con lo que presionar para que, por fin, la caza de ballenas no sea más que el argumento de una novela de Herman Melville.