The Walking Dead, disponible en Disney+ y Star+, siempre fue una historia sobre la supervivencia. Pero, más allá de eso, también sobre la esperanza. Sobre los motivos para continuar, incluso cuando todo está perdido, en medio de las peores desgracias y momentos de horror. Su capítulo final no solo lo recordó, sino que supo celebrar — y, extrañamente, también conmemorar — lo mejor de su esencia. The Walking Dead llega a su final, pero no como una gran despedida. Después de todo, el mismo capítulo anuncia múltiples spin-off.
En realidad, el cierre de once años de un trayecto poderoso y sentido a través de un mundo apocalíptico evoca el poder de la voluntad humana. El que es capaz de cambiar el mundo, incluso solo a través de la bondad. El que atraviesa y sostiene la mirada hacia el porvenir desde la capacidad de reconciliarse con las sombras de su mundo interior. Un recorrido que el último tramo de la historia de The Walking Dead recuerda con elegancia.
Daryl, de nuevo, es el rostro de un tipo de heroísmo práctico y terrenal, atado a una mirada consciente sobre el poder de luchar contra la adversidad. No en vano, el episodio final de The Walking Dead comienza con los intentos del personaje por salvar la vida de Judith, moribunda después del disparo de Pamela Milton. Daryl corre a través de los pasillos del hospital de la Mancomunidad con la pequeña entre los brazos. Es su enfurecida necesidad de vencer a la muerte lo que brinda su primera gran secuencia al capítulo final. También, lo que recuerda que esto no es una historia en la que los vivos se enfrentan a los muertos, sino en la que la muerte es el enemigo a vencer. Siempre, en toda circunstancia.
Eso es lo que hace Daryl, que se disputa la vida de Judith con lo inevitable. La niña agoniza, pero se aferra con los ojos abiertos a la conciencia. Más allá, en las puertas de cristal, los caminantes se aglomeran, golpean con los puños cerrados. La muerte está cerca, pero Daryl está decidido a demostrar que un hombre común es capaz de enfrentarla. Un mensaje que el último capítulo de The Walking Dead remarcará una y otra vez.
La muerte y la vida en un equilibrio precario
Finalmente, Daryl claudica y termina por caer inconsciente al suelo. Es Judith la que toma el relevo y logra cerrar las puertas antes de que la manada de criaturas logre entrar. Después, pierde las pocas fuerzas que logró reunir y cae al suelo. La secuencia muestra entonces a la niña, tendida junto al hombre que ha luchado por mantenerla con vida como puede y con todos sus recursos. Se trata de una imagen poderosa, que resume el mensaje subyacente del episodio final de The Walking Dead. La desgracia y el horror nunca están muy lejos. Pero, al final, este grupo de sobrevivientes es capaz de vencer, incluso en las peores condiciones.
Cuando Daryl despierta, encuentra que Carol ha llegado y está a su lado. Luke sucumbió a una horda de zombis y agoniza unas camillas más allá. Judith también lucha por su vida, cada vez más exangüe y débil. “Pamela se llevó a los médicos y todo lo que pudo, estamos solos aquí”, explica Carol. En la habitación, el llanto por la muerte de Luke — inminente y, al final, una tragedia muda — llena el silencio.
Daryl, finalmente, toma una decisión. “Toma mi sangre”, dice enfurecido. “Sirve a cualquiera, mi madre la vendía. Ahora Judith la necesita”. De nuevo, la extraña polaridad del argumento, que va de un lado a otro entre el terror y el dolor, la luz y la oscuridad, es más evidente que nunca en The Walking Dead. Judith recibe la sangre del hombre que la ha cuidado por años y se aferra a la vida. La cámara muestra el cuerpo mutilado de Luke, abandonado en medio de la sala desordenada.
Para su capítulo final, The Walking Dead jugó con los contrastes. También con los matices de la imperiosa necesidad de vencer los horrores inmediatos. Rosita, Gabriel y Eugene logran rescatar a Coco para luego huir en medio de la posibilidad de ser devorados por un enjambre de voraces caminantes. De hecho, Rosita casi sucumbe en medio del apetito de los monstruos, pero logra liberarse.
Hay algo de poético en el ímpetu de supervivencia del personaje, que lleva a su bebé contra el pecho, que batalla con las manos abiertas y sin otra arma que la furia. Cuando finalmente está a salvo, The Walking Dead muestra de nuevo ese substrato duro y sensible que hizo a la serie un fenómeno. El horror de los zombis jamás podrá opacar el valor de los que se enfrentan a la zozobra con la única arma de la voluntad.
El cerco se cierra en el capítulo final de The Walking Dead
Pero, a media que el capítulo final avanza, la situación en la Mancomunidad se hace más compleja. Los caminantes rodean el hospital y el grupo que se refugiaba en el edificio debe escapar. El escape es accidentado, en medio de caminantes que ya no son solo bestias voraces. Uno de ellos toma una piedra y golpea el cristal de la puerta hasta lograr romperla. El mensaje es claro. Los monstruos evolucionan más rápido de lo que podría suponerse. ¿Una clave de lo que debe esperarse en los futuros spin-off? The Walking Dead no aclara, pero, aun así, el detalle resulta llamativo.
También el hecho de que la fractura en la unidad interna de la Mancomunidad termina por ser más evidente que nunca. A medida que los sobrevivientes avanzan en medio de las tropas armadas, algo queda claro. Todos necesitan comprenden que están del mismo lado, de los que huyen de la muerte y el miedo. Las rejas que Pamela Milton mantiene cerradas terminan por ser el punto de quiebre para la lealtad hacia ella. Mientras Maggie apunta a su cabeza, la mujer que se convirtió en la encarnación del poder dictatorial intenta mantener el control. “Disparen a cualquier que se acerque a esa reja”, grita mientras una multitud de ciudadanos permanece al otro lado y un enjambre de zombis se acerca.
Es entonces Gabriel el que toma la iniciativa. Con la misma dignidad estoica que definió a su personaje durante toda la serie, se enfrenta a la amenaza. Sin atender a las armas que le apuntan, sacude el metal hasta que el mensaje es claro. “¿Matar o sobrevivir?”, grita Daryl desesperado. La respuesta en The Walking Dead es evidente. Las tropas bajan las armas y la multitud entra a la seguridad de la Mancomunidad. Pamela Milton ha perdido todo el poder. También la facultad de ser un enemigo. Mientras es esposada, Maggie baja el arma y Negan deja claro lo evidente. “Para alguien como Pamela, perder el poder es peor que la muerte”.
Pero, para Pamela, la muerte tiene un rostro. Su hijo es uno de los caminantes que grita y extiende las manos entre las rejas. Su hijo, al que ella empujó hacia esa situación y que deja claro los errores que convirtieron a la Mancomunidad en una cárcel multitudinaria. Cuando Pamela está a punto de dejar que el que fue su hijo la devore, un disparo certero lo evita. Maggie acaba de salvar la vida de su enemiga y, al mismo tiempo, cerrar el espacio de rencor que la consumía, quizás durante demasiado tiempo.
Al final, todos los caminos conducen a la esperanza
The Walking Dead termina como comenzó: para su último tramo, la muerte de un personaje querido recuerda que el dolor es inevitable. Se trata de una muerte pacífica, lejos de las armas cargadas o de los dolores al otro lado de la multitud de caminantes. Pero que le recuerda a Eugene que la vida y la incertidumbre siguen siendo parte del mundo que ahora habita.
Lo mismo que reconoce Maggie, mientras recuerda a Glenn en uno de los momentos más conmovedores y poderosos del capítulo final de The Walking Dead. “Era hermoso, bondadoso. No puedo olvidar lo que me hacía sentir”, dice a Negan, sentados uno frente al otro. Los rostros muy cercanos, pero con una distancia infranqueable entre ambos. “Pero cuando te miro solo pienso en él, su rostro lleno de sangre. No puedo perdonarte”, confiesa. Negan escucha compungido, sin embargo, acepta la velada sentencia. Aun así, la posibilidad del spin-off que les reunirá a ambos queda en evidencia.
Para cuando transcurre un año, la Mancomunidad se ha transformado en el remanso de paz y alivio que siempre debió ser. Para los sobrevivientes es un oasis, un punto de encuentro que, sin embargo, no es el definitivo. Daryl comienza su propio trayecto, lejos del lugar en el que el último enclave de la civilización comienza a florecer, en una pequeña, espléndida y preciada primavera.
El tiempo regresa a su lugar
The Walking Dead termina mostrando a Rick y a Michonne en un diálogo a la distancia que uno y otro completan sin saberlo. Una escena en la que la producción recuerda a todos los ausentes, los asesinados, los personajes más queridos, su pérdida. Pero también las luchas, el poder del espíritu de lucha. Por supuesto, también el futuro, la búsqueda del ideal. Una mirada hacia lo que espera, quizás, no ya a esta historia que encontró su punto de equilibrio entre el bien y el mal. Si no la de tantas otras que esperan en el camino.
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The Walking Dead recorre un camino en círculos para alcanzar el punto de partida de su recordado piloto. El rostro de Rick, de nuevo, llena la pantalla. Pero esta vez sonríe. La búsqueda de su historia ha comenzado. Un recorrido que llevará a este universo en expansión hasta nuevos lugares y, en especial, una mirada más que poderosa a lo que espera a continuación.