¿Cuántas variantes tiene la fe? Ese es uno de los cuestionamientos que atraviesan El prodigio, de Netflix. Una película que en un primer momento se presentó como un relato siniestro y que, tras su visionado, convendría describir como una historia poética. Eso no le quita oscuridad a lo contado, pero es más preciso en relación con el tratamiento artístico y la interpretación de Florence Pugh y Kíla Lord Cassidy, las protagonistas.
Florence Pugh interpreta a Lib Wright, una enfermera a la que se le asigna la tarea de monitorear qué ocurre con una niña. Esa chica es Anna O’Donnell, interpretada por Kíla Lord Cassidy, sobre quien se reporta que desde hace cuatro meses no ingiere ningún tipo de alimento. Lo soprendente es que logra mantenerse en pie. Esto llama la atención de la iglesia, que se acerca a ella como si se tratara de una nueva santa entre los humanos.
A través de ambos personajes, con el poder religioso como eje, El prodigio le permite a Netflix contar una historia que gira sobre el pulso entre la ciencia y la fe. Ese eje le permite hacer referencias a otros temas, como la maternidad, el feminismo, el peso de la oralidad y los mitos en las sociedades, entre otros. Cada uno de ellos es sugerido o abordado a través de un delicado lenguaje en el que el color, el silencio y las composiciones tienen un valor notable.
El prodigio
El director Sebastián Lelio propone una historia en la que es necesario prestar atención a los detalles. Para contribuir ese objetivo, la actriz Florence Pugh ofrece una interpretación sólida como enfermera. Su meta es descubrir por qué una niña lleva meses sin comer. Durante su monitoreo, el personaje de Pugh va construyendo un vínculo con la pequeña y exponiendo el extraño mundo en el que ella habita. Un relato que puede entenderse como una crítica a la religión, a las historias sin sustento y al machismo. Todo esto se cuenta a través de un lenguaje cinematográfico refinado y propio.
El lenguaje cinematográfico
en El prodigio de Netflix
Sebastián Lelio es uno de los nombres propios de la industria cinematográfica en la actualidad. Aunque puede que su nombre no surja de forma sencilla en conversaciones cotidianas, se trata de un ganador de Oscar (Una mujer fantástica, 2017) y de un realizador que se deja notar en El prodigio de Netflix. ¿Cómo? A través de su lenguaje. En esta obra, el paisaje y el silencio tienen un papel relevante. Al director le interesa que sea entes activos.
Puede que por eso muchos de sus encuadres sean amplios, como queriendo que el espectador se pueda esconder detrás de un árbol o unos matorrales y así disfrutar de lo que ocurre. No pasa demasiado en cuanto a acción, pero sí sobre las relaciones humanas. Eso explica el valor de los diálogos y los diversos símbolos que se presentan a través de la historia.
Entre el lenguaje cinematográfico, acompañado por una dirección de vestuario notable, y las líneas del guion, va tejiendo un marco referencial propio. En él se describe el deseo de Lib Wright por cumplir con su labor en un mundo adverso a las mujeres. Su suerte es que, en ese viaje, termina experimentando una especie de reivindicación personal, oponiéndose al destino que le han asignado a Anna O’Donnell. Asignado, sí. Se lee bien. Porque esta niña, que desde el poder religioso es vista como una conexión con la divinidad, no tiene mayor poder de decisión sobre lo que ocurre con ella.
Florence Pugh
y la libertad simbólica de la película
Son cinco los hombres que, en un jurado, analizan desde una perspectiva religiosa qué ocurre con O’Donnell. Wright debe presentar los resultados de su monitoreo junto con una monja que hace de puente entre ambas partes: la científica, representada en la enfermera, y la divina, que está en su ropa y también en aquellos señores. Se trata de personajes que entran y salen con naturalidad y sigilo, en tránsitos en los que la cámara acompaña como una sombra.
Aceptando los juegos simbólicos y metafóricos que propone Sebastián Lelio, El prodigio de Netflix puede entenderse como un prisma. Cuando la luz lo atraviesa, se iluminan distintos temas. Esta película es una crítica a la fe divina, a las distintas religiones, al peso de los hombres sobre las mujeres, incluso sobre el rol de la prensa, y varios temas más. A través de una historia sencilla, Florence Pugh acompaña al espectador a descubrir las distintas potencialidades de esos temas mediante distintos hechos.
A través de ella no solo se descubre una cultura dentro de un momento histórico particular y en una región que parece abandonada por todo dios. También se muestra un crecimiento en el personaje que resulta, fiel a todo lo que la rodea, poético. Florence Pugh encarna a un pájaro que está por salir de su jaula. Su contexto está marcado por la tradición, el peso de los relatos (“sin historias somos nada”) y la ignorancia incapaz de cuestionarlos.
Pero cuenta con una debilidad
Es ella quien reconoce cuán turbia es la situación y el estado de vulnerabilidad en el que se encuentran las mujeres involucradas. También confronta sus códigos como enfermera para darle paso a la persona. Es ella quien descubre qué ocurre con Anna O’Donnell y decide tomar partido, aunque esto vaya a contracorriente de la fe divina y la ponga en peligro. Una de las imágenes finales de la película sirve para recrear lo anterior. Lib Wright, enfermera, aparece ante el jurado de hombres con las manos quemadas. Una metáfora que puede servir para contar cómo ella, en su acción, pone en riesgo sus propias creencias para dar paso a otras.
Aunque el ritmo de la historia es un punto débil. En ocasiones, algunos tramos del relato se prolongan más de lo debido. Si el espectador se distrae, El prodigio podría desencantarle porque es una producción en la que los detalles son clave. El riesgo, si eso ocurre, es perderse una película de autor. Tiene actuaciones destacadas y un guion atractivo y convincente. Quizá no sea la película para desconectar durante el fin de semana o al caer la noche. Pero sí es una historia que en otro momento podría hacer que el espectador se reconecte con el valor del cine.
El prodigio está disponible en Netflix desde el 16 de noviembre de 2022.