El 31 de octubre del 2010, la serie The Walking Dead estrenó su episodio piloto. La historia, basada en el cómic de Robert Kirkman, se enfrentaba a una rara disyuntiva: la de sorprender a los fans de un género sobreexplotado. Curiosamente, once años y 171 capítulos después, The Walking Dead se ha enfrentado en su final a la misma disyuntiva.

Por sorprendente que parezca, y a pesar de la erosión de temática y de público, su cierre fue tan fresco y original como su debut. De nuevo, The Walking Dead logró superar las expectativas y dar cierre a su histórico primer capítulo, considerado una obra icónica de la televisión. 

Con Rick Grimes atravesando Atlanta en una cabalgata mortal, el primer episodio de The Walking Dead marcó el tono y el ritmo de la serie. En su último episodio, Daryl (Norman Reedus) atraviesa un descampado de aspecto primaveral en motocicleta, rodeado de zombis como parte del paisaje.

Tanto una como la otra imagen narran el mundo en decadencia, pero, a la vez, la posibilidad de luchar contra lo inevitable. La estampa de Rick mientras huía de un enjambre de caminantes dejaba entrever que en The Walking Dead la supervivencia lo era todo. Con Daryl convertido en símbolo de un posible futuro incierto (y que narrarán los sucesivos spin-off) ambas versiones de la historia cuentan lo mismo. 

Un potente cierre para The Walking Dead

También demuestran que tanto el piloto como el capítulo final de The Walking Dead cierran una larga travesía prácticamente en el mismo punto. De hecho, el parecido entre ambas versiones de la realidad es tan evidente que el cierre de la serie muestra a Rick de nuevo como superviviente.

De pie, enfrentándose a lo que parece ser una situación que le desborda, su rostro llena la pantalla. También demuestra que The Walking Dead analizó a los sobrevivientes desde su impulso vital. Un recorrido elegante, bien construido y profundo que, a pesar de los inevitables traspiés de una serie de larga duración, concluye la historia con solidez. 

Primer y último capítulo, dos versiones de la esperanza

Para el piloto de The Walking Dead, el showrunner Frank Darabont tomó la decisión de narrar personajes matizados en lugar de un gran espectáculo zombi. Lo mismo ocurre con su capítulo final, en el que la amenaza de los muertos vivientes es cercana, pero el punto de mayor interés es el crecimiento de sus personajes.

Incluso Pamela Milton, la villana de temporada, termina su largo recorrido en una escena tan dolorosa como humana. Lo que emparenta al cierre con las intenciones del fallecido Darabont de crear una historia sobre hombres y mujeres en medio de una situación imposible.

Capítulo final The Walking Dead

Mucho de la impronta del antiguo showrunner es evidente en la muerte de Rosita — una espléndida escena íntima — o la redención solitaria de Eugene. De la misma forma que su primer capítulo, muestra el dolor de los sobrevivientes a una situación que les supera en todos los sentidos. Pero, a la vez, recuerda la posibilidad de que la naturaleza humana sea incluso más poderosa que un enjambre de monstruos asesinos. Si algo emparenta al último capítulo de The Walking Dead con su piloto es su cualidad de profundidad emocional. Ambos conservan la sensibilidad de explorar en la oscuridad y la luz interior de sus personajes. 

The Walking Dead, que en su primera temporada se anunció como una vuelta de tuerca al género zombi, se convirtió rápidamente en algo más singular. Con personajes emocionalmente destrozados en medio de una lucha cada vez más encarnizada contra la muerte, la serie marcó un hito en la naturaleza profunda de su premisa. Que su capítulo final comenzara con una escena en que el antihéroe Daryl tratara de salvar a Judith, hija de Rick, es toda una declaración de intenciones. También un recorrido que une la historia que comenzó con un hombre que atravesaba una ciudad desierta con la noción de su hija como último legado.

The Walking Dead final

The Walking Dead y su elegante final

The Walking Dead creció en su percepción del tiempo y la complejidad interior de sus propios conflictos. La última escena de su capítulo final muestra a los ausentes, los asesinados, los que sacrificaron su vida por un futuro incierto. 

Pero también a Rick, que narra en voz alta el tiempo como una línea que sostiene la sólida identidad de The Walking Dead como relato. En el piloto, el personaje cabalgaba por Atlanta porque sabía que había una posibilidad de encontrar a su esposa e hijo.

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En el episodio final, su rostro envejecido y lleno de toda la historia de la serie como una cicatriz visible, analiza el tránsito hacia un apocalipsis total. El personaje se convierte así en un emblema de la sensibilidad de The Walking Dead para rebasar una simple historia de género. A la vez, convertirse en un análisis de la naturaleza humana. Quizás su mayor legado para el futuro.