¿Quién fue Einstein? ¿Y Newton? ¿Y Fleming? Todos ellos fueron grandes científicos a los que, sin duda, podemos incluso ponerles cara. De hecho, cuando nos dicen que pensemos en un científico, puede que nos venga a la mente alguno de ellos. O, como mucho, cualquier señor en bata. Y precisamente por eso, si escuchamos nombres de conceptos científicos que fueron bautizados en honor a su descubridor, nuestro cerebro rellenará los huecos con la cara de un hombre. Difícilmente imaginamos que puede tratarse de mujeres científicas. Pero la vida da muchas sorpresas.

Por ejemplo, todos hemos oído hablar del virus Epstein-Barr, conocido por causar la mononucleosis o enfermedad del beso. Se deja ver que su nombre se debe a sus dos descubridores: Epstein y Barr. Michael Epstein e Yvonne Barr. El primero sí que es un hombre, pero la segunda era una mujer y descubrirlo suele ser sorprendente.

Eso es conocido por prácticamente toda la población, pues el virus que descubrieron está muy extendido. Sin embargo, en disciplinas mucho más específicas también hay casos similares. Por ejemplo, en bioquímica, sismología o química nos encontramos otros nombres similares. Sean de la rama que sean, siempre pasa lo mismo: cuando nos enteramos de que eran mujeres, nos sorprendemos. Y deberíamos pararnos a pensar por qué. 

Yvonne-Barr, una de las mujeres científicas que dejaron huella

En realidad, poca gente sabe que Epstein se llamaba Michael. El problema no es el desconocimiento hacia la persona, sino aquello con lo que rellenamos el hueco. Y, sobre todo, cómo nos sorprende descubrir que esa otra mitad es una mujer científica. Además, una muy buena.

Fue contratada por Epstein como ayudante, pero descubrió junto a él el virus que finalmente llevaría el nombre de ambos. Comenzó así una carrera muy prometedora en la virología que, lamentablemente, quedó en stand by tras su matrimonio. Como otras mujeres de la época, dejó la investigación para dedicarse a la enseñanza. Dio clases de ciencias y matemáticas en Melbourne, Australia, y se mantuvo en dicho puesto hasta su jubilación en 1993. 

Epstein, en cambio, siguió con su carrera investigadora y ganó múltiples reconocimientos, como la vicepresidencia de la Royal Society de Londres, la Medalla Real del Reino Unido o el puesto de miembro de honor del Wolfson College, de Oxford. Además, fue nombrado caballero en 1991.

Maud Menten, la mitad femenina de una constante

Dentro de la bioquímica se estudian las enzimas, que son proteínas cuyo papel es acelerar la velocidad de las reacciones. Para que esto ocurra, deben unirse a un sustrato del que luego se obtendrán uno o varios productos. Quienes hayan estudiado esta disciplina conocen bien la constante de Michaelis-Menten, que equivale a la concentración de sustrato con la cual la velocidad de reacción alcanza un valor igual a la mitad de la velocidad máxima.

Dicha constante recibe su nombre en honor a los dos científicos que la calcularon: Leonor Michaelis y Maud Menten. Aunque los nombres puedan llevar a confusión, Michaelis era un hombre, pero Menten sí que era una mujer. Y saberlo suele sorprender a quienes en su etapa educativa estudiaron esta constante. O incluso a quienes, por trabajo, la usan frecuentemente. 

Al contrario que otras mujeres científicas, Menten sí que dedicó toda su vida a la ciencia, aunque la compaginó con sus otras pasiones: los idiomas, la música y el arte en general. Calculó la constante junto a Michaelis en la Universidad de Berlín, pero después tuvo diferentes puestos como investigadores y profesora en la Universidad de Chicago y la de Pittsburgh. Su labor fue reconocida con la Canadian Medical Hall of Fame en 1998; pero, aun así, su nombre sigue siendo poco conocido.

Inge Lehman: desconocida a pesar de dar nombre en solitario

La discontinuidad de Lehman marca el límite entre el núcleo externo líquido y el núcleo interno sólido de la Tierra. En realidad, su nombre completo es el de discontinuidad de Wiechert-Lehman-Jeffrys, aunque se suele conocer solo con el segundo nombre. Es bastante curioso, pues los nombres que se eliminan son de dos científicos varones, Emil Wiechert y Harold Jeffreys, mientras que el que se suele mantener es el de una mujer: Inge Lehman.

Aun así, muchos geólogos estudian y utilizan esta discontinuidad sin llegar a saber quién fue Inge. Fue una sismóloga danesa que dedicó buena parte de su investigación a estudiar las redes sísmicas de Dinamarca y Groenlandia. Esto le llevó a convertirse en la primera jefa del departamento de sismología del Real Instituto Geodésico danés, un puesto que mantuvo durante 25 años.

Fue también la primera persona que postuló que el núcleo interno de la Tierra estaba dividido en dos partes, de ahí que, a pesar de que otros científicos estudiaron el límite entre ambas, generalmente sea su nombre el que perdure. Gracias a toda su investigación, en 1971 se le otorgó la Medalla William Bowie, considerada como la máxima distinción de la Unión Geofísica Americana.

Mujeres científicas detrás de sus maridos: Marie Anne Lavoisier

Todos hemos oído hablar de Lavoisier. De hecho, una de las leyes más importantes de la química, la de conservación de la materia, lleva su nombre. Y en su caso sí que sabemos quién fue, incluso puede que le pongamos cara: Antoine Lavoisier.

Sin embargo, lo que hasta hace poco no eran tan conocido es que, en realidad, en buena parte de sus descubrimientos participó también su esposa, Marie Anne Lavoisier. Por lo tanto, el apellido es compartido por dos personas. Afortunadamente, este nombre sí que ha ganado algo más de reconocimiento con los años, e incluso se puede leer la historia del matrimonio en algunos libros de texto y bachillerato, ahora que se empieza a dar más importancia a las mujeres científicas. De hecho, para muchas personas, ellos fueron los padres de la química moderna, de ahí que lo justo sea darles a ambos el reconocimiento que merecen.

Estos son solo algunos ejemplos que demuestran que nuestra mente está bastante contaminada en lo que a mujeres científicas se refiere. Cuando vemos un nombre, sea de la disciplina que sea, tendemos a pensar automáticamente que fue un hombre. Y esto no es más que otro ejemplo de la carencia que hay aún de referentes femeninos en ciencia. Sí que hubo muchas mujeres científicas, pero lo tuvieron tan complicado para ascender en sus carreras que, en algunos casos, aun persistiendo sus descubrimientos, sus nombres sí que fueron olvidados.

Por eso, la próxima vez que veas el apellido de un científico, intenta hacer el ejercicio de imaginarle sin prejuicios. Podría ser un hombre, pero también una mujer. Porque tanto los hombres como las mujeres científicas están igual de capacitados para pasar a la historia. Solo queda que nos mentalicemos en ser capaces de recordarles por igual. 

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