Desde su primer episodio, la serie Blockbuster deja claro que basará su premisa en una versión curiosa de la metanarrativa. Timmy Yoon (Randall Park) debe lidiar con un cliente que le recuerda que, para bien o para mal, la tienda para la que trabaja “pasó de moda”.
Más aún, que Netflix está en todas partes. Resulta toda una osadía que la plataforma se incluya a sí misma en la historia del último local del que fue uno de sus competidores cercanos. Al mismo tiempo, que pueda regodearse — desde una distancia curiosamente simple — de su caída y desaparición.
A partir de esa óptica, la producción de Netflix podría presumir de su franca autoconsciencia. Después de todo, es el relato de un lento desastre empresarial que abriría las puertas a lo que la plataforma es en la actualidad. El último vestigio de una forma de consumir entretenimiento que ya desapareció.
Blockbuster
Desde su primer episodio, la serie Blockbuster deja claro que basará su premisa en una versión curiosa de la metanarrativa. Timmy Yoon (Randall Park) debe lidiar con un cliente que le recuerda que, para bien o para mal, la tienda para la que trabaja "pasó de moda". El argumento hace énfasis en la cualidad de lo fugaz de todo lo que puede definir a una generación. Pero carece de la sutileza para que el mensaje sea algo más que una engañosa crítica casi edulcorada y sin mayor interés. La cámara del director Payman Benz observa con detenimiento los reconocibles anaqueles y los uniformes de los empleados de la cadena. La idea queda clara: la serie es nostalgia pura. Una elaborada combinación sobre la idea de cómo el mundo del entretenimiento canibaliza sus propios medios y, al final, devora sus propios símbolos.
Blockbuster, un gigante que se vino abajo
La serie carece de la audacia para hacer algo semejante. En lugar de eso, el argumento de Blockbuster hace énfasis en la cualidad de lo fugaz de todo lo que puede definir a una generación. Pero carece de la sutileza para que el mensaje sea algo más que una engañosa crítica casi edulcorada y sin mayor interés.
La cámara del director Payman Benz observa con detenimiento los reconocibles anaqueles y los uniformes de los empleados de la cadena. La idea queda clara: la serie es nostalgia pura. Una elaborada combinación sobre la idea de cómo el mundo del entretenimiento canibaliza sus propios medios y, al final, devora sus propios símbolos.
Blockbuster - la cadena - se niega a morir. Por lo que tanto Timmy como el resto de los escasos empleados que siguen en el local a pesar del naufragio empresarial asumen que vencer el desencanto es una forma de lealtad. Eliza (Melissa Fumero) le acompaña en la empresa de resistir. La química entre ambos personajes es obvia y, quizás, es su vínculo lo que brinda a la serie sus mejores momentos.
El buen humor como resistencia pacífica
Timmy es un soñador que está convencido de que, a pesar de la evidencia, el pasado puede coexistir con el futuro. Eliza tiene ciertas dudas de semejante idealismo, pero le acompaña como puede en la travesía de mantener abierto el local. La dinámica entre ambos deja claro que en Blockbuster lo realmente importante son las relaciones humanas. Mucho más cuando estos sobrevivientes a la veloz transformación del entretenimiento son un bastión de una rara forma de intimidad.
A la pareja se le unen Hannah (Madeleine Arthur), Connie (Olga Merediz) y Carlos (Tyler Alvarez), también alentados por triunfar contra el desencanto. Por último, Kayla (Kamaia Fairburn) es la voz del cinismo. Su personaje es el único consciente de que la importancia del local está reducida a la insistencia de Timmy en resistir a lo inevitable. Pero, incluso para ella, la odisea tiene algo de cruzada simple.
La serie explota, como puede, las diferencias entre el grupo de personajes y los pequeños antagonismos que surgen de forma inevitable. Blockbuster es una comedia que depende de su dinámica interna, pero carece de la audacia para crear una atmósfera menos predecible. Para su quinto episodio, ya es evidente que intentará sostener el discurso de luchar contra la adversidad. En el mejor de los casos, de evitar la dureza del cambio desde la buena intención y la amabilidad.
Nostalgia gana a criterio, aunque no en Blockbuster
Pero el guion de Vanessa Ramos, David Caspe y Jackie Clarke no tiene la solidez para combinar el humor con la nostalgia. Mucho menos lograr una producción que alcance la identidad propia, además de una mirada a sus puntos esenciales. Blockbuster pasa buena parte del tiempo en un intento de justificarse como producción, que no es otra cosa que la mirada de Netflix sobre su pasado inmediato. Por lo que, para su final, decae hasta convertirse en una mezcla blanda de la burla y el sentido de la identidad.
La combinación da como resultado una incompleta mirada sobre el paso del tiempo. En especial, cuando el argumento no olvida que explora la noción sobre la rápida evolución de la cultura pop en un ámbito doméstico. Pero, en lugar de escoger analizar a Blockbuster como un símbolo, lo hace como un gigante caído en desgracia.
Todo desde el humor referencial y los incontables guiños a la caída de un gigante empresarial por errores que se insinúan, pero nunca se muestran. El interés esencial de la producción es recorrer, una y otra vez, la percepción del pasado como fuente de sabiduría y el futuro, de incertidumbre.
Para su capítulo final, es notorio que Blockbuster está más interesada en hacer reír con chistes superficiales, que en explorar su peculiar punto de vista sobre la transformación social. De hecho, olvida por completo el punto central de su premisa en beneficio de una poco convincente sensación de inocencia perdida.
La serie parece tener la necesidad de recorrer el ingrato camino de recordar que, al final, los grandes emblemas de las décadas terminarán por caer. Pero lo hace con tan poco tino, y mucho menos ingenio, que termina por ser una colección de lugares comunes acerca de la identidad colectiva. Una oportunidad perdida para reflexionar en los cambios inminentes de la cultura pop y cómo afectan en mayor medida al mundo más allá de las multipantallas.