En American Horror Stories: Milkmaids, disponible en Disney+ y Star+, la paranoia es una dimensión densa del miedo. La historia, que transcurre el año 1750 en Nueva Inglaterra, utiliza el contexto claustrofóbico de una epidemia de viruela para narrar un tipo de terror silencioso. Por supuesto, se trata de un truco bien elaborado, que establece inmediatos paralelismos con la pandemia de la COVID.
Pero no se trata solamente de un giro narrativo que busca establecer hilos entre una percepción pesimista del futuro y algo más corrosivo. También es una mirada a la enfermedad como un monstruo sin rostro y, en especial, como una condición deshumanizante capaz de crear un tipo de violencia inédito.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, incorpora el elemento religioso y el terror corporal en una combinación implacable y repugnante. El resultado es una historia que va desde el delirio por la fe hasta el pánico que puede ocasionar la enfermedad como ente. ¿A qué estaríamos dispuestos para sanar?
American Horror Stories: Milkmaids
American Horror Stories: Milkmainds supera la idea simple de usar elementos cotidianos para apuntalar el terror. Su percepción extraordinaria acerca de lo que se esconde en el pánico colectivo, la vulnerabilidad y el dolor lleva el discurso del capítulo a regiones nuevas. En especial, cuando emplea el contexto histórico para construir la sensación aprensiva de un violento apocalipsis en puertas.
Los rigores de un miedo monstruoso en American Horror Stories: Milkmaids
La pregunta se repite en varias ocasiones en American Horror Stories: Milkmaids, pero no hay respuestas fáciles de asumir. De hecho, el argumento — una mujer santa capaz, en apariencia, de curar a través de su cuerpo — permanece en el terreno de lo inexplicable. Con un cierto parecido a la tenebrosa visión de Cronenberg en su planteamiento sobre lo orgánico temible, el capítulo es un recorrido por lo repulsivo.
También por lo aterrador que se vincula y se sostiene desde lo biológico y sus enigmas. No hay explicación al motivo de las santas curaciones que ocurren — ¿en realidad ocurren? — en la narración. Lo que sí está claro, es que American Horror Stories: Milkmaids desea profundizar en cómo la superstición puede superar cualquier abismo de racionalidad en los momentos más inesperados.
Un acierto que brinda al guion la concepción del tiempo y su interminable transcurrir como un ciclo destinado a repetirse. La histeria devota que narra la historia tiene mucho del miedo supersticioso a la ciencia actual. También, de la desesperación perenne y progresiva que provoca, antes o después, la debilidad y la fragilidad.
El miedo humano y la ferocidad que engendra
Durante buena parte de su colección antológica, American Horror Stories ha profundizado acerca de la naturaleza humana como fuente elemental de lo inquietante. De asesinos en serie a miedos terroríficos escondidos en medio de lo cotidiano. Su más reciente mirada al mundo tiene mucho de vanguardia narrativa y un planteamiento del terror como espectáculo humano.
No obstante, el giro de American Horror Stories: Milkmaids supera la idea simple de usar elementos cotidianos para apuntalar el terror. Su percepción extraordinaria acerca de lo que se esconde en el pánico colectivo, la vulnerabilidad y el dolor lleva el discurso del capítulo a regiones nuevas. En especial, cuando emplea el contexto histórico para construir la sensación aprensiva de un violento apocalipsis en puertas.
Todo mezclado con la concepción de lo sencillo que resulta la probable caída desde la normalidad tal y como la conocemos hasta el abismo del caos. El universo creado por Ryan Murphy, esta vez, infiere cómo los temores que usualmente se mantienen a la sombra pueden convertirse en armas. Cuando la Santa Celeste (Julia Schlaepfer) asegura que puede curar la viruela a través del pus que supura su cuerpo, el guion vincula lo milagroso con lo grotesco.
También con la búsqueda de una respuesta a lo terrorífico desde lo natural. Los cuerpos de los enfermos colapsan sobre camas sucias, los cadáveres en las calles, las heridas abiertas se muestran en repulsivos primeros planos. Pero es la cualidad de la mujer milagrosa, capaz — en apariencia — de hacer retroceder todos los horrores, lo que hace que toda la historia mantenga su sentido de lo fatal. La mujer, que es a la vez un vehículo de lo divino y una promesa, aunque no desde lo bello o lo beatífico, es una contradicción en sí misma. Tan espantosa e insoportable que termina por enlazar el dolor con la esperanza en una oscuridad retorcida que es, quizás, el punto más poderoso de American Horror Stories: Milkmaids.
American Horror Stories: Milkmaids y su inexplicable final
Por supuesto, con una premisa semejante, American Horror Stories: Milkmaids necesitaba una resolución a la altura de lo que plantea. Pero no solamente no lo logra, sino que, en mitad de su cada vez más oscuro argumento, decae en explicaciones simples sobre la superstición y el ocultismo. La singular visión sobre la fe retorcida, el cuerpo templo convertido en terreno del bien y del mal decae y, al final, queda inconcluso.
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American Horror Stories: Milkmaids es una combinación de grandes ideas que no logran vincularse del todo entre sí. En especial, en su inexplicable segundo tramo. Al final, la narración queda en medio de un blanco narrativo que, como suele ocurrir con AHS y sus historias, tiende a la confusión y al desorden. Con todo, el episodio antológico tiene suficiente fuerza para sostenerse a pesar de eso. También de elaborar y vincular ideas tenebrosas con una fuerza repugnante que rara vez puede verse en televisión. Un punto a su favor que subsana sus peores elementos.