No es buen momento para las tecnológicas. En términos laborales, el sector está viviendo su época más oscura. Creyéndose totalmente inmunes a cualquier tipo de crisis y esperando que el tirón de la pandemia siguiese su camino en positivo, las vacas flacas ya están aquí. Unas que se han traducido en miles de despidos. Twitter, Uber, Facebook y, por supuesto, Amazon han metido la tijera estos últimos meses. Casi 10.000 empleos perdidos que, además, se han cebado con una división en concreto y en eterna crisis: la división de voz Amazon Alexa.
Según adelanta Business Insider, la división creada para el asistente de voz de Amazon es un fracaso absoluto. Desde que naciese hace 10 años bajo el ala protectora de Jeff Bezos, el área ha ocupado la mayor parte de la atención laboral de los ingenieros de Amazon. Pero, a diferencia de otras divisiones, nunca ha logrado ser rentable. Sin un modelo de negocio viable, sus datos duplican en pérdidas a cualquier otro departamento de la tecnológica.
Ahora, parece que el tiempo se le está acabando al pionero de los asistentes de voz. Sin Bezos protegiendo a Alexa alojada en los Amazon Echo y con un ecosistema que pugna por rentabilizar cada dólar disponible, el futuro del asistente de voz pende de un hilo.
Los Echo de Amazon no sirven para lo que se crearon
El problema de la división que sostiene a Alexa, alojada en los Echo, es que nunca en sus 10 años de vida ha logrado crear un flujo de ingresos. Es más, sus pérdidas duplican a cualquier otra división de Amazon. Para este 2022, se espera que su cuenta de pérdidas alcance los 10.000 millones de dólares. Un récord que la tecnológica, ahora dirigida por Andy Jassy, no está dispuesta a seguir continuando.
Según ha adelantado el medio estadounidense a través de varias conversaciones con empleados del área de Amazon Echo, la situación de crisis viene de largo. Siempre había sido uno de los proyectos más protegidos por parte de Jeff Bezos, independientemente de su cuenta de pérdidas y ganancias, pero fue a partir de 2019 cuando la situación comenzó a torcerse. Se dejó de contratar a más personal y se congeló el flujo de dinero que absorbía su mantenimiento. Varias reuniones de crisis intentaron solucionar el problema de la monetización de los asistentes virtuales.
No era un problema de venta, ni mucho menos. De hecho, históricamente siempre ha sido uno de los más adquiridos para los usuarios. El problema es que estos no hacían lo que se suponía que tenían que hacer con los Amazon Echo. De ellos se esperaba que comprasen en el marketplace a través del Alexa. La poca fricción, al menos en teoría, animaría la intención de compra y con ello el gasto. Malas noticias, Amazon solo ganaba dinero –y ni eso– cuando vendía el Echo. Fin del negocio.
Esto coincidió, además, en una crisis de confianza respecto a los aparatos con asistentes virtuales. Acusados de escuchar conversaciones y almacenar información, pocos eran lo que confiaban en una Inteligencia Artificial –poco desarrollada– para hacer compras.
Fue tanto el descalabro, que ya por 2020, Amazon dejó incluso de hacer previsiones sobre los índices de venta o intención de compra de los usuarios a través de los Echo. Simplemente, no había confianza y, muy probablemente, no se iban a cumplir.
Ahora, con una reducción de plantilla considerable, hay dudas sobre la continuación a medio plazo de los Amazon Echo. Pese a que la compañía haya manifestado su intención de, al menos, mantener el área.
¿Se acabó la era de los asistentes de voz?
Fue hace una década cuando comenzó la batalla de los asistentes de voz. La imagen, vendida por cientos de películas de Hollywood, apuntaban a un futuro en el que un ente virtual tendría la capacidad de conversar con nosotros. 10 años más tarde, esa realidad sigue siendo lejana e incierta.
Pero con todo, Amazon lanzó la primera piedra presentando a Alexa. Ella sería la voz del marketplace más grande del planeta. A través de ella podríamos pedir cualquier cosa y llegaría a nuestra casa. El resto de tecnológicas pronto dieron réplica a Bezos. Google, con su Google Assitant alojado en un Google Home, Apple con Siri en los HomePod o los iPhone, Microsoft tenía a Cortana... Nadie quería perder su lugar en "la tecnología del futuro".
En España, Telefónica se sumó a la liga de los asistentes con Aura, el asistente virtual de su Movistar Home. Sherpa, la mayor incógnita del emprendimiento español, se sumó con un modelo de marca blanca para terceros. Ninguno de los dos terminó de cuajar en los usuarios.
La realidad es que 10 años después, nada era como nos habían prometido. La capacidad del comunicación de estos dispositivos sigue siendo escueta. De ser la promesa para hacer la compra, se quedaron para pedir una canción o consultar el tiempo cada mañana. Y si bien no deja de ser útil, esto no se traducía en lo que a las tecnológicas les importaba: conversión en compras y, por tanto, monetización.
La alta competencia y los problemas asociados, se tradujeron en una eterna guerra de precios. Tanto el Echo de Amazon como el Google Home de Google echaron por tierra sus precios; tanto que comenzaron a vender a precio de coste. Era fácil, incluso, que se regalase alguno de estos dispositivos en cualquier promoción. Algo que, quizá, en esos primeros momentos tenía sentido: con una masa crítica de usuarios, las divisiones quizá comenzasen a ser rentables. Eso no pasó y el tiempo comenzó a transcurrir en una lenta, pero inevitable, pérdida de ingresos.
Al igual que ocurriese con la realidad virtual hace una década –y todo apunta a que el metaverso seguirá su camino–, la burbuja terminó desinflándose. Quizá con una tecnología poco madura y llegando antes de tiempo, los asistentes virtuales tampoco han encontrado su lugar.