La última temporada de The Walking Dead se ha distinguido por aumentar la tensión en favor de la resolución de un duro conflicto de temporada. Si hasta ahora la Mancomunidad había sido una forma de comprender la devastación de un futuro probable, ahora también es un símbolo de las posibilidades. 

La probabilidad de la esperanza es un cambio sustancial en el argumento. En especial, en una serie que basó buena parte de su narración en la caída de la civilización y las múltiples formas en que esa versión del bien y del mal puede expresarse. 

Uno de los puntos más intrigantes de la temporada once de The Walking Dead es que sus personajes — los eternos sobrevivientes — cobraron tridimensionalidad. Pero más que eso, se hicieron más que meros requerimientos de una batalla en contra de la oscuridad de un mundo en ruinas. 

Algo que queda claro en el nuevo episodio, en el que todos los hilos narrativos conducen a un único lugar. Esa es, por supuesto, la forma en que Daryl y Carol lograrán salvar a los cautivos por la Mancomunidad. Ambos personajes, convertidos en un pilar fundamental para entender la dinámica de poder en The Walking Dead, alcanzan en la nueva entrega una curiosa tridimensionalidad. De solo salvadores, también son la forma en que la que el guion plantea los riesgos fuera de los supuestos vestigios de la civilización. 

Un salto al camino y lo imprevisible en The Walking Dead

¿Quiénes somos cuando todo está perdido? Daryl, investido de la rara autoridad obtenida a través de su evolución como cabeza visible de los supervivientes, es también un héroe a medias. Uno lleno de equivocaciones y momentos de confusión. Lo mismo que Carol. Tal vez por ese motivo, su decisión de enfrentarse de manera a la Mancomunidad tenga un valor simbólico tan considerable. Una percepción sobre como The Walking Dead mueve sus piezas hacia un final definitivo.

Gabriel, Rosita y Maggie son parte de la caravana de rehenes de la Mancomunidad. Lo cual, por supuesto, hace que la posibilidad de rescate y la huida se conviertan en algo incluso más complicada y difícil de llevar a cabo. Mucho más, cuando en el autobús que les acompañan, también viajan Ezekiel, Kelly, Negan. En uno de sus giros argumental predilectos, The Walking Dead logra construir una versión del peligro que además es emocional. Cualquiera que muera — y cada personaje está en riesgo — cambiará por completo el escenario que muestra el escenario. 

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Quizás por eso, la forma en que Maggie escapa resulta casi prodigiosa en su simplicidad. Pero no solamente es un hecho de fundamental importancia. Mientras Gabriel y Rosita aprovechan que un guardia cayó dormido para saltar a carretera, de nuevo Maggie es el emblema de las dificultades. Una y otra vez, The Walkig Dead brinda al personaje la oportunidad de mostrar hasta qué punto las acciones más sencillas son duras de afrontar.

Cuando finalmente Maggie escapa — en casi un prodigio de habilidad y azar — The Walking Dead subraya el gran mensaje de su temporada final. Vivir es una situación casual, sin orden ni sentido. Lo que espera, más allá de la constante batalla por evitar la simple eventualidad, la muerte, está fuera del control de cualquiera. No hay destino entre los condenados. 

Una muerte en el bosque

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Quizás, la escena más dura de todo el capítulo de The Walking Dead es la decisión ética a la que la supervivencia fortuita parece empujar a Maggie. Una vez lejos de sus captores, se tropieza en el bosque con un niño convertido en caminante. Para Maggie, de nuevo, la batalla por sobrevivir pasa por un tipo de sufrimiento que la serie muestra en una escena solemne y silenciosa. Daryl y Carol solo aguardan, desconcertados y sin atreverse a intervenir. 

Finalmente, cuando Maggie asesina al niño, la gran pregunta inevitable es a dónde conduce la inminente sensación de desastre. Del impulso que empuja a todos los personajes para avanzar hacia terrenos desconocidos y complicados. La cuestión se repite, una y otra vez, cuando Gabriel y Rosita se unen a los tres para juntos, ir al rescate del resto. 

Sabotear la vía del tren, de nuevo, es una visión casi simbólica de esta temporada accidentada, encaminada a la ruptura del statu quo de la Mancomunidad. Entre disparos, el peligro al acecho y un triunfo a medias, el grupo puede comprender lo evidente. Llegó el momento de atreverse a un objetivo mayor. Uno más necesario pero duro de alcanzar. 

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En especial, cuando el gran giro del capítulo se descubre. Para cuando los rehenes del convoy llegan a su destino: el campo de trabajos forzados al que se dirigen. Este nuevo campo de trabajos forzados al que llegan no es territorio desconocido para el argumento. Outpost 22, es lo que hasta hace unos años, solía ser la última esperanza, Alexandria. Una mirada de nuevo, a la idea que The Walking Dead cierra las últimas líneas de su recorrido hacia el final.