Hay algo muy paradójico en la lejía. Se insiste continuamente en no beberla, ni siquiera en sus versiones supuestamente curativas, pues puede ser muy peligrosa para la salud. Sin embargo, a veces vemos en el envase de algunas marcas el aviso de que es apta para la desinfección de agua de bebida. Es más, incluso se aconseja usarla para limpiar frutas y verduras. ¿Cómo puede ser esto?
Está claro que hay un factor clave en la dosis. No es lo mismo empinarse la botella de lejía, como cuando bebemos agua a morro, que usar la cantidad indicada en la etiqueta, ya sea para desinfectar agua o para lavar vegetales. Aun así, sigue siendo interesante que no todas las lejías valgan para eso. Al fin y al cabo, si todas fuesen adecuadas para desinfectar agua a dosis muy bajas, no sería necesario indicarlo en la etiqueta.
Y así es, antes de decidir desinfectar agua o bebidas hay dos cosas que debemos tener en cuenta. Por un lado, que no siempre es necesario desinfectar, ni con lejía ni de ninguna manera. Y, por otro, que para ello no vale cualquier lejía.
¿Cuándo debemos desinfectar el agua con lejía?
Generalmente, el agua que consumimos está desinfectada. Salvo en países que, por falta de recursos económicos, no tienen un saneamiento adecuado. El problema viene cuando se dan situaciones de emergencia como un huracán o un terremoto, en las que sí que puede que se vea afectado el suministro y sea necesaria la desinfección con lejía.
En cuanto a la fruta y la verdura, generalmente basta con lavarlas con agua. Eso sí, frotando bien cada pieza, no vale con ponerlas bajo el grifo sin más. No obstante, si van a comerlas personas inmunodeprimidas o embarazadas, sí que puede ser importante desinfectar. Y eso se hace precisamente con lejía apta para la desinfección de agua potable.
¿Por qué no valen todas las opciones?
Generalmente, se conoce como lejía el hipoclorito sódico, aunque en general hace referencia a cualquier sustancia en disolución acuosa con un fuerte poder oxidante, que se utiliza como desinfectante y blanqueante. Esto último es posible gracias a la presencia de cloro en su fórmula.
Esto, por lo tanto, no incluye solo el hipoclorito sódico que generalmente usamos para limpiar o lavar la ropa. También incluye el famoso dióxido de cloro que, supuestamente, lo cura casi todo. Todos ellos son peligrosos si se consumen. Pueden causar síntomas que van desde las náuseas hasta problemas respiratorios de diversa consideración. En los peores casos, si no se actúa a tiempo, puede incluso llegar a ser una intoxicación mortal. No obstante, si se siguen las dosis pautadas en la etiqueta de las lejías aptas para desinfección de agua potable, no debe pasar nada.
En cuanto a la causa por la que debe ser específicamente una lejía que lo indique en el envase, la clave está en los aditivos. Algunos componentes, como los perfumes o alcalinizantes, como la sosa cáustica, pueden ser mucho más peligrosos, incluso a dosis bajas.
De hecho, los alcalinizantes se usan para evitar que, en un ambiente muy ácido, se evapore parte del cloro y se pierda el poder blanqueador. El problema es que pueden afectar al poder antimicrobiano, por lo que se acompañan de concentraciones mayores de cloro. Si la propia sustancia ya es bastante tóxica y, además, conlleva una mayor cantidad de cloro, el producto final será mucho más peligroso, incluso a las dosis reducidas que se recomiendan para desinfectar el agua.
Por todo esto, la clave siempre está en no innovar y seguir las indicaciones del fabricante. Este tipo de productos han pasado por muchos controles. Al contrario que los que se venden como sustancias curativas milagrosas, por cierto. Por lo tanto, debemos centrarnos en lo que indique el etiquetado de las lejías comerciales. Es la única forma de que el consumo de lejía sea seguro.