Las Agojie, las llamadas Amazonas de Dahomey, son parte de un mito que las precede, incluso en su versión cinematográfica. Algo que la directora Gina Prince-Bythewood tiene en cuenta desde las primeras escenas de La mujer rey, que podrá verse en cines a partir del 14 de octubre.
Con una estilizada precisión visual, las secuencias iniciales de la película analizan el trasfondo de una historia que es una leyenda por su carácter excepcional. La cámara sigue de cerca a sus personajes y las contempla desde una distancia respetuosa. También, a sus habilidades, puro poder físico y voluntad convertida en un atributo que se muestra con el mismo orgullo que las cicatrices en la piel.
Pero, a diferencia de otras producciones en las que las mujeres muestran su fortaleza y capacidad física, en esta ocasión no se trata solo de destreza. Las formidables guerreras son implacables, pero también profesan una profunda lealtad territorial, poco usual en narraciones semejantes. La directora y el guion, de Dana Stevens, hacen hincapié en que este ejército bien organizado, con habilidades extraordinarias, no es un estereotipo. Tampoco es una idealización del poder femenino.
La mujer rey
La mujer rey se enfrenta a un escrutinio duro y cuidadoso acerca de su cualidad como mirada sobre una rareza estructural dentro del cine relacionado con eventos reales. ¿Hasta qué punto la ficción puede reinventar la Historia? Por otro lado, ¿necesita hacerlo para sustentar sus puntos más fuertes? ¿Cuál es el hilo que separa la rigurosidad de la crónica de la ficción cinematográfica? La película se enfrenta a los cuestionamientos anteriores con una puesta en escena sólida y una brillante ejecución de un guion sofisticado. La trama no se limita a contar la noción sobre la fortaleza de un territorio asediado por contradicciones.
La mujer rey es un escenario complejo para analizar grandes historias
Con una intención evidente de crear su propio mensaje acerca de la grandeza moral de su personaje, la película se interesa por sus grises morales. En La mujer rey no hay héroes ni villanos. Al menos, no tan evidentes, claros o notorios como cualquier épica histórica suele mostrar.
En esta ocasión, es una batalla de intereses ideales que se entrecruzan con otros más pragmáticos. Nanisca (Viola Davis) es una general en funciones, con todo el conocimiento y la experiencia para saber el significado de las peligrosas fracturas que rodean al trono. Algo que nota a medida que la forma en que se detenta el poder se hace más violenta, más cercana a una complicada percepción de la crueldad.
Por otro lado, Amenza (Sheila Atim), Izogie (Lashana Lynch) y Nawi (Thuso Mbedu) son percepciones de la misma connotación del poder físico y la lealtad. Todas tienen lugares propios, un espacio que el argumento se permite desarrollar con cuidado en toda su singular percepción sobre el tiempo.
John Boyega representa al peso de la herencia, corrompido de manera inevitable. El rey Ghezo no está a la altura del regimiento que lo sostiene y protege, y uno de los puntos de mayor interés del guion es la forma en que el contraste es evidente. Es justo en ese contraste donde La mujer rey cae en el maniqueísmo y se confronta con la idea central.
El argumento intenta mostrar que Dahomey pudo — debió — tener un papel más activo de rechazo a la esclavitud. Pero la historia parece no tener tanto peso como la opinión en la periferia de la producción. El resultado es una confusa versión sobre un punto frágil y complicado que amenaza la elegante narración de La mujer rey.
El poder del trono y sus lugares oscuros
En realidad, La mujer rey es una búsqueda consciente sobre el elemento que une a la leyenda histórica con complejas percepciones sobre la raza. También, de la identidad y la pertenencia cultural. Todos temas que en la actualidad rozan otros tantos especialmente sensibles.
Quizás, por ese motivo, la épica rozó una incómoda polémica sobre su rigurosidad histórica. Acusada de justificar la participación del reino de Dahomey con la esclavitud o, en el mejor de los casos, disculparla, La mujer rey recorre lugares complicados.
Tanto en pantalla, como en el contexto que la rodea, la película ensalza a las Agojie como un tipo de elaborado poder que destruye prejuicios evidentes. Pero ¿resulta creíble el argumento siendo, como es, una versión libre de un hecho histórico? ¿Cómo apuntalar una producción que intenta reconstruir ideas y que no parece incluir los puntos oscuros que podrían hacerlas tridimensionales?
La mujer rey se enfrenta a un escrutinio duro y cuidadoso como mirada sobre una rareza estructural dentro del cine relacionado con eventos reales. ¿Hasta qué punto la ficción puede reinventar la Historia? Por otro lado, ¿necesita hacerlo para sustentar sus puntos más fuertes? ¿Cuál es el hilo que separa la rigurosidad de la crónica de la ficción cinematográfica?
La mujer rey y el dilema de la verdad
La película se enfrenta a los cuestionamientos anteriores con una puesta en escena sólida y una brillante ejecución de un guion sofisticado. La trama no se limita a contar la noción sobre la fortaleza de un territorio asediado por contradicciones. Esta versión incompleta acerca del reino Dahomey y su regimiento femenino no es solamente una abstracción destinada a celebrar una rareza antropológica. En realidad, es una exploración sobre el símbolo que fue el reino en el África occidental entre los siglos XVIII y XIX.
El regimiento de mujeres guerreras se analiza desde una mirada a una serie de temas complejos que, casi de forma inevitable, le hacen rozar la controversia. Desde la fortaleza femenina (en especial, el poderío militar de la mujer, un tópico cinematográfico casi inexistente), hasta las manipulaciones de la influencia política.
La mujer rey tiene la suficiente inteligencia narrativa para plantear varios escenarios que confluyen en la posibilidad de una excepción en el devenir de la Historia. Más allá de la deslumbrante posibilidad de un imperio africano fuera del alcance del hombre blanco, la condición de Dahomey es insular. También, una construcción precisa sobre las posibilidades de un escenario poco usual en los dramas históricos al uso.
Pero falla en su necesidad de justificar sus errores y contradicciones y en el hecho de que su apego a lo histórico es circunstancial. La mujer rey pende de un delicado equilibrio que termina por decaer en su último tramo. De nuevo, la pregunta sobre si la ficción cinematográfica puede por necesidad ser considerada rigurosa es pertinente en este caso. Mucho más, con la evidente necesidad de la película de sostener la brillante condición del tiempo, el bien y el mal como un escenario que cambia con rapidez.
Al final, todos los mensajes se mezclan entre sí
¿Es manipuladora y poco veraz La mujer rey? Lo es en la medida que no profundiza en puntos controvertidos y convierte la película en una serie de miradas cruzadas sobre temas críticos. Tal vez, es su ambigüedad lo que la hace menos creíble y mucho menos contundente de lo que podría ser.
Para su último tramo, el formidable ejército femenino es una celebración a un tipo de mujer cinematográfica que pocas veces llega a la pantalla grande. Aun así, La mujer rey pierde su simbólica trascendencia en medio de mensajes inconsistentes sobre tópicos complejos. Quizás, su punto más duro de asimilar.