Esta historia comienza mucho antes de que naciesen los smartphones, antes de Apple, Samsung y de cualquier otro dispositivo que Xiaomi, en su eterna innovación, pusiese en el mercado. Comienza solo cuatro años después del mismísimo nacimiento de Internet. En 1987, España –y más concretamente en localidad madrileña de Tres Cantos– tenía una de las mejores fábricas de semiconductores del mundo. Sí, por aquel entonces ya empezaban a ser un recurso esencial. Sí, esa misma que ahora estamos intentando volver a crear con los fondos europeos en forma de PERTE de microchips o semiconductores. Y sí, esa misma que se terminó dejando caer en 2001 para llevarse el negocio a un mercado asiático mucho más rentable.

A finales de los 80, España aún estaba intentando recuperarse de décadas de atraso. A nivel económico, social y político, el país aún tenía muchas cuentas pendientes. Ni que decir tiene que en lo tecnológico estaba todo por hacer; por no tener, España no tenía ni política medioambiental para nuevas industrias. Pero ya por aquel entonces se sabía de la importancia del sector. Con una fuerte intermediación política, se logró atraer a uno de los grandes en el negocio de los semiconductores.

La norteamericana AT&T, probablemente atraída por un régimen fiscal mucho más laxo que en su tierra natal, elegía Tres Cantos para su primera fábrica fuera de sus fronteras. Una que se acogió al reglamento medioambiental más potente del momento: el de California. Lo que más tarde se conocería como Lucent, una división de AT&T dedicada a la gestión de los sistemas de comunicación y que más tarde pasó a llamarse Agere en su división de semiconductores, supuso un antes y un después para la región.

Puso a Tres Cantos en el mapa y atrajo a un sinfín de compañías tecnológicas que, a día de hoy, forman parte de Parque Tecnológico de Tres Cantos. La fábrica de semiconductores de finales de los 80 había logrado de forma espontánea lo que hoy se está intentando buscar a golpe de talonario: crear todo un ecosistema.

Un conocimiento olvidado y tirado a la basura

Con casi 1.000 empleados, la fábrica de semiconductores de Tres Cantos era un hito en la región. Con Jaime Martorell Suárez a los mandos para crear la fábrica, hubo que crear una mano de obra que, hasta entonces, no se podía encontrar en el país. AT&T tuvo que enviar a tres decenas de trabajadores a Estados Unidos para entrenarse en alguna de sus plantas de semiconductores locales. Después, estos serían la punta de lanza para las siguientes capas de empleados de Tres Cantos.

Al momento de cerrar la fábrica, en 2001, estos cientos de trabajadores altamente cualificados tuvieron que reconvertir su carrera. No había un proyecto similar en el país, por lo que no había hueco para su experiencia. Tampoco en el resto del continente. Ya a principios del nuevo milenio, la tendencia a la deslocalización tecnológica era una realidad y Asia empezaba a ser la potencia que ahora, dos décadas después, estamos intentando desmontar.

Ahora, más de 30 años después de la primera piedra de la fábrica de semiconductores de Tres Cantos, la cuestión del talento vuelve a ser un problema. Con un ecosistema productivo migrado a Asia, pocos son los que dominan esa rama de la tecnología en España. El reto de la futura planta será, además de encontrar socios y proyectos, disponer del personal cualificado.

Sí, también hubo barra libre de fondos públicos para la antigua fábrica de semiconductores

Aún había pesetas. Muchos de los que lean esto, quizá, no habían nacido cuando estas aún estaban en curso. Por aquel entonces, la fábrica de semiconductores de Tres Cantos costó 100.000 millones de pesetas, lo que hoy serían algo más de 600 millones de euros sin tener en cuenta el cambio de valor del dinero. Posteriormente, Lucent hizo una inversión de 240 millones de euros (40.000 millones de pesetas). Del total de la inversión de la fábrica, 10.000 millones de pesetas (60 millones de euros) corrieron a cargo de los gastos públicos. Fue una gran inversión público-privada para una época en la que el sector, a ojos del mundo, aún no tenía la importancia que tiene hoy en día.

Ahora, el PERTE de microchips quiere revalidar la apuesta para resarcirse de los daños cometidos, también bajo las manos de Jaime Martorell Suárez. En un intento de revalidar su éxito de hace más de 30 años, en esta ocasión sabe de lo necesario y complicado del asunto. "Asia puede crecer más rápido porque tienen la base ya creada y en España tenemos que hacerla desde cero, pero estoy convencido de que tendremos algo sólido de aquí a 5 años", contaba en el encuentro de Santander de Ametic a finales de verano a los medios.

La caída de la producción asiática por la crisis del coronavirus, así como el incremento de los precios de transporte, ha dado mucho que pensar a los políticos europeos. La misión ahora es crear sus propias fábricas de microchips. En el caso de España, está previsto que esto movilice 12.250 millones de euros en inversión hasta 2027, y con ello incentivar la inversión privada. ¿Problema? Aún está por ver qué empresas privadas son las que se postulan a poner su fábrica de semiconductores en España. Porque si el caso de Tres Cantos funcionó durante un tiempo, fue precisamente porque los factores siguieron el curso inverso. Primero la empresa, luego los fondos.

Se olvida, además, el detalle del tiempo que cuesta hacer una fábrica como la que se necesita en este momento. Asia lleva décadas preparándose para ello y fue precisamente la falta de innovación –además de otros factores– lo que se llevó por delante el sueño de Agere. Pese a que en 1987, la sede de Tres Cantos era innovación pura, para el año 2000 sus instalaciones ya iban quedándose obsoletas a las nuevas tendencias del mercado. Ponerla a punto hubiese costado 2.000 millones de dólares de la época. Nadie, y la historia así lo ha demostrado, quería acometer una inversión que, a día de hoy, sería de obligado cumplimiento para cualquier fábrica de semiconductores que quiera seguir a la vanguardia.

A principios del siglo XXI ya hubo una crisis, pero por falta de demanda

El cierre de la fábrica de semiconductores de Tres Cantos podría decirse que fue de la noche a la mañana. En noviembre del año 2000, Agere tenía cubierta su oferta al 100 %. Cerraban un año récord para la planta con una facturación de 180 millones de euros y 18 millones de euros en ingresos. Su foco en la creación de semiconductores para el sector de las telecomunicaciones y ordenadores personales tenía sus réditos. Y eso fue mucho antes de la estandarización de los Nokia, Alcatel o Motorola como teléfonos móviles.

Pero en junio de 2001 sus cifras descendieron a los infiernos. No lograban superar el 25 % de su total de producción. Y con unos márgenes totalmente ajustados, la decisión para Agere –que seguía participada en un 58 % por Lucent– no tardó en llegar. Venta de las instalaciones, que no traslado del personal, o cierre. Cualquiera de las dos opciones terminaba de la misma manera para los empleados. Ya por aquel entonces se mencionó un posible rescate público, pero la suerte ya estaba echada con la migración del los semiconductores a Asia, lo que suponía unos costes de producción mucho mejores.

Es decir, la crisis de demanda distaba mucho de ser la que hoy tenemos sobre la mesa. Era una cuestión de costes que, por aquel entonces, muy difícilmente podía combatirse. Los fabricantes, atraídos por las mejoras económicas de Asia, lo tenían claro. Es más, 2005 se anunció como el año récord –de aquel momento– en la venta de semiconductores, superando al imbatible año 2000. Los iPod shuffle y Nano empezaban a inundar el mercado, Intel, Samsung o Hynix ya estaban sacando productos cada vez más sofisticados.

Fue finalmente BP la que adquirió las instalaciones de la fábrica de semiconductores de Tres Cantos para un fin un muy diferente: una fábrica de paneles solares. Cuando la burbuja del sol empezaba a asomar en el sector energético. La realidad es que, a día de hoy, lo que fuese el orgullo de un incipiente ecosistema tecnológico nacional, ha terminado siendo un cadáver. Ni semiconductores, ni paneles solares. Solo el recuerdo de lo que pudo haber sido ahora que el mundo acusa de su mayor crisis tecnológica en la historia.

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