En al menos dos de sus grandes escenas, Ámsterdam, de David O. Russell, que se estrena en cines el 28 de octubre, rinde tributo al Hollywood dorado. Hay un despliegue de escenografía con cuidado detalle histórico, grandes diálogos emocionantes y actuaciones sólidas. En especial, cuando Burt (Christian Bale), Harold (John David Washington) y Valerie (Margot Robbie) están juntos. La química entre los actores brilla y las secuencias se convierten en una mirada a un mundo idílico y encantador que recuerda tiempos más amables y emocionales. 

No obstante, ya sea porque el director es incapaz de sostener una historia basada puramente en la esperanza o por su desordenado guion, la película falla. Lo hace al caer en una serie de lugares comunes, tan confusos como carentes de sentido, forma y profundidad. Mucho más, cuando analiza su historia desde la concepción del bien absoluto en enfrentamiento con un enemigo difuso y poco claro. 

El resultado es un relato sin sentido o forma que, en buena parte, decae como conjunto de planteamientos. Ámsterdam va de un punto a otro, sin lograr relatar con profundidad el sentido de su argumento. ¿Se trata de una oda a la amistad? ¿De una mirada curiosa a un evento insólito de la historia norteamericana? ¿Tal vez una fantasía arrebatadora sobre la belleza y el poder del amor? El argumento no se decide por ningún punto y termina por decaer hasta convertirse en una mezcla de escenas inconexas cada vez más torpes y caóticas.

Ámsterdam

En al menos dos de sus grandes escenas, Ámsterdam, de David O. Russell, rinde tributo al Hollywood dorado. Hay un despliegue de escenografía con cuidado detalle histórico, grandes diálogos emocionantes y actuaciones sólidas. La química entre los actores brilla y las secuencias se convierten en una mirada a un mundo idílico y encantador que recuerda tiempos más amables y emocionales. No obstante, ya sea porque el director es incapaz de sostener una historia basada puramente en la esperanza o por su desordenado guion, la película falla. Lo hace al caer en una serie de lugares comunes, tan confusos como carentes de sentido, forma y profundidad. Mucho más, cuando analiza su historia desde la concepción del bien absoluto en enfrentamiento con un enemigo difuso y poco claro.

Puntuación: 2.5 de 5.

La película que pudo ser una obra de arte y no lo fue

La película Ámsterdam tiene todo para ser un clásico contemporáneo. Al menos, esa es la premisa inicial que sostiene a esta producción de envergadura y uno de los estrenos más esperados del año. Por un lado, tenemos un director oscarizado como David O. Russell a la cabeza. En el otro extremo, un reparto que incluye, quizás, a los mejores actores y actrices de la generación más joven de Hollywood. Para hacer la fórmula más certera, la producción incluso contó con la cantante Taylor Swift en un papel a su medida.

Pero eso no fue suficiente y Russell contó también con secundarios de lujo. Todos encarnados por un grupo estelar de intérpretes que van desde el comediante Mike Myers hasta el ganador del óscar Rami Malek. La historia, basada en una idea original del propio director, está construida para celebrar la bondad, el optimismo y esperanza

¿Qué podía fallar en una combinación semejante? En realidad, no hay una sola pieza de este tedioso mecanismo para hacer sonreír que tenga la fuerza suficiente para sostener el conjunto. La historia de Burt, Harold y Valerie es anacrónica en sus buenas intenciones. También, un artefacto nostálgico con un apartado visual que deslumbra por su precisión y elegancia. Pero ambas cosas combinadas tienen un aire incompleto, irregular y, al final, decepcionante.

En concreto, cuando analiza todo el sustrato acerca de un crimen misterioso desde un humor infantil y carente de ingenio. Las buenas intenciones del trío de amigos en busca de redimir su pasado y, además, resolver un crimen peculiar son tan triviales como tediosas. Para su segundo tramo, Ámsterdam pierde por completo su escaso tono humorístico para convertirse en una combinación poco afortunada de sucesos inexplicables.

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Ámsterdam, de la risa al aburrimiento con excesiva facilidad

Para su artificioso final, la película se convierte en una incomprensible combinación de hilos narrativos. Ámsterdam intenta elucubrar sobre lo que provoca que actuemos según lo que consideramos correcto, a pesar de las consecuencias que eso pueda ocasionar. Incluso, a pesar del peligro que pueda suponer. 

A la manera de Billy Wilder o George Cukor, Russell desea mostrar los extraños caminos de la compasión, la diversión despreocupada y una risueña mirada a los problemas del mundo. Pero la premisa es tan amplia que decae hasta desaparecer, mientras el guion va de un lado a otro sin objetivo ni motivo. Los personajes decaen en interés al contradecir sus impulsos más evidentes o solo convertirse en caricaturas. Aún peor, en ser meras piezas para profundizar en un tópico banal que la película no logra profundizar. 

Cuando llega a su escena final, queda claro que Ámsterdam es un manifiesto emocional, que proclama que el amor salvará el mundo. Pero el argumento de Russell carece de sustancia, corazón y encanto para una proeza semejante. Tanto como para convertirse en un fracaso evidente de forma y de fondo. Quizás, una de las peores decepciones del año.