¿Qué nos produce miedo? Es una pregunta que Smile, de Parker Finn, se hace varias veces y desde diferentes puntos de vista. Pero, en particular, es una cuestión que la película no aborda solo desde lo sensorial. Para el director, lo siniestro y tenebroso tienen múltiples rostros y es ese ligero, pero importante, matiz lo que sostiene la tensión. 

A la vez, es lo que le proporciona, quizás, su extraña ambigüedad. La película es una exploración sobre un hecho sobrenatural que se enlaza con una serie de muertes misteriosas.

La combinación entre suspense y terror es lo suficientemente brillante como para ir de un lado a otro de lo que parece una historia amplia. ¿Qué es lo que acecha a la psiquiatra Rose Cotter (Sosie Bacon) y que parece encontrarse en todas partes?

Smile

Smile juega con todo tipo de posibilidades y permite al espectador seguir un tránsito hacia la oscuridad. La maldición - o lo que sea que Rose descubrió casi por accidente - aguarda entre las sombras. Peor aún, es una alternativa que podría llevarle también a descubrir partes de sí misma por completo olvidadas. "¿Qué hay allí?", pregunta el personaje. No a una escalera oscura, a un sótano lóbrego o a un paisaje desolado. Le pregunta al espejo, a su propio reflejo. A la sonrisa que - quizás - comienza a dibujarse en su rostro.

Puntuación: 4.5 de 5.

Una extraña mirada a la oscuridad interior

Más inquietante aún, ¿se trata de algo real o de un juego retorcido de su mente? Durante buena parte de su primera media hora, Smile ordena las piezas de su argumento para narrar una idea compleja. ¿Qué se esconde en lo que nos atemoriza? ¿Un trauma, la posibilidad de que nuestra mente sea capaz de engañarnos de forma violenta y abrumadora?

Finn no responde de inmediato a las preguntas y la película atraviesa terrenos complicados del suspense. Poco a poco, la tensión dentro del argumento aumenta hasta lograr un sentido de desorientación escalofriante. 

Lo hace con una inusual pulcritud, que convierte a la búsqueda de respuestas de Rose en una extraña mirada a la oscuridad interior. Después de que una paciente se suicidara en su consultorio en una situación incontrolable, la psiquiatra necesita comprender qué ocurrió. Al menos, profundizar en el fenómeno que parece rodear no solo la serie de espeluznantes de asesinatos, sino también a cada una de sus víctimas antes de morir. 

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Smile, un conjunto de escalofriantes sonrisas

Rose asume que lo que sea que llevó a su paciente a suicidarse fue de naturaleza psiquiátrica. En el peor de los casos, un tipo de trastorno que comparte con otros tantos casos parecidos. Sabe bien que un hecho semejante casi nunca es casual. Su madre se suicidó cuando era pequeña y el suceso la acecha como un espectro psicológico con el que le lleva esfuerzos lidiar. De modo que, tratar de comprender lo que ocurrió en su consultorio — y frente a sus ojos — es un buen medio para, quizás, expiar sus temores. 

Pero, a medida que Rose recorre un singular trayecto de pistas cada vez más tenebrosas y retorcidas, se encuentra rodeada de caras sonrientes. Sonrisas estáticas y heladas que solo ella puede ver. La salvedad del narrador poco fiable convierte a la película en una extraña percepción sobre la realidad. ¿La psiquiatra está atravesando un cuadro tan inexplicable como el de su paciente? ¿Es acaso una reminiscencia de la muerte de su madre? Rose mira los rostros de sonrisas tensas y se niega a creer en la posibilidad de algo sobrenatural.

El horror de lo invisible y silencioso en Smile

No obstante, el mal a su alrededor — y es brillante la forma en que la película conduce a su conclusión — es imparable e implacable. Tan violento como para que las muertes, que ocurren una detrás de otra, dejen la señal evidente de un único camino. Rose debe profundizar en lo que no se atreve a mirar. En aquello que, casi sin quererlo, la vincula con su paciente muerta y con las otras tantas víctimas que la precedieron. Quizás se convierta ella misma en una víctima muy pronto. 

Smile

De la misma manera que The Ring de Gore Verbinski — a la que recuerda en tono y densidad de la narración —, Smile relata una maldición. Una que se perpetúa, se hace más fuerte y brutal, a medida que obtiene poder de la muerte. Puede parecer una premisa habitual en el cine del terror, pero Finn encuentra la manera de enlazar la idea con algo más elemental. La percepción de la pérdida y el sufrimiento como motor elemental de algo siniestro, sin nombre y siempre al acecho. 

Cuando el terror es un espejo

Finn juega con la posibilidad de que la realidad que muestra la película no sea del todo confiable. La sensación de delirio está ahí y se mueve de escenario en escenario. Mientras, Rose trata de encontrar una manera de desafiar la condena invisible que la persigue. Como todos los argumentos que incluyen una condena que debe ser detenida a fuerza de descubrir su origen, Smile depende de la urgencia de respuestas. De modo que brinda a su personaje tiempo y recursos para la investigación. 

Pero, a la vez, no olvida que la pregunta no es, en realidad, qué está provocando asesinatos cada vez más grotescos y espantosos. El gran interrogante se plantea desde la primera escena es ¿cuánto podemos confiar en la versión de Rose acerca de lo que la rodea? Es entonces cuando el guion se hace circular. La protagonista debe lidiar con el peligro que la acecha y, en particular, encontrar una posible respuesta. Pero, cuando lo hace, solo es una capa de la naturaleza real del horror. 

Smile

Smile juega con todo tipo de posibilidades y permite al espectador seguir un tránsito hacia la oscuridad. La maldición — o lo que sea que Rose descubrió casi por accidente — aguarda entre las sombras. Aún peor, es una alternativa que podría llevarla también a descubrir partes de sí misma por completo olvidadas. “¿Qué hay allí?”, pregunta el personaje. Pero no a una escalera oscura, a un sótano lóbrego o a un paisaje desolado. Se lo pregunta al espejo, a su propio reflejo. A la sonrisa que — quizás — comienza a dibujarse en su rostro.

Con una habilidad que sorprende, Smile logra guardar sus secretos el tiempo suficiente para provocar miedo real. Una salvedad que la película construye a fuerza de crear una atmósfera irrespirable y cada vez más dura. Un logro mayor en una época en la que el cine de terror se ha convertido en una mezcla inevitable de lugares comunes trillados.