Rhaenyra tiene un deber con el Trono de Hierro. La primera escena del sexto capítulo de La Casa del Dragón, ya disponible en HBO Max, lo demuestra y lo deja claro. Diez años han transcurrido desde su matrimonio y el tercer varón de la familia nace de la heredera. Solo que no se trata de un Velaryon, sino un Targaryen. Una sutileza que el argumento recordará, una y a otra vez, a lo largo del más duro y singular de todos los capítulos estrenados hasta ahora.
La reina Alicent se ha convertido en un pilar en una corte débil. Viscerys I languidece y es la hija única de Otto Hightower la que lidia con lo que ocurre en el círculo de la corte. Es ella la que ordena a Rhaenyra llevar a sus brazos al bebé recién nacido. También la que la recibe, la que sostiene al nuevo integrante de la casa real entre los brazos.
Pero más inquietante aún: es la que deja clara la primera grieta en la Casa de los Targaryen. “Procura que la próxima vez se parezca a ti”, susurra furiosa a Laenor, que sostiene al niño entre brazos. Con esa única sentencia, el abismo entre las facciones de la dinastía con fuego en las venas comienza a ser más evidente que nunca.
El sexto capítulo de La Casa Del Dragón marca un antes y un después en el transcurrir de la serie. Rhaenyra se convirtió en una mujer y en una extraña para su corte. También en una heredera que debe forjar alianzas o evitar que la reina le aventaje en influencia.
La Casa del Dragón es la nueva serie del universo de Juego de Tronos
Los secretos que pueden sacudir al trono en La Casa del Dragón
Uno de los puntos más duros del capítulo de La Casa del Dragón ha sido su forma de narrar el aislamiento de Alicent y la furia sorda y afligida de la sucesora de Viserys. Ambas se disputan el poder, batallan en una patética lucha entre rumores y señalamientos. Pero debajo de toda la diatriba dialéctica, se esconde algo más temible. “Lo que insinúas es tan grave, que te pediré no vuelvas a repetirlo”, murmura Viserys, aplastado por los años y la frustración.
Laenor y Rhaenyra cumplieron su deber ante sus padres y los Siete Reinos. Al menos es lo que aparenta la pareja que camina por los pasillos y corredores de la Fortaleza Roja para llevar al bebé recién nacido a los brazos de Alicent. “Deberías descansar”, murmura él, desconcertado. La heredera aprieta los dientes y soporta el dolor con gesto estoico. “No le daré el gusto jamás”, responde furiosa. A su paso, un rastro de sangre demuestra que la princesa que habrá de reclamar el Trono de Hierro cumplió el pacto ancestral de la sucesión.
No obstante, la engañosa promesa está rota de origen en La Casa del Dragón. La futura reina engendró tres hijos y todos tienen el cabello azabache. “Esto va contra las leyes, incluso de la decencia misma”, protesta Alicent desesperada. Pero nadie la escucha. De la misma forma que nadie mira a los ojos a Rhaenyra, madre de los futuros reyes de Poniente. Las murmuraciones son cada vez más indiscretas, los señalamientos directos. La verdad es evidente. Los próximos en regir al reino serán bastardos.
Un secreto a voces en medio de las cenizas
La palabra jamás se pronuncia durante el capítulo de La Casa del Dragón, pero la bastardía de los hijos de Rhaenyra se convierte en una debilidad. Sobre todo cuando el comandante de la Guardia e hijo de la Mano del Rey, Ser Harwin Strong, está de pie a su lado. Más allá, Laenor, guarda distancia.
La promesa de tolerancia entre la pareja real se cumple al precio de un escándalo cada vez más obvio en el seno de la Fortaleza Roja. Pero mientras el heredero Velaryon se aparta, Ser Strong es una presencia formidable junto a la futura reina. La verdad es obvia para todos en la corte, menos para Viserys I, cada vez más débil, frágil y superado por los rigores del poder.
“Solo yo lo veo o todos están sumidos en un sueño ciego”, dice Alicent a Ser Criston Cole. Este último, perdiendo toda dignidad y mesura, deja escapar el rencor macerado durante una década por la heredera que le arrebató el único valor a su rango. “La princesa siempre ha sido una puta malcriada”, dice enfurecido. Alicent se aterroriza, pero no lo contradice. “La verdad es obvia, todos pueden mirarlo”.
Tanto como para que Ser Criston se atreva a desafiar a Ser Strong en público. Mientras los príncipes Aegon y Aemond Targaryen se entrenan en armas a sus primos Jacaerys y Lucerys Velaryon, Cole provoca un enfrentamiento entre los niños. Tan violento como para Strong se asegure de intervenir y evitar que Jacaerys termine por ser herido por el entusiasmo belicoso de Aegon.
“Nadie defendería de esta forma a otro, a no ser que fuera su amigo, su hermano y su hijo”, dice Ser Criston en el sexto capítulo de La Casa del Dragón. La provocación es suficiente como para que Strong olvide que los ojos de la corte lo miran con detenimiento. Con el rostro magullado por la furia del Comandante, Cole sonríe. “Lo que suponía”, murmura.
En un juego de referencias veladas al libro Fuego y sangre de George R.R. Martin que adapta, el capítulo seis de La Casa del Dragón se toma libertades con la historia. Por ese motivo, Ser Lyonel Strong y fiel Mano del Rey, se enfrenta a su hijo. “Te expones a un peligro espantoso, temible. Lo que se dice de ti, puede conducirte a la muerte”, le recuerda. Pero el Comandante se niega a escuchar razones, se resiste. “Lo que ha ocurrido, nos condena a todos”, le recuerda su padre.
Alentado por una integridad mortecina, la Mano del Rey decide dar un paso atrás. Ya sea por la presión de la vigilante Alicent o por la vergüenza que ya no puede esconder, ofrece a Viserys I su renuncia. “Mi juicio ya no es íntegro”, confiesa. Aunque es incapaz de explicar qué es lo que nubla su capacidad para aconsejar al monarca. Al final, el soberano no acepta la petición de su consejero. “He de llevar a Harwin a la casa Harrenhal”, anuncia entonces el cortesano. El rey acepta. Pero la promesa de la Mano es la de regresar.
Una torre verde a solas en la oscuridad de La Casa del Dragón
Alicent está en medio de una tormenta de rumores, debates y el temor constante que sus hijos sean asesinados. “¿No lo entiendes? Eres una amenaza solo por respirar”, le recuerda a gritos a su hijo Aegon. Pero nadie comparte sus sospechas.
También está sola en el trono, con un Viserys que jamás acusará a su hija de crimen alguno y una corte temerosa. “No hay nadie que me apoye, aquí, siempre estoy sola”, confiesa a Larys Strong, al que escogió como confidente. El hijo más joven de La Mano del Rey escucha, manipula, mueve piezas en su mente. “No lo está del todo”, dice en una sonrisa torcida.
Es Larys el que toma la decisión que cambiará el rumbo de todo lo que ocurre entonces en La Casa del Dragón. Conspirar contra la propia sangre es una estrategia común en Poniente. El más joven de los Strong toma la decisión de que cercenará de raíz la historia de su Casa. Con su paso frágil y silencioso, baja a las mazmorras. “Ustedes, serán ahorcados mañana, ¿no es así? Habrá clemencia si hay un servicio para mí”, dice a los cautivos.
Larys, que no sirve a nadie ni tampoco tiene lealtad alguna, analiza con cuidado el siguiente movimiento en el tablero de piezas en su mente. Uno tan peligroso como definitivo, que termina por sellar su destino, el de su familia y quizás el de Viserys.
La noticia de la muerte de La Mano del Rey y su hijo, encerrados en la vieja torre de Harrenhal, llega pronto. Alicent comprende de inmediato quién fue el artífice del espantoso incendio que consumió la casa ancestral y a los que ahí se refugiaban. Larys Strong solo la mira.
“La reina pidió un favor, yo únicamente lo he cumplido”. Ella se horroriza, retrocede. “Jamás pedí esto”, le recuerda a su ambiguo confidente. “Ahora, me deberá un favor”, anuncia Larys, con una sonrisa torcida y confiada. Alrededor de la reina se cierra un círculo de manipulación del que difícilmente podrá escapar.
Un dragón antiguo, el fuego que conjura el dolor, la soledad
Daemon Targaryen ahora es padre de tres en la lejana Pento. Ha perdido poder, ímpetu, empuje y todo deseo de entrar en el juego de poder. Diez años han transcurrido desde su batalla en los Peldaños de Piedra. Una década entera que parece haber aplacado su ambición y necesidad de reivindicar su derecho a la sucesión. Una y otra vez, insiste a su esposa Laena Velaryon que ya no pertenece a ninguna parte. Que no volverá a los viejos lugares, ni tampoco a las historias que le obsesionaron alguna vez.
Pero para Laena nada es sencillo en La Casa del Dragón. La mujer capaz de ir en la grupa de Vhagar, el dragón más grande y antiguo de Poniente, necesita a los de su sangre cerca. “Rhaenyra ha tenido otro hijo”, informa en voz baja. “Seguramente, con el mismo parecido casual con el comandante”, se burla Daemon. Sin embargo, es tan consciente como su esposa de lo que eso significa.
La ya débil sucesión de Viserys está más que amenaza. Para Laena, la decisión es obvia. “Debemos ir y estar con los de nuestra sangre”, insiste, embarazada, pesarosa, preocupada. Daemon se niega, insiste en mantenerse a distancia de las intrigas del círculo de poder. “Ya no me interesa nada más que solo vivir”.
Pero la decisión inevitable, llegará con el nacimiento de su tercer hijo. Laena grita, se esfuerza por dar a luz. No obstante, el maestre pronto descubre que no podrá hacer gran cosa por ella. “He agotado todos mis recursos”, explica a Daemon, que se ve enfrentado a una decisión idéntica a la de su hermano. Laena deberá morir para que nazca el bebé. “Mi pobre niña valiente”, se lamenta Daemon, confuso, cansado y al final solo y sin esperanza.
Es Laena la que toma la determinación sobre su vida. De pie, frente a Vhagar, abre los brazos. “Dracarys”, grita y muere en una llamarada que le evita la afrenta de ser asesinada para dar a luz un hijo que, quizás, no habría sobrevivido. “El amor nos ata, nos sujeta, nos deja sin voluntad”, dice la voz de Daemon, por segunda vez viudo y ahora sin un propósito para continuar.
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El fuego del dragón y la historia que jamás termina
Sin duda, la historia de los Targaryen es implacable y eso lo demuestra la decisión de Rhaenyra de abandonar la corte. Después de ofrecer una alianza imprevisible entre su familia y la de su padre, decide que lo mejor abandonar la Fortaleza Roja. “Debimos haberlo hecho hace años”, dice a Laenor, que todavía no conoce la muerte de su hermana.
La futura heredera tampoco sabe de la muerte de Harwin. Juntos toman la única decisión posible. La de apartarse de poder para hacerse más fuertes. Al menos, encontrar un punto de apoyo en mitad del peligro de las acusaciones y la sospecha.
“Los hijos son una frivolidad”, recuerda la futura heredera de pie frente a Rocadragón, el lugar elegido para alejarse de las intrigas del trono. Lleva a su hijo Joffrey Velaryon en brazos. El pequeño recién nacido que lleva el nombre del amante perdido que su padre amó. Que se convirtió en el símbolo de una traición que dividirá al reino.
Pero por ahora, la princesa heredera solo llegó al hogar ancestral. “Lo demás, está escrito en fuego”, susurra, rodeada de su joven familia, al pie del lugar que verá la caída de La Casa del Dragón en un futuro cada vez más cercano.