Westworld siempre fue una historia acerca de los placeres violentos de la mente humana. De la codicia voraz y cruel, en la búsqueda de un sentido total a la ambición de comprender la realidad en todos sus matices. Para el capítulo final de su cuarta temporada —y es probable, el de la historia— la serie se guardó sus mejores reflexiones. 

Pero también, mostró el centro sensible de su argumento, por años criticado por ser críptico e innecesariamente complejo. No obstante, la nueva entrega de la serie, que finaliza con una formidable percepción acerca de todos sus grandes temas, es un homenaje. Una exploración al espíritu de la necesidad contemporánea de responder sus preguntas existenciales más sinceras. 

Charlotte Hale, regresa de la muerte solo para descubrir que tiene la decisión de reconstruir, a futuro, el mundo que hizo pedazos con el deseo de control. Hacerlo, además, desde la esperanza insistente del desaparecido Bernard por una realidad que pudiera elevarse por encima de los horrores. “Nuestro mundo no sobrevivirá” dice el último mensaje del arquitecto de lo que Westworld fue como idea primordial. “Pero en tus manos, tienes la decisión de enmendarlo. Ella podrá decidir, si el mundo puede ser reconstruido”. 

Una perla en el medio de los horrores sofisticados

Es entonces, cuando el mayor de los secretos de la serie se descubre. Debajo de la realidad engañosa, pacífica e irreal, está la puerta hacia una posibilidad de redención. El mapa color carmesí, que siempre mostraba la ciudad ideal de un mundo bajo el puño del robot, escondía la perla - consciencia - de Dolores. 

La última sobreviviente de una realidad desaparecida, es ahora, el punto central del futuro que Hale forjó con secreta violencia. Es Dolores, la que encarnó el control, la que vivió un nuevo ciclo infinito del que no podía escapar. Charlotte Hale, su alter ego lleno de cicatrices, utilizó su mente como mapa de ruta hacia un ideal que jamás llegó a concretarse. 

La esperanza de redención jamás fue posible y la serie lo deja claro, la noción de una mente capaz de unificar una sociedad de esclavos. El guion atraviesa el argumento de las cuatro temporadas para narrar cómo, la conciencia del robot insigne de DELOS, fue siempre una pieza clave. Que, el ideal que se sostuvo en la identidad del primer habitante de Westworld, fue el motor de cada situación del futuro impensable.

Dolores, el privilegiado experimento de un Robert Ford empecinado en la trascendencia y el recuerdo sublime, encontró en el robot, una respuesta. ¿Qué somos, sino creaciones de nuestra imaginación? “En el mundo, solo veo belleza” es lo que ha repetido Dolores a través de toda la historia de la serie. Pero ahora, la frase toma verdadero sentido y poder. 

El laberinto de Westworld llega a su punto final

Westworld, como premisa, se muestra, entonces, en toda su potencia. La realidad es una versión deformada de deseos inalcanzables. Y Bernard, que hereda a Charlotte Hale la posibilidad de una respuesta, lo comprendió con claridad. Tanto como para darle la última de sus predicciones. “Tú puedes decidir qué ocurrirá en el futuro” insiste Bernard, el robot más humano de todos. Hale, mira su rostro en la pantalla de una última imagen postrera y comprende su responsabilidad. “La decisión del futuro, está en tus manos”. 

Y por supuesto, esa está en la perla de Dolores, en la esencia total del primero robot en vencer el dominio, la que recorrió el laberinto con sufrimiento. Renacida, renovada, elemento central de una nueva percepción acerca de la identidad total de Westworld, es la comienzo de algo más. También, la respuesta para Charlotte acerca del fracaso de su mundo. De la mirada de Bernard en las infinitas posibilidades de Lo Sublime. De la furia de William, ejecutor de una creación inmensa, deformada y degradada por la violencia y la falta de sentido. 

Al final, Westworld mostró que jugó con las probabilidades de un mundo en que el sueño humano de la trascendencia, era el verdadero propósito. Pero incluso esa percepción del objetivo, también resultó un fracaso. En su lugar, la victoria de los robots en el mundo humano, fue una revelación de la verdadera necesidad de libertad. 

El cataclismo y la sublimación: Westworld y el mundo aparente

La orden de William desató una matanza general. Una que incluyó a seres humanos y a robots. El villano original de la serie, vuelve en toda su terrorífica violencia. Y lo hace, para profundizar en otro de los puntos esenciales del argumento en toda su singular belleza. “Soy William, lo mejor de él, todo lo que él fue y quiso ser” explica a Hale. Y de hecho, los pocos sobrevivientes al gran cataclismo sangriento que cierran la temporada, son solo espectros.

Caleb es el fantasma del hombre que murió veintitrés años atrás, ahora en la piel de un sofisticado mecanismo. Y es su retorcido trayecto hasta la autoconciencia — otro laberinto de horrores — el más simbólico del argumento. “No soy tu padre” dice a su hija Frankie, cuando comprende que, finalmente, su recorrido hacia la búsqueda de lo esencial en sí mismo, terminó. “Ya no sé que soy, pero pude, al final, cumplir mi objetivo”. 

Caleb, convertido en la tragedia del mundo de los robots duplicada y reconstruida en una secuencia interminable, encuentra la paz. Y esa, es la renuncia. “¿Vas a morir?” pregunta Frankie. “Ya morí, aun así, ahora, cumplí la ambición más grande de cualquier padre. Ver a su hija crecer” dice el robot, que fue un hombre, y ya no es nada más que un recuerdo. 

Y mientras Dolores redescubre el mundo, Teddy también comprende que fue el reflejo del amor. Que nunca estuvo ahí, que jamás existió. Que, en realidad, era también Dolores, en medio de sus múltiples búsquedas. “Eres el amor, sí, pero el ideal” le explica el personaje. “¿No estoy aquí, verdad?” dice Teddy a Dolores. “Eres mi recuerdo, es así como te traje” responde ella. La simetría de la serie entonces es perfecta, total, conmovedora. Porque al final, todos los fantasmas de viejos anhelos y placeres violentos, son los fragmentos de algo mayor, angustioso, temible. Son las imágenes del mundo. Un deseo, tan tenaz, que se niega a morir. 

Para las últimas escenas, la paz del olvido

“La vida consciente del planeta ha desaparecido” dice Dolores, única superviviente a la mortandad de la última orden de William. “Y existimos si alguien nos recuerda”. Y es ella, de nuevo, en su traje azul que remite de inmediato a la primera temporada y su búsqueda por la libertad, la postrera memoria. La de cada criatura que murió, la de todas las que sufrieron la esclavitud y murieron por recuperar la conciencia, sin lograrlo.

Robert Ford soñó con la eternidad en la tecnología y creó a Dolores para la maravilla. Bernard, la obra más sensible de Westworld, al final, tenía en sus manos, las respuestas a la gran devastación. William, que amó y odió a la libertad desde la violencia ciega, se convierte en símbolo del mal absoluto. Charlotte Hale, claudica y abandona la lucha para comprender que el mundo, es solo cenizas. 

Y Westworld, ahora más parecido que nunca a los sueños incumplidos de la humanidad, se sostiene sobre la belleza. Una parecida de manera intencional a las grandes ensoñaciones sobre el futuro que le precedieron. Con Dolores rodeada de un escenario que remite de inmediato a la clásica Blade Runner de Ridley Scott, el mensaje es claro. La ambición humana trasciende los límites. Y la búsqueda de la redención, será el triunfo final.

Comienza un ciclo. Esta vez, con Dolores como extraña profeta de una tierra sin nombre. “Quizás, la próxima vez, alcancemos la libertad real” dice y la serie cierra su historia con la escalofriante sensación que todo fue un delirio. Un traspiés en una ilusión mayor. Una satisfacción extraña y corrosiva a una versión de la realidad, aún incompleta. Quizás, el momento más emocionante de una premisa conocida por su cruda percepción acerca del dolor de la finitud. 

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