Cualquiera que haya realizado un viaje largo en avión sabrá que la comida a bordo sabe diferente. Por eso, no es del todo sorprendente que en el espacio ocurra lo mismo multiplicado por mil. De hecho, algunos astronautas, como Peggy Whitson, han reconocido haber pasado una mala época en su estancia en la Estación Espacial Internacional, al comprobar que el sabor de algunas de sus comidas favoritas se le hacía insoportable. ¿Se debe esto a que los propios alimentos se modifican o a que se producen cambios en el sentido del gusto de los viajeros espaciales?

Esto es algo que no se sabe con seguridad. Hay varias sospechas, que apuntan en ambas direcciones. Por un lado, se piensa que el sabor de los alimentos puede modificarse por todo el tiempo que pasan almacenados. Pero, por otro, es posible que tenga relación con la congestión que causa la acumulación de fluidos en la cabeza a causa de la microgravedad. El resultado sería similar al que produce la congestión nasal cuando estamos resfriados y, efectivamente, nuestro sentido del gusto se va de vacaciones.

Cabe preguntarse si sería sencillo solucionar esta pérdida de sabor de los alimentos. Pero lo cierto es que no hay una respuesta clara. Y es que, para empezar, es algo que no le ocurre a todos los astronautas por igual. Algunos sienten que sus alimentos favoritos tienen un sabor desagradable, otros disfrutan de comidas que jamás les gustaron, pero los pertenecientes a un último grupo no experimentan ninguna diferencia. Solucionar algo que parece tan personal no es sencillo, aunque ya se han puesto en marcha algunos proyectos para intentarlo.

¿Cambio de sabor o alteración del gusto?

Una buena forma de saber por qué se altera el sentido del gusto en el espacio es comparar la situación con lo que ocurre en los aviones.

Para empezar, se sabe que los ruidos muy intensos y continuados pueden afectar al sentido del gusto. Aunque puede que cuando llevemos un tiempo nuestro cerebro se adapte al ruido de los motores, es innegable que este es bastante fuerte y molesto. Por eso, se producen cambios en nuestra forma de degustar los alimentos. Esto incluye la supresión de algunos sabores y la estimulación de otros, especialmente los que guardan relación con el umami. Es por eso por lo que los menús de los aviones suelen ir bien cargados de glutamato monosódico, una sustancia que se relaciona precisamente con ese sabor de descubrimiento reciente. 

Por otro lado, las bajas temperaturas de la cabina del avión pueden hacer que nos congestionemos. Cuando estamos congestionados no percibimos del mismo modo los sabores, por lo que también sentimos que los alimentos saben diferente.

¿Ocurre lo mismo en la Estación Espacial Internacional? Pues bien, lo cierto es que allí el sonido ambiental también es bastante intenso. No hay más que ver las grabaciones tomadas por el astronauta Chris Hadfield en 2012

En cuanto a la temperatura, se suele mantener alrededor de los 20 °C o un poco más alta. No es demasiado baja, ni tampoco calurosa. Puede llegar a considerarse agradable. Pero sí que hay algo que congestiona a los astronautas. Y es que, con motivo de la microgravedad, los fluidos corporales tienden a concentrarse en la parte superior del cuerpo. Es decir, en la cabeza. Esto genera una congestión similar a la del frío, que podría afectar al modo en que se percibe el sabor.

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Intercambio de alimentos entre astronautas

Generalmente, los astronautas deciden sus menús con antelación, antes de viajar a la Estación Espacial Internacional. La mayoría suelen elegir sus alimentos favoritos para no olvidarse de ellos en todo el tiempo que permanecen fuera de casa.

Eso precisamente fue lo que hizo Peggy Whitson, quien seleccionó en sus menús raciones abundantes y regulares de camarones. En la Tierra le chiflan estos crustáceos. Sin embargo, cuando los probó en el espacio descubrió que su sabor, al menos para ella, era muy diferente. ¿Qué haría entonces con todos los que había pedido para llevar?

Afortunadamente, según señalaron desde la NASA, algunos de los cosmonautas que viajaron con ella adoraban estos crustáceos tal y como les sabían en la Estación Espacial Internacional. Por eso, cambiaron algunos alimentos con ella.

Esa es una buena opción. No obstante, también es cierto que la NASA lleva tiempo intentando mejorar el sabor de los alimentos que se comen en el espacio. Por eso, ha puesto en marcha proyectos como “Cocina verde”, un programa dirigido a estudiantes de secundaria que, junto a los científicos del Centro Espacial Kennedy, trabajaron para cultivar plantas cuyos frutos tuviesen un sabor más intenso. Lo hicieron en colaboración con el Jardín Botánico Tropical Fairchild, de Florida, donde cultivaron sus plantas siguiendo los mismos protocolos que se utilizan en el espacio.

Esto ocurrió en 2017 y fue una experiencia muy estimulante para los estudiantes. Aunque los astronautas siguen esperando la opción perfecta. Es cierto que se han mejorado las condiciones de cultivo, que han permitido obtener allí mismo algunos alimentos, como pimientos picantes. Estos tendrían la ventaja de no llevar mucho tiempo cultivados. Además, su intenso sabor superaría las barreras establecidas por el sentido del gusto de algunos astronautas. Pero aún sigue habiendo retos. Todavía hay lugar para las sorpresas cuando uno de estos viajeros espaciales prueba su comida favorita fuera de la Tierra por primera vez. Es una sensación peculiar. De todos modos, dado lo inhóspito que puede llegar a ser el espacio, no son sorpresas demasiado preocupantes. 

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