En Men, de Alex Garland, todo tiene la tesitura de un sueño. Quizá lo es, quizá no. Y al director —que adaptó con éxito la inclasificable obra de Jeff VanderMeer—, parece serle sencillo encontrar un punto medio entre lo onírico y lo inquietante. En especial, cuando lo dota con un evidente comentario social. Pero en esta ocasión, Garland no logra que la combinación entre géneros — que suele ser su punto más alto — sea tan eficaz como en otras ocasiones. De hecho, la película se hace innecesariamente confusa y, en el mejor de los casos, críptica para narrar una idea de naturaleza sencilla. ¿Hacia dónde quiere mover sus extrañas piezas el director?
En Aniquilación, Garland logró convertir un escenario desconocido en una pesadilla moral que, además, demostró su capacidad para reconstruir la realidad. Ex Machina, por otro lado, desdobló el sentido de la identidad. Lo hizo a través del recurso incómodo de convertir a la inteligencia artificial en un reflejo de lo perverso del ser humano. De su capacidad para la manipulación, lo grotesco y lo violento. Con Alicia Vikander convertida en una ninfa mecánica, la película funcionó en la medida de construir una versión de la realidad desdoblada. El test de Turing se enlazó con la idea de lo terrorífico y, por otro lado, convirtió a sus personajes en piezas de un juego mayor.
Para la serie Devs, el estilo de Garland maduró lo suficiente como para construir un universo elaborado en lo que lo engañoso era un paisaje fragmentado. Una noción sobre lo ambiguo de lo verídico y el control de la voluntad, que convirtió a la premisa en un incómodo cuestionamiento sobre la naturaleza humana. Para Garland, comenzaba a ser de considerable importancia la condición de lo creíble. Y mucho más, la posibilidad de un tipo de dominio sobre la voluntad — ya fuera real o sujeto a preguntas sobre lo comprensible, más brumoso.
Con Men, el recorrido de Garland sobre cómo percibimos la realidad llega a su punto más ambicioso. Pero falla en su incapacidad para narrar una historia en que todas sus obsesiones tengan real sentido o, al menos, solidez. Si el resto de sus films tenían como hilo conductor lo humano enfrentado a lo desconocido tecnológico, esta vez es se trata del ámbito de lo plausible.
¿Qué tan real es lo que vemos? ¿Qué tan comprensible es lo que encontramos en medio de preguntas y temores dispares? Men pudo ser un recorrido hacia lugares desconocidos y temibles. Pero Garland no logra relatar la historia medular con soltura. O al menos, no con toda la capacidad narrativa que requiere un trayecto por el miedo a la locura. O incluso, a la dualidad de lo creíble. ¿Es la realidad todo lo que vemos? Se pregunta Garland. Pero esta vez, no hay respuestas para eso.
Los mundos secretos de Alex Garland
La más reciente película de Garland rebosa de una idea obsesiva sobre la culpa colectiva, social e individual. Mucho más cuando toda la atención está enfocada en Harper (Jessie Buckley), una sobreviviente que intenta sobrellevar el dolor desde la conciencia de la dignidad. Harper sufrió violencia y, ahora, intenta recuperarse como puede, sin lograrlo del todo. Por primera vez, Garland pone toda su atención en un personaje que va de un lado a otro sin respuestas. O al menos, no las busca de manera directa. Eso provoca que el film, con sus paisajes sobresaturados y policromados, tenga la apariencia de una pesadilla incómoda. Y que de inmediato surja la pregunta ¿Esto es real? ¿Lo que se muestra es comprensible?
Pero Garland, adicionalmente, analiza el tiempo desde un estrato por completo desconocido. El resultado es un film que se traslada en el terreno resbaloso del narrador poco fiable. O, en cualquier caso, de la historia en la que nada es lo que parece o podría deducirse a primera vista. Algo que hasta ahora ha resultado para Garland un terreno elegante para reflexionar sobre el tiempo y la naturaleza humana. Pero Men no logra los niveles de excelencia de Devs o Ex Machina; argumentos obsesionados por las mismas trampas. De hecho, el largometraje tiene algo de endeble y poco elegante que sorprende.
Eso obliga al guion a utilizar todo tipo de trampas falsas para narrar una historia sobre la masculinidad agresiva y demoledora, desde lugares complicados. Men tiene un considerable músculo emocional; cada acción desencadena una reacción física y sensorial en sus personajes de considerable envergadura. Pero, también, hay un recorrido siniestro por algunas preguntas colectivas que no obtienen respuesta. Desde el concepto de víctima de nuestra sociedad hasta la concepción de la violencia física. Poco a poco, Garland se cuestiona con dureza sobre cómo se comprende en el mundo contemporáneo algunas de las grandes preguntas existenciales.
El peso insoportable de la ambición
Pero la película de Garland convierte ese anhelo medular en algo más complejo. Más ambicioso, sin lograr que tenga sentido. Y, de hecho, la primera mitad del film resulta engañosa. ¿Harper imagina lo que ocurre a su alrededor? ¿Se trata de una ensoñación afligida que se derrumba en pequeños fragmentos de información contradictorios? Garland ya utilizó el mismo truco con el personaje sin nombre de Natalie Portman en Aniquilación del 2016. Sin embargo, en esta ocasión, se trata de una trampa total, sostenida por un argumento sólido que juega a la deshumanización.
Harper intenta escapar de las presiones de su vida rutinaria — en la cual las heridas emocionales que lleva a cuestas son más dolorosas y violentas — y recluirse en soledad. No obstante, solo logra avanzar por los horrores más sutiles. Encontrar un espejo terrorífico y sutil, a través del cual puede verse reflejado y comprender que algo ocurre en la imagen que tiene sobre sí misma y la experiencia que vivió.
Men se atreve con algo más, sin lograrlo. Y es crear un concepto complejo que solo es comprensible a medida que la trama avanza. Usando el Síndrome de Fregoli como base — el trastorno psiquiátrico que hace creer a un paciente que todas las personas a su alrededor son en realidad, una — Garland profundiza en los terrores femeninos de nuestra época. ¿Se repite el comportamiento temible y grotesco en todos los que conoce? ¿Se trata de algún tipo de alucinación?
Harper, a la distancia, es incapaz de reconocer el comportamiento idéntico y amenazador de los hombres con que se tropieza. Y uno a uno crean una imagen suspendida y total del horror del maltrato. Garland, que suele sentir una obsesión más que evidente por los estados alterados y el miedo a lo desconocido, crea con Men un escenario oscuro que se vuelve una amenaza viva. Poco a poco, Harper encontrará que la amenaza que debe enfrentar es cada vez más dolorosa, extraña y virulenta de la que creía.
Para Garland, lo misterioso se traduce como grandes vacíos de información o preguntas sin respuesta. Un recurso que hace que a menudo sus películas sean consideradas crípticas o, en cualquier caso, a la mitad de un estrato contemplativo difícil de comprender de inmediato. Men podría ser algo en mitad de la percepción de la extrañeza y, también, la condición de lo terrorífico sostenida en lo cotidiano. Pero como suele ocurrir con Garland, las cosas nunca son evidentes. O no lo suficiente como para que el análisis de sus especulaciones sobre la realidad sea inmediato. Lo que, quizá, provocó el primer gran traspiés en su filmografía.