¿Somos lo que dictan nuestros genes o es el ambiente el que nos esculpe a capricho? ¿Es genética la inteligencia? ¿Somos buenos por naturaleza, como aseguraba Jean-Jacques Rousseau, o un lobo para nosotros mismos, como señalaba más negativamente Thomas Hobbes? Todas estas son preguntas que los seres humanos se han hecho durante siglos. Primero fue la filosofía la que intentó dar respuesta a la mayoría de ellas, incluso antes de que se supiera lo que eran los genes. Pero, lógicamente, la ciencia no tardó en sumarse al empeño de entender cómo somos realmente. O, mejor dicho, ¿cómo entender a los humanos? Esta larga carrera por comprender es la que se relata en uno de los últimos libros de la editorial Next Door Publishers, escrito por el catedrático de bioquímica y biología Molecular Pablo Rodríguez Palenzuela. 

En él se hace un recorrido por todas y cada una de esas características que nos hacen humanos. ¿Qué nos ha llevado a comunicarnos como lo hacemos? ¿Por qué disponemos de moral? ¿De qué modo llegamos a desarrollar la cultura? La genética tiene mucho que decir sobre todo eso, aunque está claro que no se trata de una receta infalible. El ambiente que nos rodea es en parte el que ha terminado de convertirnos en lo que somos, para bien y para mal.

Para bien porque somos capaces de lograr grandes cosas, gracias a esa inteligencia que nos hace diferir de otras especies. Pero también para mal, pues somos la especie que más lejos puede llegar por puro egoísmo y avaricia. ¿Tenía razón entonces Hobbes? No exactamente, pues la explicación es mucho más compleja que todo eso.

¿Por qué necesitamos entender a los humanos?

Si queremos buscar una solución a un problema, el primer paso es comprender de dónde viene. Los seres humanos estamos llenos de virtudes y rodeados de problemáticas. Entender quiénes somos y por qué nos comportamos como lo hacemos es esencial para resolver esas problemáticas.

Eso es lo que se busca con este libro, en el que se hace un alegato en contra de las dicotomías. “Las dicotomías son peligrosas, pues a menudo nos encontramos con cuestiones complejas en las que hay que apreciar los tonos de gris”, explica Pablo Rodríguez Palenzuela en declaraciones a Hipertextual. “Necesitamos una visión global”.

Aquí es donde el autor incide que radica la importancia de la divulgación científica. “La ciencia está pensada para contestar preguntas muy concretas, lo cual está bien, pero las personas normales necesitamos poder incorporar los descubrimientos de la ciencia a nuestra visión del mundo”, señala. “Ese proceso de ir de lo particular a lo general es muy importante y es el objetivo principal de la divulgación científica”. Remata añadiendo que “hay ideologías y sectas menos sólidas que la ciencia, que dan una visión global y ahí nos pueden ganar”.

Teniendo en cuenta la importancia de dar esta visión global, el libro hacer converger la ciencia y la filosofía para dar respuesta a esas preguntas que nos pueden ayudar a saber quiénes somos y, ¿por qué no?, quizás también a ser mejores. 

Pablo Rodríguez Palenzuela

El papel de la genética

A lo largo de este libro se pueden leer los nombres de muchos filósofos, no solo Hobbes y Rousseau. Para su autor esto es indispensable, pues los filósofos han tratado de responder a estas preguntas durante siglos. Sin embargo, es importante no tomar lo que dijeron unos y otros como algo sólido e inamovible. “Yo creo que la filosofía es imprescindible como concepto, como objetivo de examinar, estudiar y aclara las cosas”, argumenta el catedrático. “La cuestión es diferente si vemos la tradición filosófica, que es lo que se estudia en las facultades y tiene más interés histórico”.

Añade que “las preguntas eran las mismas, pero los filosos del siglo XVIII, por ejemplo, sabían muy poco sobre los seres vivos y los humanos”. Esto no quiere decir que no estuviesen capacitados, sino simplemente que no disponían de toda la información que tenemos hoy. “Nosotros vamos a hombros de gigantes, tenemos el trabajo de otros”.

Y en ese trabajo tiene mucho que decir la genética. Ahora bien, la genética tampoco es inmutable. Hemos pasado de no saber lo que era un gen a tener secuenciado todo nuestro genoma y el de otras especies. Algunas verdades inamovibles de la genética han caído con la introducción de nuevas investigaciones e incluso han aparecido disciplinas nuevas en las que los genes y el ambiente se entrelazan para darnos una idea mucho más concreta de cómo nos convertimos en lo que somos.

Toda esta información cambia rápidamente y aún tiene mucho que avanzar. “Con respecto a los humanos, desde un punto de vista de la genética, se sabe poco”, recuerda Rodríguez Palenzuela. “Sabemos más de la genética de ratón, básicamente porque se puede modificar un gen o una parte y ver cuáles son los efectos, pero con los humanos no se puede hacer eso”. Por suerte, “ahora tenemos miras nuevas, secuenciación de genomas, técnicas nuevas para analizar ese genoma relacionadas con inteligencia artificial y machine learning… Cada vez se va a saber más sobre los efectos de los genes y la interacción con el ambiente”.

Y gracias a todo eso, ahora sí, se puede intentar dar una respuesta a esa disputa entre Rousseau y Hobbes. ¿Qué nos hace violentos? ¿Es la genética o el medio? ¿Por qué existen las guerras? ¿Somos los únicos animales que las empiezan?

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Moralidad, violencia y guerras

En la década de 1970, la primatóloga Jane Goodall descubrió la que podría considerarse la primera guerra en una especie distinta a la humana.

Había estado observando en Tanzania a dos bandas de chimpancés que se habían separado hacía tiempo de una más grande. Durante cuatro años, entre 1974 y 1978, estuvieron llevando a cabo comportamientos muy inusuales. Los miembros de una banda planeaban incursiones al territorio de la otra para atacarles, con todo lo que eso conlleva. O a veces caminaban en fila, en silencio, hasta dar con un ejemplar de la banda enemiga, al que atacaban sin piedad hasta la muerte. Aquello no se había visto antes ni en estos ni en otros primates que no fuesen los humanos, por lo que se contempló como una guerra. Pero si estos parientes nuestros eran capaces de organizar un conflicto bélico, significa que los humanos nacemos con la capacidad y el interés por hacer la guerra en nuestro libro de instrucciones. Adiós al buen salvaje.

Según cuenta Rodríguez Palenzuela en su libro, el hallazgo supuso tal conmoción que incluso la Unesco hizo una declaración oficial, aclarando que sería científicamente incorrecto asegurar que la guerra es algo innato en nuestra especie. Reconocer algo así significaría que no puede solucionarse, ¿pero realmente se puede?

Para responder a esto, primero debemos tener en cuenta que existen dos tipos de violencia, una reactiva, consistente en una falta de control de los impulsos violentos, y otra instrumental, en la que se usa la violencia de forma premeditada para obtener un fin. La guerra se encontraría en este último caso.

¿Pero qué hay de genética en cada uno de estos tipos de violencia? En referencia a la reactiva, se ha observado que tiene una gran relevancia el gen MAO-A, que codifica una proteína encargada de degradar la serotonina. Se ha visto que en familias en las que la mayoría de miembros muestran un carácter agresivo, todos tienen este gen mutado. Por eso, muchos estudios se han centrado en su análisis. No obstante, también se ha visto que para que una persona llegue a tener comportamientos realmente violentos, aun teniendo la mutación, debe haber pasado por un ambiente marcado por la violencia. Por ejemplo, abusos o maltrato durante la infancia. Esa es la mecha que enciende el gen de los violentos.

De cualquier modo, a grandes rasgos, los humanos tenemos poca tendencia a la violencia reactiva. Pero, por desgracia, sí que hay mucha más a la instrumental. “Somos capaces de hacer verdaderas barbaridades orientadas a un fin, pero eso no quiere decir que sea inevitable”, cuenta Rodríguez Palenzuela. “La violencia ha bajado muchísimo en los últimos 200 años a todos los niveles, incluso en guerras, a pesar de que ahora está en el candelero”. Esto, según el autor del libro, se debe a que “es algo muy susceptible de control social”. Por eso, considera que la violencia instrumental de los humanos no es algo inevitable.

“Yo no creo que sea inevitable, sí es algo que es parte de la naturaleza humana, hay que estar vigilantes, pero se puede y se debe evitar. Cuando uno va a un partido de fútbol, por ejemplo, empieza a notar emociones, se le ponen los pelos de punta y siente ese instinto del ‘a por ellos’. Eso nos dice que ese tipo de situaciones de defensa del grupo frente al enemigo está en nuestro ADN, nosotros reaccionamos muy rápidamente a ese tipo de cosas, pero es muy bueno darnos cuenta de que viene de nuestro pasado evolutivo y se le pueden poner límites mediante la parte racional del ser humano. Tenemos que ver que aunque nos sintamos muy bien defendiendo a nuestro equipo, no vamos a pegar a los aficionados del otro”.

Pablo Rodríguez Palenzuela, autor de '¿Cómo entender a los humanos?'

Además, el autor de ¿Cómo entender a los humanos? señala que aquí también juega un papel importante el estatus. “Si nosotros somos conscientes de que esa tendencia a ser ambiciosos, a tener un alto estatus, querer ganar más y tener más poder viene de algo tan antiguo como la alta jerarquía que también está en los primates, le podemos poner un freno”.

En definitiva, entender por qué somos como somos puede ayudarnos a ser mejores. Por eso es importante entender a los humanos, porque comprender de dónde venimos es la única forma de encontrar el camino para avanzar hacia donde realmente queremos llegar.