En pleno 2022, los aviones se siguen perdiendo cuando están volando por el océano. En una mezcla de conflictos entre aerolíneas, gobiernos y reguladores, y también de mucho dinero implicado, que requiere de una continua reinvención. De esta forma, y aunque los aviones cuentan con un sistema de GPS –especialmente los más modernos, capaces de transmitir grandes volúmenes de datos–, la mayor parte de su conectividad se realiza mediante radares. El GPS de los aviones solo entra en juego en zonas remotas o en las que el radar no es capaz de llegar.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que el GPS de los aviones –una versión totalmente analógica– era la única forma de encontrarse en el mapa. O, al menos, la manera de saber por dónde había que ir. No era por satélite, ni mucho menos. Era una forma ingeniosa para evitar que aquellos primeros aviones comerciales que surcaban el cielo se perdiesen.
La historia comienza, como tantas otras, en Estados Unidos. Es un país tremendamente grande, con 4.200 km de ancho, que a principios del siglo XX tenía un problema: conectar sus dos costas de una forma rápida y eficiente. Sin ruta marítima viable, quedaba la vía del ferrocarril o carreteras, por lo que el avión era la mejor idea. De la mano de la U.S. Air Mail –porque el correo era físico y no digital–, nació una de las primeras rutas aéreas entre Washington-Filadelfia-Nueva York. Con herencia de la Primera Guerra Mundial, que había mejorado considerablemente la tecnología de los aviones y había dejado un gran número de naves a la mano de cualquier comprador, fueron los correos gestionados por la Fuerza Aérea de los Estados Unidos los que iniciaron toda una era. También los que se las ingeniaron para que la suerte de GPS de los aviones fuera, ante todo, eficiente.
El GPS de los aviones del momento eran flechas en el suelo, sin más
Técnica sencilla y fácil de gestionar. Los aviones no volaban a la altura que los actuales, por lo que ver el suelo y las señales en él era sencillo con las condiciones climáticas favorables.
De esta manera, y en los puntos importantes en el recorrido, había grandes flechas de más de 20 metros, creadas con hormigón de colores para facilitar su identificación. Dichas flechas, que funcionaban como un verdadero GPS para aviones o Google Maps de antaño, anunciaban la dirección que debía tomar la nave en función de a dónde quería ir. También indicaban otras rutas o ramales que pudiera haber en el camino. Un dato a tener en cuenta para evitar que el tráfico aéreo fuese un problema en puntos determinados con poca visibilidad.
Había una flecha por cada 32 kilómetros, aproximadamente. Junto a ellas, también un gran faro que emitía en morse la posición concreta en la que se encontraba. Y, a su lado, un campo o zona de aterrizaje de emergencia.
De hecho, la creación de estos GPS para aviones influyó notoriamente en la construcción de las carreteras nacionales del país. Cuando se vio la necesidad de crear vías pensadas para los vehículos, los campos de aterrizaje de emergencia para los aviones se sustituyeron por dichas vías. Aprovechaban tramos de las carreteras –que siempre pasaban por los puntos de control de los GPS de aviones– en el caso de que hubiese que aterrizar. Con un asfaltado era más seguro que hacerlo en pleno campo. Es por esto que las carreteras nacionales debían tener, obligatoriamente, tramos rectos de al menos 3,21 kilómetros. Lo suficiente como para convertirse en una pista de aterrizaje improvisada.
Más de 1.000 flechas, hasta que llegó el sistema de radio
Era un sistema ingenioso para un momento en el que no había otro elemento para conectar a los aviones con GPS y otro elemento de radio.
Allá por 1930 había más de 1.500 faros y flechas desplegadas por todo el país. Conectando la costa este con la oeste en, al menos, 3 rutas completas. Así como puntos que interconectaban al país de norte a sur. Había especial interconexión en los estados de Indiana, Illinois y Ohio.
Finalmente, fue en 1940 cuando la vida útil de los faros y flechas GPS para aviones empezaron a flaquear. Como era de esperar, y también al amparo de una Segunda Guerra Mundial, que ya se encaminaba a su segundo año de conflicto, surgieron nuevos modelos de conexión. Más eficientes, más rápidos y con menos mantenimiento.
Las torres fueron destruidas para crear material bélico. De las flechas aún se conservan gran parte de ellas surcando lo largo y ancho del país. La radio sustituyó al sistema manual que venía usándose desde hacía 20 años y que, años más tarde, vendría a abrir la puerta al actual radar y GPS, esta vez sí, por satélite.