Hace casi un siglo, las carreras de aviones eran el equivalente a la actual Fórmula 1. Salvando las distancias, por supuesto. Populares a principio del siglo XX, eran eventos multitudinarios que posicionaban a los pilotos de carreras como grandes héroes. También como locos que se jugaban la vida cada vez que se subían a uno de los aviones. De entre todos los fabricantes de estos modelos, destacó la empresa de los Hermanos Granville (los Gee Bee por sus siglas en inglés), que quebró en 1934 por matar a prácticamente todos sus pilotos. Aunque también por ganar casi todas las carreras a las que se enfrentaban.

Los estadounidenses Gee Bee crearon la compañía en 1929 con la intención de fabricar aviones, primero de paseo y más tarde para competir en las carreras que por aquel momento estaban lideradas por Europa. También se propusieron crear coches de carreras, pero la idea no terminó de cuajar. De hecho, quebraron antes de ponerse manos a la obra con su versión de automóvil.

Duraron solo 5 años. Su peculiar historia con los aviones de combate, sumado al crack del 29 y el efecto de la Primera Guerra Mundial, así como una Segunda en puertas, acabó con la incipiente empresa formada por 5 hermanos de Springfield, Massachusetts.

Un poco de historia de las carreras de aviones, la Fórmula 1 del '29

Avion de carreras Gee bee

A principios del Siglo XX, y como respuesta a los duros años de la Gran Guerra, el mundo estaba respondiendo al panorama social y económico que había quedado. Con media Europa destruida, también quedaba lugar para el entretenimiento. Y es que la Primera Guerra Mundial había dejado unos primeros modelos de avión que podían dedicarse para algo más que para fines bélicos. De hecho, Europa era líder en este tipo de competiciones que eran capaces de reunir a 350.000 asistentes.

La realidad es que no ha cambiado mucho la lógica de este tipo de eventos. Al menos en lo que a Fórmula 1 respecta. Hay mucho de piloto, pero casi todo parte del equipo y la tecnología que se ponía en juego. Cada equipo competía para añadir una innovación mayor que acercase a su avión de carreras a ser más rápido, ligero y ágil. Y, por supuesto, a ganar sin morir en el intento.

De esta forma, la Copa Schneider de hidroaviones era una de las preferidas por el público europeo. Luego nació la copa Thompson y la Bendix en Estados Unidos. Más tarde la de Reno en Nevada, la única que sobrevive en la actualidad a muchas décadas de accidentes.

Sobre cómo funcionan, la realidad es que no ha variado mucho un siglo después. Competían por categorías de aviones en dos modalidades diferentes. La primera de ellas de velocidad: ganaba el que hiciese el mejor tiempo entre dos aeropuertos. La segunda de ellas, y la más peligrosa, la conocida como circuito por pilones. Mientras la primera permitía que cada avión de carreras volase solo, la segunda obligaba a que todos compitiesen de forma simultánea, lo que era carne de accidentes en prácticamente todos los encuentros. A día de hoy se mantienen ambas modalidades y suman la popularizada por las competiciones de Red Bull con acrobacias.

La rivalidad entre países, que venían de enfrentarse en la Guerra y ya estaban preparando el camino para la próxima, y el elevado coste que suponía añadir tecnología a los aviones de carreras –o simplemente repararlos cuando se estrellaban– era demasiado para los aviones de carreras. La coyuntura acabó con una larga tradición.

Los Gee Bee, ganadores y un peligro público

La historia de los Hermanos Granville es corta, pero intensa. Fundaron la compañía en 1929, sobreviviendo a duras penas tras el Crack del 29. Para financiar su actividad en las carreras de aviones crearon un modelo que podía venderse para fines comerciales. El Modelo A (Elon Musk no inventó las nomenclaturas) nació con una modificación: asientos paralelos en vez de lineales. Esto, que tuvo un gran éxito en el público objetivo, pudo financiar su carrera deportiva.

Tras el Modelo A llegó el Modelo X (de nuevo Elon tomando ideas) y el B, C y D. Estos últimos copias o variaciones del X o Sportster y carne de ser campeones de carreras.

El primer modelo ya compitió en su fase experimental en el All-American Flying Derby (carrera de velocidad) cruzando el país entre aeropuertos. Con una velocidad de 250 km/h, era considerado uno de los mejores aviones de carreras del momento. Tanto que logró quedar segundo en la competición de 1930. Un año más tarde, llego la primera desgracia para la compañía de los Gee Bee: el piloto, que había llevado a la empresa al Olimpo de los aviones de carreras, se estrellaba y se mataba en una competición.

Sin embargo, esto no paró a los hermanos Gee Bee. Siguieron creando modelos capaces de competir en todos los eventos. También con innovaciones tan arriesgadas que, dependiendo del momento o del clima, tenían prohibido echar a volar. Concretamente, los Modelos B y C. A la menor inclemencia climática, el avión de carreras terminaría estrellado y desintegrado. Y así pasó, unas de las unidades del Modelo C –mucho más rápida que su predecesora y también más inestable– terminó matando a su piloto, Harry E.R., en 1931. En 1936, un Modelo D también acababa con la vida del piloto Channing Seabury.

Más rápidos, más aerodinámicos y más mortales

Avión de carreras Model Z

Los años pasaban, y la Guerra Civil en España empezaba por todo lo alto; de hecho, hay rumores de que uno de los modelos de los Gee Bee formó parte del conflicto, pero nunca se han encontrado evidencias. Pero mientras, el mundo de las carreras de aviones seguía su curso, y la empresa de los hermanos Gee Bee subía de nivel.

Nacían el Modelo E y el Modelo Y –momento de silencio para acordarse, de nuevo, de Elon Musk–. Estas unidades, con modificaciones en la cabina, la turbina y el tamaño del avión, eran siempre las candidatas para ganar las carreras –principalmente femeninas–. Por supuesto, también para acabar con sus pilotos. La primera de la lista, Florence Klingensmith, que tras cambiar el motor por uno con más capacidad partió las hélices del avión de carreras a 330 km/h.

Sin embargo, la compañía insistió con variaciones de este modelo. Cada vez más compactas y más rápidas. El Modelo Z, siguiente en la lista, ganaría la Thompson Trophy, la carrera reina en ese momento. Y aunque este se salvó de la lista de muertes, su heredero –que también cambió el motor por uno de más capacidad– acabó con la vida de Lowell Bayles. El fuselaje y el corazón del avión de carreras no eran compatibles. Las vibraciones acabaron por reventar el tanque de combustible, ocasionando el trágico accidente.

Los últimos modelos de aviones de carreras, iconos de la historia

La compañía de los Gee Bee estaba tocando a su fin, pero antes crearon dos de los mejores modelos que recuerdan los aviones de carreras. También los más peligrosos y complicados de pilotar. El Modelo R Super Sportster del que se hicieron dos versiones: R1 para carreras de pilones y R2 para carreras de velocidad. Ambos ganadores en sus categorías y batiendo récords de velocidad.

¿El problema? El R1 era tan complicado de pilotar que solía desintegrarse en el aire. Russell Boardman y Cecil Allen murieron pilotando este avión de carreras y Roy Minor quedó gravemente herido.

Los últimos aviones de carreras de los Gee Bees no tuvieron mucha mejor suerte. Zantford Graville fallecía en un R6, al igual que Francisco Sarabia en 1938, que se acabó estrellado en el río Potomac y falleció al no poder salir de la cabina. Tres años antes, la compañía de aviones de carreras echaba el cierre ante un historial de éxitos en los premios, pero de fallecimientos en todos y cada uno de los modelos que echaban a volar.