Lightyear de Pixar tiene un curioso compromiso. Por un lado, debe refrescar la franquicia más querida del estudio. Y de hacerlo al enlazar la historia de uno de sus personajes emblemáticos con una renovada madurez. Al otro extremo, debe ofrecer algo novedoso. Lo suficiente como para que sostenga el argumento, y también la revisión. Se trata de un riesgo doble que la película de Angus MacLane logra con soltura. Pero también hace algo más. Convierte a la película en un evento emotivo, poderoso y bien construido hacia nuevos lugares de Pixar.
El estudio, que por dos años tuvo que lidiar con estrenos exclusivos para el streaming y presión interna, encuentra en Lightyear un sitio excepcional. También un revival de sus puntos más altos y obsesiones favoritas. Todo combinado en una historia potente, conmovedora y original.
Si Soul fue considerada incomprensible, Luca infantil y Red en extremo local, Lightyear es una fábula universal. Una que maneja los tradicionales códigos del estudio para crear alegorías universales con un poder emocional considerable. Lo hace a la manera de Pixar. Desde la metáfora sobre la soledad que envuelve el espacio profundo, hasta el lento crecimiento de Lightyear con la voz de Chris Evans. El film es un recorrido hacia territorios de lo humano y lo sensible que sorprendente por su efectividad.
Buzz Lightyear, que forma parte de la cultura pop desde hace veinte años, regresa a la pantalla grande para sorprender. Pixar atraviesa con audacia la reinvención propia y logra eludir el cliché y el sentimentalismo. El hombre insigne, destinado a ser el juguete favorito de una generación, es un símbolo.
Lo es tanto en el film como fuera de ellas. Y este juego de metanarrativa — en la época de los discursos de referencia — un impecable juego de espejos. Lightyear no solo una buena película (que lo es), también es un recorrido poderoso por el bien y el mal. Por lo que nos separa y nos une a los ideales. Un héroe en plena formación que se hace cada vez más fuerte, más sincero y trascendental.
Lightyear
Lightyear de Pixar, regresa a los momentos más profundos, emocionales y bien construidos del estudio. También es un homenaje a su obra más querida y una celebración maravillosa a la ciencia ficción como género. Eso, entre batallas espaciales, un gato de soporte emocional y la conciencia sobre la madurez. Tanto del personaje, pero en especial, del estudio como creador de historias. Finalmente, Pixar llega a una madurez imprescindible y sus personajes a un punto de profunda emoción que sorprende por su trascendencia.
Al infinito y más allá, Buzz Lightyear finalmente va al espacio
Lightyear toma los mejores elementos de dos de los éxitos icónicos de Pixar y los versiona en un argumento espléndido. Tiene toda la potencia, personalidad y solidez de un trayecto de referencias al estilo WALL·E. Pero a la vez, no olvida los orígenes del personaje y hay una indudable conexión con el Buzz que acompañó a Woody por cuatro películas. Este astronauta frío y distante, perfeccionista y en ocasiones hostil, recuerda a la obstinación del Buzz de Tim Allen. A esa alegoría de hacer el bien a cualquier costo y con una arrogancia levemente petulante.
Pero el guion tiene el cuidado de sublimar el conflicto del juguete para ser el de un hombre complicado, que al final debe encontrar su lugar. O esa es la búsqueda que emprende cuando su necesidad de probarse a sí mismo y demostrar su heroísmo, se hace insistente. Buzz está en el centro de su propia historia y de hecho, buena parte del primer tramo de la película deja claro lo nocivo de esa percepción.
Tanto, como para emparentar con el juguete que se negaba a ver el mundo real. Y que, de hecho, tuvo que asimilar la idea de su naturaleza a la fuerza. Con el Buzz que viaja al espacio ocurre lo mismo. Convencido de su cualidad de héroe, de su potencial y su cualidad para el triunfo, el fracaso es un revés insoportable. Una sacudida que le deja sin armas y sin forma de lidiar con el futuro.
Y es entonces cuando la película alcanza una rara madurez, basada, por extraño que parezca, en la vuelta a la ingenuidad. Desde su curiosa relación con la comandante Alisha Hawthorne (Uzo Aduba) hasta su gracioso desprecio piloto automático de su nave espacial, I.V.A.N. Para Buzz Lightyear demostrar su valía lo es todo. El argumento analiza la concepción sobre el deber ineludible, todo sostenido bajo la idea de ser infalible. De hecho, para este Lightyear controlador y demandante, el error es una ruptura.
Es justamente eso lo que define a esta película adulta que también es una aventura para cualquier edad. La noción del héroe que encuentra que el heroísmo es algo más que grandes proezas. Y que el verdadero recorrido hacia el valor, comienza por la generosidad. ¿Muy cursi? En sus mejores momentos, Lightyear brilla de emoción pura. En sus peores, es una recombinación de elementos, que sin dejar de ser brillantes, pueden parecer confusos. Pero al final, Pixar logra lo que necesitaba. Construir algo esencial con el poder de elaborar ideas sobre el honor, el coraje y la bondad.
La celebración a todas las grandes alegorías de Pixar
Para su segundo y tercer tramo, Buzz recorrió el suficiente trecho para encontrar sus propias preguntas existenciales. Después de todo y al estilo de Interstellar de Christopher Nolan, el tiempo en el espacio es algo distinto.
Lo es en la medida que cambia la percepción del personaje sobre lo importante. O lo que, en esencia, debería ser el centro motor de su vida. Obsesionado por llevar a su tripulación fuera de T’Kani Prime, enfoca toda su energía, disposición y voluntad en un objetivo difuso. Y mientras lo hace, se separa emocional y físicamente del grupo.
Es entonces cuando el argumento hace uso de, quizás, lo más extraordinario de su narración. Mientras en T’Kani Prime da un salto de años en minutos, Buzz se encuentra en el dilema de ver el mundo pasar y tratar de comprender qué ocurre. Para él, han transcurrido cuatro minutos, para los que se quedaron en la base, cuatro años. Y mientras Buzz no cambia, el resto de quienes le rodean, viven la vida plácida y extraña de un refugio inesperado.
¿Qué es importante cuando lo que proteger está destinado a desaparecer? Pixar lidia de nuevo con la vida, el amor, el tiempo y la muerte. Lo hace con delicadeza y dolor. La Comandante Hawthorne contrae matrimonio con su novia — y convierte a Lightyear en una pieza de controversia en Pixar — y llega la vejez apacible. Y Buzz, solo se aferra a su ideal, a la noción simple y dolorosa de un objetivo que es cada vez más borroso y sin sentido.
Un duro cuento de hadas en el espacio
El fracaso, por supuesto, causa estragos. Y Lightyear convierte a su trama en una gran cuestionamiento sobre el sufrimiento, el valor de las pequeñas cosas y el miedo. En especial, cuando Buzz es el emblema de sentimientos cristalizados y el tiempo — emocional — detenido. Pero en su momento más duro, Lightyear es una pregunta sobre el futuro, sobre cuanta atención prestamos a la memoria y a lo valioso.
Eso, mientras batalla en las planicies del extraño planeta T’Kani Prime. También, mientras ensaya piruetas imposibles — atentos a ese paralelismo con Top Gun: Maverick — y lidia con su gato de apoyo emocional, Sox. Lightyear es una historia sobre una aventura, pero también sobre la noción de la derrota y los verdaderos triunfos.
El tiempo, el arrepentimiento y la noción de Buzz como líder de una misión — quizás — destinada al fracaso, plantea nuevas aristas al personaje. Pero a la vez, le brinda una rara profundidad que se agradece. La paradoja del tiempo, el amor, el tránsito de las historias personales.
Todo hace de Lightyear, la mejor película de Pixar en años. Y también, un singular triunfo de la ternura. Todo lo que este héroe emblemático merecía y sin duda, logra con un poder invisible y generoso. Al infinito y más allá, no es solo una frase que se repite. Es, de hecho, la línea del tiempo en el espíritu de este personaje entrañable que encontró, al final de todo, su real misión.