¿Cuál es el límite de lo absurdo? Quizá esa sea una de las preguntas que atraviesan la mente de Rowan Atkinson de forma constante. El histórico comediante británico es una institución dentro del género. Su trayectoria, más allá de preferencias personales, lo avalan. Hay un público que disfruta de su trabajo como hay otro que no. Antes de empezar a ver Hombre vs. Abeja, en Netflix, conviene tenerlo en cuenta.

Esa pregunta inicial, dependiendo del lado en el que se encuentre el espectador, atravesará buena parte de los nueve (y cortos capítulos). Para contextualizar, hay que aclarar que Rowan Atkinson interpreta a Trevor, un papá divorciado y desempleado que encuentra trabajo como cuidador de casas. Su arribo a la de una pareja opulenta, junto con la legendaria torpeza que caracteriza a los distintos personajes del comediante, derivará en un caos de proporciones millonarias. 

Hombre vs. Abeja no anda con rodeos. Los primeros minutos de la serie sugieren todo lo que ocurrirá, salvo el inesperado final. Casi todos los acontecimientos que se producen en la casa son insinuados, aún así, la tensión en esos episodios no pierde fuerza. No es la serie ideal para quienes no buscan obviedades, pero en varios casos se permite sorprender a quien ve, con el absurdo de por medio.

Hombre vs. Abeja: otro pulso de seres vivos

El cine y la televisión están plagados de relatos en los que los seres humanos se enfrentan a amenazas animales. Hombre vs. Abeja plantea ese duelo, de una manera bastante particular: una abeja contra un hombre. Procurando ir más allá del fin de la serie, hacer reír a partir de la torpeza y estupidez del personaje, podrían pensarse algunos aspectos en relación con la elección del adversario. 

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Las abejas son uno de los insectos más interesantes dentro de los seres vivos. Su valor, en la actualidad, es sideral debido a la escasez de miel: hace unos años se hablaba sobre que el consumo era superior al ritmo de producción natural de las abejas. Entonces, convendría no menospreciar las dimensiones del rival de Trevor. A esto se suma un factor ficcional que enriquece el pulso: la abeja se lo toma personal. 

Lo hemos visto (y quizá vivido) decenas de veces: al intentar apartar a un insecto, este, por puro mecanismo de defensa, puede volver contra quien intenta apartarlo. Es lo que haría cualquier ser, solo que los humanos nos permitimos licencias que quizá no queremos que tengan otros seres vivos. En ese sentido, forzando las interpretaciones filosóficas, cuenta una venganza.

La sorpresa

Entre absurdos, múltiples muestras de estupidez y torpeza, Hombre vs. Abeja tiene una estructura que funciona y que, incluso, podría definirse como inteligente. Desde el principio, la serie expone su tono y fin, incluyendo la presencia del factor emocional. Trevor intenta ofrecer a su hija unas vacaciones prometidas. Una forma de vulnerabilidad y compromiso. Ese recurso aparece cada cierto tiempo, de forma conveniente, para recordar que el protagonista es una idiota, uno con corazón y sentimientos. 

Ese ser prevalece al final de serie, un detalle cursi pero que, dentro del contexto planteado por la serie, está justificado. Aquel hombre idiota, de pronto, recupera algo del sentido común y se salva a sí mismo al desmontar una red de corrupción. Sí, así de extraña puede ser Hombre vs. Abeja, que cuenta cómo un ser no puede ser capaz de deshacerse de una abeja y, a su vez, esa misma persona puede cortar la dinámica delictiva de otro. Otra muestra del absurdo que propone desde un principio. 

Hombre vs. Abeja está disponible desde este 24 de junio en Netflix.