Álex Guzmán (Manolo Cardona) tiene muchas preguntas sobre su vida y lo que ocurrió mientras estaba en la cárcel. Pero sabe algo con claridad y sin titubeos. Que no mató a su hermana Sara (Ximena La Madrid), aunque fue sentenciado a dieciocho años de cárcel por ese motivo. Acusado de un crimen que no cometió, Álex decidió dedicar todo el esfuerzo necesario no sólo para encontrar al culpable. También para limpiar su nombre y descubrir el o los secretos de su hermana. 

¿Quién mató a Sara?, se convirtió en una de las series más populares de Netflix desde su estreno. Pero a medida que avanza y su trama se hace más compleja y melodramática, pierde de manera progresiva su capacidad para sorprender. Esta versión para el nuevo milenio del Conde Montecristo con elementos de un thriller y una vuelta de tuerca a un procedimental inquietante pierde fuelle. 

Y lo hace a medida que todo lo que rodea a Sara se hizo más misterioso, confuso y menos efectivo. Si para sus temporadas anteriores, los misterios que rodeaban un asesinato sin resolver desconcertaban, en la tercera y final caen en el tedio. En especial, cuando la elaborada venganza de Álex — que dedica su vida a enfrentarse a una influyente familia — se transforma en algo más enrevesado. 

Por supuesto, se trata de algo inevitable cuando la serie basa su efectividad en la sorpresa. Partiendo de la premisa de un asesinato tortuoso con varios posibles culpables, la serie avanzó a su final entre pistas falsas. Pero a medida que el enigma sobre Sara se hizo más absurdo — o en cualquier caso, indescifrable — la serie de Netflix decayó de manera sensible. Eso, a pesar de mantener en los nuevos capítulos, su curioso sentido de lo dramático y el suspense. Pero el final, ha resultado ser una de las combinaciones más curiosas entre un guion sin alicientes y una vuelta de tuerca absurda. Y a eso habría que añadir incluso, la participación inesperada de un renombrado actor. 

La caótica condición sobre el enigma de ¿Quién mató a Sara?

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En tres temporadas, la serie de Netflix atravesó situaciones inverosímiles en su intento de descubrir la identidad del asesino sin nombre. Pero lo que resultó un anzuelo ingenioso en los primeros episodios se transformó para los últimos en un lastre. En especial, cuando el argumento comenzó a mostrar las aristas de una premisa sin sentido que avanzaba a capricho y de forma desordenada. Desde las habilidades de Álex como hacker (explicadas de manera ridícula en la tercera temporada) hasta la final respuesta al enigma principal. ¿Quién mató a Sara? terminó por ser una combinación de líneas argumentales incompletas, con un final cercano al absurdo. 

La capacidad del programa para pasar de intrigas corporativas de alto nivel a embarazos sorpresivos, insinuaciones de relaciones depravadas hasta desórdenes psiquiátricos resultó desconcertante. Peor aún, cuando la tercera temporada avanzó con rapidez y en pleno sin sentido, hacia una abrupta resolución. La serie demostró que usó tramas morbosas o en el mejor de los casos, con un sentido retorcido del misterio, para atraer la atención de la audiencia. Pero nunca llegó a construir una trama sólida que permitiera comprender la noción acerca de Sara y el crimen que le rodeaba como un todo único. 

De hecho, el final de la serie es una combinación de las muchas posibilidades que ofrece el guion a cada cual más disparatada. El asesino de Sara jamás existió, porque en realidad el personaje se suicidó. Pero eso, luego de atravesar una trágica, incomprensible y violenta historia de la que la serie jamás brindó el menor indicio. En otras palabras, el gran fiasco de ¿Quién mató a Sara? fue utilizar el guion como una inmensa trampa cazabobos sin profundidad ni sentido. 

Una muerte en mitad de una tela de araña

La serie — que es incapaz de distinguir entre un diagnóstico de esquizofrenia y uno de trastorno disociativo — plantea que Sara sufría de algo intermedio entre ambas cosas. De hecho, el argumento es tan poco cuidadoso que durante la mayor parte de los capítulos de la temporada insinúa personaje sufría de ambas cosas. O que una y otra enfermedad es la misma cosa. Como si eso no fuera suficiente, toda la trama se resuelve con un nuevo personaje, un secuestro y una historia oculta.

Y es aquí, cuando ¿Quién mató a Sara? llega a su nivel más disparatado. El psiquiatra Reinaldo Gómez decide secuestrar a Sara para utilizarla como conejillo de indias en un proyecto personal. Una iniciativa rocambolesca que incluye “curas” para la homosexualidad y de la esquizofrenia. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, Reinaldo está interpretado por el actor francés Jean Reno, que crea un papel absurdo más cercano a la parodia y al humor retorcido que el drama. Como si se tratara de una sátira involuntaria, Reno se convierte en el centro de una trama alternativa inesperada y tramposa. 

Al final, Sara termina por suicidarse después de ser violada y convertida en sujeto prueba involuntario de un delirante proyecto médico. ¿Qué relación tiene esta revelación mayor con todas las temporadas anteriores? Ninguna o al menos, no de la manera central que la serie plantea y analiza en sus anteriores entregas. De modo que ¿Quién mató a Sara? acabó por ser el misterio más demencial de todos. Uno que destruyó todo su argumento previo y traicionó el sentido esencial — si alguna vez lo hubo — de toda su premisa.