Con cuarenta años de ser estrenada, Blade Runner de Ridley Scott es una pieza que resume las trascendentales opiniones y obsesiones del ser humano sobre la existencia. Más allá, la persistencia de la memoria, la identidad humana y cómo se relacionan la percepción filosófica sobre la naturaleza de la realidad con la tecnología. Convertida en un clásico de culto, es el reflejo de un tipo de cine que elabora preguntas sustanciales acerca del individuo. Pero más allá de eso, también es un recorrido a través de la idea del valor de la ciencia, la mente humana y todos los pequeños vínculos que unen en algo más elevado y poderoso. 

El film, de hecho, es una confluencia de una extraña serie de sucesos que parecieron confluir para crear una improbable clásico. Al principio, Scott no estaba muy interesado en filmar una película que toda probabilidad podría terminar encasillando su trabajo en un único género.

Después del resonante éxito de taquilla y de crítica de Alien, el Octavo pasajero, el director deseaba avanzar en nuevos temas. No obstante, Hampton Fancher, un jovencísimo guionista que logró condensar el universo de Philip K. Dick en un sólido argumento cinematográfico, le convenció. “Le perseguí hasta el cansancio, le insistí de todas las maneras que supe. En una ocasión me dijo que había aceptado dirigir más por aburrimiento que por interés”, contó Fancher a Variety

De la colaboración de un director experto en ciencia ficción y un escritor que plasmó obsesiones colectivas, la película se convirtió en un proyecto complejo. Blade Runner obtuvo una magnífica capacidad visual para sorprender y conmover. Sobre todo, una percepción amarga de la realidad que convierte a la película en una obra intimista, aunque no lo parezca.

Blade Runner es un alegato sobre la fragilidad de la naturaleza humana. Uno corrosivo y cruel. El argumento engloba grandes preguntas filosóficas sin respuesta sobre la responsabilidad del hombre sobre lo que crea o mejor dicho, sobre lo que imagina. La premisa es profunda a su pesar, épica sin que sea su intención y en última instancia, trascendente por necesidad. Una producción que resumió las visiones de la ciencia ficción de la época con una complejidad nueva, con una visión distópica que pareció reconstruir el género. 

Blade Runner y la conciencia sobre el fracaso colectivo 

Hasta entonces, los films de ciencia ficción tenían por objetivo divertir, advertir o aterrorizar. Poco después en convertirse en alegoría de algo más profundo e inquietante. En específico, la visión sobre lo que esperaba al hombre a décadas de distancia. El futuro había sido imaginado como limpio, exacto, pulcro. Así al menos fue la visión de Stanley Kubrick, que había revolucionado el género años antes con su impecable 2001: Una odisea en el espacio. Los contrastes con Blade Runner no pueden ser más notorios. Mientras Kubrick se deleita en la pulcritud imposible de la tecnología, Scott la asume gris y sucia, un universo notoriamente deslustrado y decadente.

El responsable de la estética de Blade Runner es el diseñador e ilustrador Syd Mead. El artista dotó a la atmósfera del film de una visión destartalada del futuro. Con sus espacios llenos de contrastes de luz y sombra, la ciudad de Los Ángeles de 2019 es definitivamente Noir. Blade Runner una distopía con una marcada personalidad pesarosa. A mitad de camino entre un paraíso tecnológico y una claustrofóbica visión de la pérdida de humanidad de los espacios urbanos. 

Blade Runner también muestra el futuro en la forma como los espacios y lugares influyen en la sociedad que los habita. Los altísimos edificios separan al mundo hipertecnificado del agobio de la calle. De la sensación insistente que el mundo entero parece a punto de venirse abajo o en el mejor de los casos, sobrevivir a duras penas a una debacle inminente. El film es una sucesión de imágenes sobre lo inevitable. Un sufrimiento colectivo extraño y profundo vinculado a la pérdida de la esperanza en el porvenir. 

Scott, que meditó en temas semejantes en Alien, encontró en Blade Runner una forma de plasmar la angustia existencial de una generación en símbolos. Los seres humanos en el film son violentos, despiadados y arrogantes. Habitan un mundo en medio de alargadas formas sombrías en el que no aspiran a otra cosa que en el control. O al menos, la película hace hincapié en esa única motivación mientras se desliza en preguntas que nadie responde. Los androides se mueven entre los seres humanos, con sus vidas fugaces y fragmentadas a pedazos. A punto de estallar en miedo o en cualquier caso, rebelión. Entre ambas cosas, Blade Runner muestra sus dolores, temores y caídas en un infierno tecnológico de singular belleza. 

Las lágrimas en la lluvia y otros dolores

En Blade Runner, los replicantes — creados a imagen y semejanza de lo humano — eternizan las virtudes y los dolores de la época. Lloran, sufren y se rebelan. Todo, en medio de una condición acerca de su existencia que se contrapone las exigencias violentas de una sociedad que les excluye con crueldad. La paradoja creó todo un subgénero de versiones cinematográficas sobre un sentido de la distopía trágico. Para Scott, el futuro era, en esencia, la sublevación de las emociones de seres artificiales, contra el dominio humano. Una idea tan desconcertante que todavía, en la actualidad, resulta novedosa. 

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Blade Runner asombra por sus planteamientos maduros, pero en específico su condición de obra singular que profundiza en temas complejos, desde la sutileza. Con ciudades en las que nunca deja de llover y androides asombrados por la belleza del universo, el mundo de Scott no solo muestra el futuro. También, los matices de una indagación cuidadosa sobre la naturaleza del hombre como creador. Déspota, violento y al final falible, en medio de criaturas que le superan en osadía y determinación.