Si hay un momento en el que un ser humano descubre la diferencia entre los verbos oír y escuchar, ese es sin duda cuando tiene en casa a hijos adolescentes. Sí, posiblemente les oigan, pero siempre habrá algo más interesante a lo que prestar atención. Desde el último vídeo de TikTok hasta una mosca revoloteando por su habitación. Podría parecer un desplante de los chavales, pero lo cierto es que es una señal de que todo marcha bien en su cerebro. Al menos esa es la conclusión de un estudio publicado recientemente en Journal of Neuroscience, en el que se analiza cómo reaccionan los niños y los adolescentes a las voces de sus madres.

Cuando tienen de media doce años o menos, el hecho de oír la voz de la persona que les trajo al mundo genera una tormenta de actividad en sus cerebros, sobre todo en los sistemas de recompensa. Podría decirse que para los niños es placentero oír la voz de sus madres, de modo que están muy atentos a ella. Sin embargo, más o menos a los 13 años la situación cambia. Casi cualquier otra voz genera más actividad en sus cerebros, de modo que las oyen, sí, pero no siempre las escuchan.

Esto tiene sentido evolutivo. Cuando somos pequeños dependemos mucho de nuestras madres. Ellas nos alimentan, nos arropan, nos cuidan y nos ayudan a desarrollar nuestras primeras habilidades. Sí, hoy en día también intervienen aquí los padres (o al menos deberían), pero en el caso de nuestros antepasados eran tareas más ligadas a las progenitoras. Sin embargo, a medida que nos hacemos mayores nos abrimos al mundo y la interacción social se convierte en algo muy importante. En la edad de piedra y en el siglo XXI. Por lo tanto, es lógico que el cerebro empiece a recompensar que prestemos atención a otras voces.

El efecto de la voz de las madres sobre el cerebro

El estudio que acaban de publicar estos científicos de la Universidad de Stanford consta de dos partes. La primera se publicó en 2016 e incluyó a 24 niños, con una edad media de 10,2 años. La que se acaba de publicar es la segunda parte, en la que se añaden los datos de 22 adolescentes con edades comprendidas entre los 13 y los 16, 5 años. 

Todos ellos se sometieron a una resonancia magnética funcional (fMRI) de sus cerebros mientras escuchaban dos tipos de grabaciones con unas pocas palabras inconexas. En la primera era la voz de sus madres la que las pronunciaba. Sin embargo, en la segunda se trataba de una persona desconocida. 

Para los adolescentes, la segunda grabación generó una mayor actividad en una zona del cerebro que ayuda a discernir qué información es valiosa

En el estudio de 2016 se generó una gran actividad en áreas involucradas al sistema de recompensa con la primera grabación. En cambio, con los adolescentes la mayor actividad se dio con la voz desconocida.

Esto no significa que a partir de los 13 años ya no nos interese escuchar a nuestras madres. Pero sí que se refuerza prestar atención a las voces de otras personas, porque eso ayuda a establecer esos vínculos sociales que tan útiles nos resultan cuando nos hacemos adultos.

Y no solo se mostró actividad en los sistemas de recompensa. Los autores de este estudio encontraron que hubo otras áreas del cerebro que mostraron diferencias entre la voz de las madres y la grabación de una persona desconocida.

Por ejemplo, en los adolescentes con la segunda grabación se mostró una mayor actividad en la corteza prefrontal ventromedial, encargada de ayudar a determinar qué información es más valiosa. 

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¿Para qué sirve este estudio?

Podría decirse que este estudio sirve para calmar a los padres y madres que se desesperan al ver cómo sus palabras revolotean alrededor de los oídos de sus hijos adolescentes, sin llegar a calar hasta su cerebro. Pero en realidad es mucho más que eso.

Este estudio puede ayudar a entender cómo funciona el cerebro de los niños con autismo

Estos científicos creen que analizar los circuitos neuronales involucrados en el procesamiento de las voces de las madres y los desconocidos puede ayudar a comprender mejor cómo funciona el cerebro en algunos trastornos. Por ejemplo, se ha visto que los niños con autismo no presentan una respuesta tan intensa a la voz de sus madres. Este es un dato que puede dar información muy útil para comprender cómo se relacionan con el medio que les rodea.

Lógicamente, para eso hará falta más investigación, pero es un buen comienzo. De momento, este es el único estudio que demuestra que el modo en que reaccionamos a la voz de nuestras madres cambia a medida que nos hacemos adultos. Por suerte, a ellas les da igual. Y es que, por mucho que nuestro cerebro nos haga centrarnos en otras voces, las madres siempre estarán ahí para apoyarnos. Porque no importa si somos niños, adolescentes o adultos. Ellas jamás dejan de hacernos falta.

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