En Ojos de fuego, de Keith Thomas, el peligroso poder de la jovencísima Charlie (Ryan Kiera Armstrong) tiene más de don que de amenaza. El remake del clásico de los 80 está más interesado en demostrar que el personaje es una especie de superhéroe real que un riesgo. Y es ese pequeño matiz lo que provoca que la película falle en sus aspectos más importantes. Eso, a pesar de tomar mayores riesgos y ser más ambiciosa que su predecesora. 

Pero mientras el libro en que se basan ambas producciones medita sobre pequeños horrores, el remake asume que el poder es un misterio asombroso. Mucho más emparentado con la saga X-Men y franquicias de superhéroes que con el género de terror, Ojos de fuego decepciona por obvia. En esta ocasión, la carrera de Charlie y su padre (Zack Efron) por escapar de un monstruoso proyecto gubernamental, se trivializa. 

Mucho más cuando parece deslucida en comparación con las grandes sagas de superhéroes con las que deberá competir. Ojos de fuego desmenuza la premisa del monstruo en crecimiento — análisis al margen que King logra con habilidad — para sostener una idea de prodigio. Charlie, con una capacidad para crear fuego que no reviste misterio ni se analiza de forma profunda, es una criatura asombrosa.

O lo es para el guion. La historia dota a quienes le persiguen, su padre y quienes la rodean de un asombro ingenuo. Todos los elementos que sostenían la curiosa e incómoda historia de King y la película de 1984 de Mark L. Lester desaparecen. Y de hecho, la insistencia en mostrar a Charlie como un ser excepcional termina por convertir el guion en una historia de origen a toda regla. 

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Con más en común con el género de ciencia ficción y de superhéroes que el de terror, la película es una combinación blande de elementos. En especial, cuando el segundo tramo se concentra en la evolución de su personaje desde una niña asustada a algo más inquietante. Pero incluso en sus momentos más siniestros y violentos (que los hay), Ojos de fuego sigue siendo sólo un relato sobre un nuevo tipo de poder. Jamás profundiza, se interesa o muestra a Charlie como la anomalía sobrenatural (o físicamente incomprensible), sino como un ser más cercano a la posibilidad total. El cambio de registro y de tono, convierte al film en una aventura visualmente atractiva, pero con poco que ofrecer a nivel argumental. 

Ojos de fuego, una travesía a ninguna parte

Por casi cuarenta años, se ha insistido en la formidable manera en que Stephen King analiza a sus personajes femeninos. Primero Carrie — arquetipo de la furia encarnada — y después Charlie — la inocencia sobrenatural — convirtieron a las mujeres del mundo del escritor en criaturas complejas. Pero el remake de Ojos de fuego parece olvidarlo e insiste en emparentar al personaje con héroes cinematográficos básicos. 

Charlie tiene once años y la habilidad de crear y manejar el fuego a voluntad. Junto a su padre, huye de una agencia de gobierno que desea estudiarla. En la década de los ochenta, la película pudo vincular la paranoia de los secretos de estado con un ingrediente sobrenatural inquietante. Pero para el nuevo milenio, Charlie es consciente de que es poderosa y de que ese poder tiene un precio. No entiende del todo sus consecuencias, pero no parece preocupada por eso. Y llega a punto en que incluso, parece disfrutar de su extraño y cada vez más complicado poder. La analogía con Los nuevos mutantes, de Josh Boone, es inevitable y de hecho, la película se cuestiona las mismas ideas y prácticamente, en el mismo tono. 

¿Qué ocurre con la percepción sobre el bien y el mal en una película en que el baremo recae sobre los hombros de una niña? El argumento tampoco se interesa por el tema y de hecho, su mayor punto de atención es como Charlie lidia con sus ¿superpoderes?. A pesar que en los créditos de apertura dejan claro que todo lo ocurrido se debe a la experimentación, el film analiza la idea del don. Y lo hace, enalteciendo la capacidad de Charlie al extremo de ser indiferenciable con la variedad de héroes que llenan la pantalla de cine en la actualidad.

Uno de los grandes retos de Ojos de fuego era en específico luchar contra los cánones y estereotipos de personajes dotados de personajes extraordinarios. Algo que menoscabó el sentido del remake de Carrie del 2013 dirigido por Kimberly Peirce. En este caso, el problema es el mismo. Charlie y su padre Andy son sobrevivientes. Pero también, personajes genéricos que deben huir de una situación predecible. Mucho peor aún, la película carece de la pericia para narrar la percepción sobre lo temible que la historia original exploró con inteligencia. 

Una niña, un catástrofe en puertas, una decepción 

Incluso, la curiosa relación entre Andy y Charlie se desdibuja en una película que tiende a lo genérico. Tanto en el libro como en el remake del 84, Andy manipula a su hija, en una concepción de arma a punto de ser desatada. Pero en Ojos de fuego del 2022, Andy es una figura ambigua, a punto de desplomarse con su propia carga psíquica. Pero la tensión sobre el terror — la brecha que podría hacer de Charlie la real amenaza inexplicable que fue en origen — se pierde. En su lugar, Thomas analiza la idea de la niña portentosa y la película pierde buena parte de su identidad en el proceso.

Ojos de fuego no es del todo fallida pero carece de identidad o personalidad. Para los fans de Stephen King será una decepción. En especial, por el hecho que la historia dio un viraje hacia la ciencia ficción en la que perdió buena parte de su efectividad. Para los que no estén familiarizados con la historia, sólo será otra pieza en el rompecabezas de héroes de la actualidad. Quizás su punto más bajo y debatible. 

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