En La ciudad perdida de Adam y Aaron Nee hay al menos dos escenas en las que el film se burla del género de la comedia romántica. Y en ambas, el argumento rebosa de buenas intenciones y también de un autoconsciente sentido del absurdo. El guion sabe que no cuenta una historia nueva, pero sí que se toma el atrevimiento de reír de sus pequeñas rarezas y golpes de efecto. También encuentra cómo celebrar una larga tradición a la que aporta un contemporanea sensibilidad sobre el amor.
Pero no lo hace desde la superioridad intelectual o desdeñando sus estereotipos. Al contrario, los utiliza con tanta habilidad y buen gusto que termina por crear una imagen renovada de la habitual historia de amor cinematográfica. Pero más allá de eso, La ciudad perdida también hace algo más. Deja claro que el viejo mecanismo del amor en el cine evoluciona, pero sin perder el núcleo sensible e ingenuo que le sostiene. Y que en realidad se hace más satírico a fuerza de encontrar la manera de reconstruir un concepto tan antiguo como la historia del cine.
Con un pulso insolente y festivo, la película celebra una larga herencia de argumentos semejantes con una vibrante capacidad para sorprender. La ciudad perdida no quiere sorprender, ni tampoco lo intenta. En realidad, quiere demostrar porque el romance extravagante, lleno de giros más o menos predecibles pero bien construidos, siempre será una fórmula exitosa. Lo logra a partir de la convicción que reír — o en cualquier caso, combinar la risa y la química de su elenco — es una infalible mezcla.
Érase una vez un libro, una escritora y su modelo de portada
De hecho, uno de los puntos más altos y de mayor interés del film es la capacidad del guion para sostenerse incluso en sus momentos más extraños. Algo que agradecer a la actuación de Sandra Bullock y Channing Tatum, convertidos en una pareja improbable a fuerza de una complicidad burlona. La película, que toma buena parte del argumento de la ya clásica Tras el corazón verde (1984), de Robert Zemeckis, reestructura la premisa con enorme frescura. La ya conocida versión del amor en medio del desastre mueve sus piezas para admitir varias propuestas nuevas. En especial, cuando el guion hace énfasis en la idea de que toda la idea del romance genérico obedece a un propósito. Uno que se relaciona directamente con la capacidad de La ciudad perdida para mostrar desde sus primeras escenas sus intenciones.
Si algo se agradece de La ciudad perdida es no intentar ocultar que es una película ligera sin grandes ambiciones. Pero a partir de ahí, logra transformar la historia en una rica variedad de matices que sorprenden por su solidez. Si en Cásate conmigo, de Kat Coiro, la vuelta de tuerca de la comedia romántica se basada en la sorpresa, en La ciudad perdida se basa en la complicidad. En realidad, tanto una como la otra son conscientes de que vuelven sobre los pasos de las comedias amargas y existenciales del principio del milenio. Es el resultado es un nuevo tipo de romance cinematográfico, desprejuiciado e ingenioso, tan inocente como para resultar conmovedor.
La ciudad perdida, además, se da el lujo de permitir a una espléndida Sandra Bullock el suficiente espacio para mostrar su talento para hacer reír. Su Loretta Sage es un personaje ambiguo, curiosamente amable, pero también la nueva generación de la habitual heroína romántica. Si antes Bullock había encarnado al personaje de tramas similares desde cierto misterio, en esta ocasión lo hace desde la honestidad. Loretta está devastada, cansada y herida. Y también necesita aferrarse a lo poco que queda de su vida tal y como la conocía. Pero no logra hacerlo. Su carrera como escritora de comedias romántica va en declive y eso incluye la esencia de su trabajo.
Y es allí cuando Channing Tatum brilla con una inesperada generosidad como el habitual chico “guapo pero tonto” eternizado en el género. Pero el actor logra imprimir a su personaje una humanidad singular que lo hace más cercano. La ciudad perdida reflexiona con cuidado sobre el hecho de cómo la comedia romántica ha evolucionado, de sus peores y mejores momentos. Y no lo hace, desde el largo recorrido de lo agridulce, del desengaño o el sarcasmo. La ciudad perdida es tan genuino como para resultar enternecedor y ese es su punto más alto.
Entonces, llega la aventura a La ciudad perdida
La ciudad perdida tiene más interés en hacer reír que en crear la percepción del amor para nuevas generaciones. Eso la separa por completo de toda una serie de películas del género, que intentaron profundizar y redimensionar el amor. En lugar de eso, el film ensalza y resalta la percepción que el amor es en esencia un accidente. Uno extraño, sin matices y lo suficientemente bueno para ser aceptado sin matices. Sandra Bullock es capaz de transmitir la sensibilidad de un concepto semejante sin una gota de cinismo. Lo mismo que Tatum, con una franqueza total que derrumba cualquier prejuicio sobre su curioso sentido del humor. Juntos, dotan a la película de una personalidad única.
Para sus últimas escenas, La ciudad perdida sorprende por su buen hacer al reconstruir el largo camino hacia el ansiado final feliz. Hacerlo con enemigos conocidos y el habitual camino de obstáculos hacia el amor como emblema. Pero también recordar, que la comedia romántica es más que un género. Es la versión sublimada e inocente del amor para el cine. Una idea con la que el film juega con divertido buen gusto.