Cuando sufren una lesión cerebral, algunas personas pierden todos sus movimientos musculares voluntarios y, con ellos, cualquier capacidad de comunicación. Padecen lo que se conoce como síndrome de enclaustramiento, una afección que hace referencia a aquellos enfermos que están conscientes y alerta, pero no pueden moverse ni comunicarse de ninguna manera. Al menos no podrían hacerlo hasta ahora, pues un equipo de científicos del Centro Wyss, de Zurich, ha diseñado una interfaz cerebro-máquina (BCI por sus siglas en inglés) que permite la comunicación de estas personas mediante la lectura de sus ondas cerebrales. Sería una especie de paso previo a lo que pretende hacer Elon Musk con Neuralink, con la diferencia de que ya se ha usado en un humano y los resultados han sido muy prometedores. 

El paciente en cuestión ha sido un hombre de 34 años con parálisis causada por una esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Se le instalaron dos matrices de microelectrodos en su corteza motora, de modo que, aunque no pudiera mover ningún músculo, sí pudiera detectarse su intención al pensar en ello. Esto se transformaría en órdenes para responder a preguntas de sí o no o deletrear palabras. 

Según se describe en el estudio sobre esta BCI publicado en Nature Communications, fue un proceso tedioso, que no dio resultado en todos los intentos. No obstante, en uno de ellos pudo usar sus ondas cerebrales para decir a su hijo un “te quiero”. Aún queda mucho por investigar en esta dirección; pero, solo por eso, todo el proceso ya ha valido la pena.

¿Por qué es necesario una BCI que lea ondas cerebrales?

Cuando un paciente pierde la capacidad de hablar por una lesión cerebral se presentan varias opciones de comunicación. Si la parálisis no ha afectado a sus extremidades pueden usar un teclado convencional o adaptado a su dolencia. Otros ya no pueden hacer esto, pero sí conservan movilidad en los ojos o en algunos músculos de su cara. En este caso se pueden usar dispositivos capaces de leer esos movimientos y transformarlos en palabras. Eso precisamente es lo que hacía la máquina diseñada por Intel con la que el físico Stephen Hawking se comunicó durante buena parte de su vida.

¿Pero qué pasa si ni siquiera se pueden mover los párpados o los músculos de la cara? En ese caso la comunicación se da por perdida. Es un problema serio, pues de repente el propio cuerpo se convierte en una cárcel para el cerebro consciente de estas personas. Ante este tipo de problemas surge la necesidad de desarrollar dispositivos BCI como los proyectados por Neuralink. La compañía de Elon Musk asegura que podrá llegar a leer la mente a través de la interpretación de las ondas cerebrales. Sin embargo, según aclaran los autores de esta última investigación, aún queda mucho para que estemos en ese punto.

Chaudhary et al. (Nature Communications)

Facilitando la comunicación a pacientes con parálisis

Este nuevo BCI no pretende leer la mente de los pacientes como Neuralink. Al menos no en el sentido más estricto de la palabra. 

Lo que hace es detectar cómo el paciente modula sus ondas cerebrales para responder preguntas de sí o no. Además, se le dio un abecedario para que lo fuese leyendo letra por letra y se midieron los picos en estas ondas que se generaban cuando llegaba a una letra deseada. De este modo, podría deletrear una palabra. Concretamente, empezaron pidiéndole que deletreara su nombre, el de su esposa y el de su hijo de 4 años.

El paciente también pudo pedir un masaje en la cabeza y algo de curry para comer, entre otros muchos mensajes

No fue un proceso sencillo. De hecho, hubo días que las letras detectadas por la BCI no se correspondieron con palabras existentes. No obstante, algo menos de la mitad de los días de práctica sí que logró la comunicación. Pudo emitir mensajes como solicitar un masaje en la cabeza, pedir curry con patata y boloñesa para comer o decir “te quiero” a su hijo. 

Ahora falta ver si se puede perfeccionar aún más la técnica para que pueda decir más mensajes y, sobre todo, comprobar si funciona igual de bien con otros pacientes. Es un pequeño paso, sin duda, pero para este hombre de 34 años posiblemente sea lo más maravilloso que le ha pasado desde que la ELA irrumpió en su vida.