Adrian Lyne vuelve sobre lo erótico en Aguas profundas (Deep Water), la más reciente producción de Amazon Prime Video. El regreso, luego de varios años sin estar detrás de cámara (Infiel se estrenó en 2002), es coherente a su tradición cinematográfica. Una película de piel y acto, adrenalina y tensiones que derivan en encuentros íntimos o en conflictos personales, con Ben Affleck y Ana de Armas como protagonistas.
En el cine de Adrian Lyne, el sexo es un vehículo para contar muchas más cosas que la intimidad entre uno y otro. En el caso de Aguas profundas, es parte del sostén de la relación entre Vic Van Allen (Ben Affleck) y Melinda Van Allen (Ana de Armas). Por otro lado, es aquello que atenta de forma constante contra ese vínculo. Ambos llevan una relación ficticia, que se activa durante encuentros sociales. Más allá de esas reuniones es fría y carente de afecto (saliendo de calentones esporádicos).
El detalle es que, en oposición a Vic, Melinda sí busca en otros aquella adrenalina pérdida a través de los años. Hasta al punto de manipular a su esposo para que sea consciente de esos encuentros o pague los gastos. Por absurdo que parezca, es la manera que encuentra Lyne de mostrar una cara de las relaciones sentimentales menos cándida y con conflictos dramáticos reconocibles. Aguas profundas es un poco más áspera en ese sentido, invitando a pensar aún más en la importancia de temas como la comunicación y la individualidad (aún estando en pareja).
Aguas profundas y el valor de las atmósferas
Muchas de las secuencias del film son lentas, en espacios vacíos, con tomas distintas en relación con los personajes o algún objeto entre ellos. Son alegorías y puntos de vistas que Lyne usa para sugerir al espectador la brecha entre uno y otro. La que podría ser una familia perfecta, incluyendo a una hija, sin problemas económicos ni de sociabilidad, es el resultado de una serie de decisiones que establecieron un vínculo que terminó esclavizando a ambos.
Por eso las atmósferas, los espacios de filmación y la tensión son cuestiones clave dentro de este relato. Esos aspectos, a ratos, propician la sensación de que se está ante un film de misterio, cerca de ofrecer un detalle que lo convierta en una película de terror, aunque luego se asienta como thriller más natural en el que la desaparición de un cuerpo y la muerte de uno de los personajes aporta otro nivel de tensión, en el que Ben Affleck toma las riendas del relato.
Aguas profundas aspira a través de Ben Affleck a generar una experiencia psicológica que no termina de funcionar. Vemos sus reacciones ante el comportamiento del personaje de Ana de Armas pero sus pensamientos son ajenos al espectador. Resta interpretarlos a tientas. Eso puede condicionar la experiencia. Mientras tanto, Ana de Armas convence como un personaje capaz de desdoblarse, de mostrar distintas caras, de ser erótica, sensual, y a la vez transmitir un punto de fragilidad conmovedor.
Conviene estar atento a los detalles referidos antes sin que desde el guion se le ayude un poco más. Por eso no es una película para ver de reojo. Ni bien ni mal: son decisiones del lenguaje cinematográfico.
El peso de los personajes secundarios
En relación con lo anterior, al otorgar buena parte del peso del relato a Ben Affleck y a Ana de Armas, la potencialidad de los personajes próximos a ellos se diluye. Sus historias son vistas, también, a distancia, sin un desarrollo que pueda sumar a la trama. Salvo el caso de Tracy Letts. El actor (que viene de hacer una actuación estupenda en Tiempo de victoria) interpreta a Lionel. Él es un escritor que está buscando el tema de su próxima novela.
Aguas profundas sugiere que ese tema es Vic Van Allen. Sucede con la mirada que tiene Lionel sobre él, que incluye desde comentarios incómodos en público hasta una supuesta investigación privada que se le atribuye, pasando por un acompañamiento distante en algunos casos. La película también insinúa un posible conflicto con la esposa del escritor, algo que también queda a medio camino. La sensación es que en ambos casos era necesario más de tiempo en pantalla para construirlos y, así, redondear esa parte de la historia.
La película aspira a invitar a pensar sobre la comunicación, el fracaso de las relaciones, el sexo como respuesta para llenar vacíos, la incapacidad de establecer acuerdos, la paranoia y el desquicia a partir del celo y un ideal de relación romántica que parece sacado de tiempo pero permanece ahí. En esa búsqueda hay éxito porque se generan preguntas con facilidad. Ben Affleck y Ana de Armas responden de buena manera; en especial la actriz, tanto en los momentos eróticos como en los más dramáticos, en particular estos últimos.
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Pero el balance buscado con otros personajes no resulta del todo convincente. Ese condicionante es la piedra que la hunde en el río, que limita todo su potencial. En especial, si se tiene en cuenta que hay películas como Malcolm y Marie (Sam Levinson, 2021) e Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019) que también tratan temas similares, con menos recursos pero de mejor manera.