La serie Vikingos se convirtió en un éxito inesperado. En especial, en una época en la que los dramas históricos necesitan algo más que batallas espectaculares para triunfar. En el 2013 y aún en History Channel, la serie de Michael Hirst tuvo que competir con la alargada sombra de Roma de HBO. También, con la sofisticación de las intrigas palaciegas de Los Tudor e incluso con las fastuosidad artesanal e ingeniosa de Marco Polo. Además, la serie tenía la curiosa responsabilidad de contar la historia de los grandes guerreros nórdicos sin caer en maniqueísmos. Mucho menos sin entrar en el debate sobre su ferocidad implacable o el derramamiento de sangre que dejaron a su paso. 

En realidad, Vikingos tomó una decisión más inteligentes e hizo algo mejor. Se zambulló de lleno en la idea sobre la idiosincrasia y la particular concepción del pueblo vikingo sobre su trascendencia. Lo hizo además, con una brillante puesta en escena y un guion inteligente que sostuvo seis temporadas con holgura. El programa supo capturar la esencia poderosa de una época salvaje sin caer en eufemismos o exageraciones. 

También puso atención a los extremos de un recorrido asombrado por lugares e ideas extraordinarias sobre batallas épicas y el sentido de la lealtad. Con Travis Fimmel como la figura cuasi mitológica Ragnar Lothbrok y Katheryn Winnick como la formidable Lagertha, la serie esquivó comparaciones. Pero más que eso, creó un estilo propio y brillante sobre el tránsito acerca de la percepción del mundo antiguo. Más allá del detalle histórico — que lo hay — Vikingos era una mirada a un primitivo sentido del propósito. El objetivo del pueblo y el poder de la trascendencia, condensada a otro nivel. 

Vikingos: Valhalla hereda parte de esa fuerza a pesar de encontrarse ahora bajo la dirección de Jeb Stuart. El guionista, conocido por su sentido de la acción y capacidad para humanizar personajes poderosos, brinda a la serie un deslumbrante sentido de lo formidable. Además de un pulso narrativo que sorprende al lograr combinar la conocida fuerza de Vikingos con un nuevo elemento sofisticado. La serie alcanza un nivel mucho más poderoso y complejo, lo que le brinda una necesaria bocanada de aire fresco. También muestra un despliegue de recursos narrativos que se sostiene sobre una puesta en escena fastuosa. 

Todo sin perder su identidad salvaje y radiante. De hecho, tal parecer que Stuart comprendió que la esencia de Vikingos era su audacia. De modo que Vikingos: Valhalla es una colección de secuencias formidables de batalla y acción. Por supuesto, también hay tiempo — y una inesperada profundidad — en las sexuales y en las complicadas — y renovadas — intrigas políticas. De hecho, toda la serie es una sacudida al concepto mismo de Vikingos para estructurar su esencia en algo más brutal, honesto y sentido. 

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Vikingos: Valhalla, lo mejor está por llegar

Si en las seis temporadas en History Channel la serie había tenido fronteras definidas en lo conceptual, la llegada a Netflix las amplía. La narrativa se abre desde Kattegat en Noruega hasta llegar hasta Inglaterra. Hay una expansión pensada y configurada para dotar a la serie de un nuevo sentido de la audacia. Y el guion lo logra para sostener una historia novedosa que basada en la misma premisa de la original, sienta bases para varias líneas narrativas a la vez.

La narración avanza cien años, hasta el siglo XI, lo que por supuesto pudiera haber comprometido su solidez. Pero Stuart construye una brillante sensación que no sólo la historia se encuentra en el mismo universo de su antecesora. A la vez que todas las versiones de la narración podrían unirse en un pasado y un presente glorioso. De nuevo, el guion cuenta la historia de un guerrero de estatura casi mitológica. En esta ocasión se trata de Leif Eriksson, interpretado por Sam Corlett, una vibrante adición a la sustancia misma de Vikingo como concepto. El groenlandés es un experto en la aventura oceánica y en dominar los mares del norte. Le acompaña su hermana Freydis (Frida Gustavsson), llena de rencor y un odio más justificado por una afrenta imperdonable. 

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Como la original, Vikingos: Valhalla apuesta otra vez a la versión del propósito concatenado con la aventura y la acción. Leif y Freydis son hijos de Eric El Rojo, una figura de una estatura tan enorme como para considerarse casi mitológica. Y esa sensación de estar a la sombra de un gigante, lo que hace que los primeros capítulos de la serie transcurran entre un sentido de la épica convincente. Como el creador del primer asentamiento vikingo en Groenlandia, Eric el Rojo es más que un conquistador. Es un personaje que dividió la historia de su pueblo en dos. Y para los hermanos, la sensación del acecho de esa herencia es enorme, pesada, en ocasiones insoportable.

La política y el futuro, cuando el Valhalla no es el final

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Vikingos: Valhalla es una combinación de varios conflictos a la vez que terminan por desarrollarse en, al menos, tres escenarios. Por un lado, se encuentra la venganza de Freylis, que Leif apoya y los lleva al remontar el mar en un tipo de furia misteriosa. También, el apoyo a su gesta de Harald Sigurdsson interpretado por Leo Suter), destinado a ser el Rey de Noruega. 

Pero mientras las intrigas palaciegas y políticas ocurren con rapidez, el avance del cristianismo también supone un elemento a tener el cuenta. De hecho, buena parte de la temporada de Vikingos: Valhalla muestra el enfrentamiento entre dos corrientes primordiales. Por un lado, los vikingos aún aferrados a sus antiguos ritos de poder y los que abrazan la nueva religión. Eso, mientras Inglaterra se sacude desde sus cimientos y avanza hacia nuevos territorios de conquista.

Por supuesto, Vikingos: Valhalla sabe que su atractivo depende de su capacidad para narrar lo histórico sin perder espectacularidad. Y la serie no sólo lo hace, sino que además, se vincula y se entremezcla con la percepción de la grandeza. Un cambio extraordinario está a punto de suceder y sin duda, lo veremos en pantalla chica. Y el anuncio es quizás un fastuoso recorrido por mitos, leyendas y datos históricos convertidos en un brillante espectáculo narrativo. El punto más fuerte de este experimento exitoso que podría convertirse en uno de los grandes atractivos del catálogo de Netflix.

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