Capítulo a capítulo, Feria: La luz más oscura va proponiendo preguntas al espectador. Se trata de un relato que tiene como eje a las hermanas Eva y Sofía, dos chicas que se ven afectadas por las decisiones de sus padres. Ellos están relacionados con una serie de muertes, como parte de un ritual, que han levantado polvo dentro de la región. Sus padres desaparecen. Ellas reciben todas las miradas posibles, desde la policía hasta los vecinos, quienes comienzan a sospechar distintas cuestiones en relación con las hermanas.
Ese acontecimiento, como punto de partida, abre diversos caminos dentro de la serie desarrollada por Agustín Martínez y Carlos Montero (Élite). Se trata de un contenido en el que se desea combinar distintos géneros narrativos para integrarlos de forma eficiente. Sobre lo primero, la sensación es clara. En el caso de lo segundo hay más dudas. Feria: La luz más oscura, a ratos parece una versión adulta y andaluza de Stranger Things pero podrían percibir algunas búsquedas en otras series policiales, por ejemplo. En el medio de esos aspectos, distintos guiños al terror y la ciencia ficción.
El reto de combinar tantos aspectos es evitar que se generen confusiones, que tanto favor influya en lo que debe importar por encima de todo: la historia que quiere contar. En ese sentido, Feria: La luz más oscura explora la historia del Culto de la luz en el que están involucradas distintas personas de la zona y que actúa con base en un fin que parece perverso. Como en El club de lucha, de alguna u otra manera muchos saben sobre ella pero nadie habla de ellas.
Feria: La luz más oscura, los guiños
y los mensajes implícitos
A través de las distintas personas que están involucradas dentro de ese Culto de la luz, Feria: La luz más oscura sugiere cómo ese tipo de prácticas se mezclan en las diversas capas de la sociedad. Podría entenderse como uno de los mensajes centrales de la serie: la fascinación por lo oculto, el misterio y las fuerzas ajenas al hombre escapan al estatus que se tenga. De esa forma, también, se detalla cuán profundo ha calado la idea de ese grupo a través del tiempo.
El rastro de esa secta es tan profundo que se puede ubicar incluso antes de la muerte de Francisco Franco. Si bien la serie se desarrolla unos años después de ese acontecimiento, durante los noventa, expone otro interés de la serie: dimensionar la influencia del Culto de la luz a través de acontecimientos históricos. De esa forma, también, se plantea un juego interesante para el espectador, cuando Feria: La luz más oscura cambia su apuesta estética durante algunos momentos para contribuir a la atmósfera.
Algunas de las preguntas que plantea la serie de Netflix
Agustín Martínez y Carlos Montero, junto con su equipo de trabajo, destacan por detalles como ese: apuestan por un producto llamativo, con planos que embellecen la pantalla, con paisajes y escenografías notables, mientras se desarrolla la historia. Cuando la cámara está en espacios más reducidos, se puede ver como los creadores tiran diversas referencias a series y programas de terror, esos que resuenan en escenas a ratos sangrientas, incómodas a la mirada, compaginadas con otras en las que lo explícito resalta.
Eso deriva en un coctel en el que la mezcla de géneros puede hacer ruido al espectador. Pero la historia resulta atractiva: ¿por qué murieron esas personas? ¿Cómo están involucrados los padres de las protagonistas? ¿De qué manera gestionan todo la carga que implica? ¿Hasta qué punto puede llegar la corrupción de un sistema? ¿Cuánto puede influir alguna deformación de la fe en la vida de otros? Es probable que, interpretación mediante, se encuentren respuestas y otras preguntas. Pero el final abierto y la posibilidad de una segunda temporada en Netflix da otras pistas.