En torno a la meteorología giran muchas pseudociencias, como las cabañuelas con las que un adolescente español predijo que el pasado mes de enero de 2022 tendríamos una nueva Filomena. Estas se basan en la observación de la naturaleza en un momento determinado del verano para predecir el tiempo que hará durante todo el año siguiente. Lógicamente, eso no tiene ningún sentido. No obstante, sí que hay técnicas con evidencia científica que usan la observación de fenómenos naturales para analizar determinados cambios climáticos. Es el caso de la fenología.

De hecho, la mejor prueba de que la fenología no es una pseudociencia es que la propia Agencia Española de Meteorología cuenta con varias estaciones en las que se recogen informes fenológicos periódicos. ¿Pero qué es exactamente lo que se mide en ellas?

Pueden ser muchas cosas. Pero, a grandes rasgos, la fenología estudia los cambios en fenómenos biológicos que siguen ritmos estacionales. Estos cambios pueden darnos una idea de posibles alteraciones en los patrones climáticos. Por ejemplo, si las golondrinas comienzan su migración antes de tiempo o algunas plantas florecen mucho más temprano de lo habitual, puede significar que el clima está calentándose demasiado. Y eso, por diversos motivos, puede ser preocupante. 

La fenología a lo largo de la historia

La observación de fenómenos estacionales de la naturaleza para analizar el clima se ha realizado durante miles de años. De hecho, existen escritos sobre el análisis de la floración de los cerezos de la corte de Kioto en el año 705 antes de Cristo. También existen muchos proverbios antiguos, de diferentes culturas, que podrían relacionarse con esta actividad. 

No obstante, parece ser que el término fenología se usó por primera vez en 1853, en un texto redactado por el botánico belga Charles Morren. En él, definía esta disciplina como “la ciencia cuyo objetivo específico es conocer las manifestaciones de la vida que están regidas por el tiempo”.

Desde entonces, se ha convertido en una ciencia muy usada para la elaboración de patrones climáticos, así como para la detección y prevención de efectos que puedan afectar a la salud humana, el medio ambiente o el turismo, entre otros. Además, sirve para mejorar el rendimiento en agricultura, pues da pistas de cuándo son los mejores momentos para sembrar, abonar o podar, por ejemplo.  Y también se considera un gran indicador del cambio climático. ¿Pero qué es lo que mide exactamente?

De las migraciones a la floración de las plantas

Cada país tiene sus propios indicadores fenológicos, porque cada país tiene su propia flora y fauna. Por ejemplo, la observación de los patrones migratorios de las golondrinas es muy útil en países como España. En realidad estas aves pueden verse en prácticamente todo el mundo. Sin embargo, no en las mismas épocas. Aquí tienen su zona de cría, por lo que llegan alrededor de primavera. En cambio, eligen el hemisferio sur para pasar los inviernos.

Por otro lado, es común observar la floración de algunas plantas autóctonas. En España es el caso, por ejemplo, de los almendros. 

Muchas plantas ya están floreciendo notablemente antes de lo que lo hacían

Y lo cierto es que ambos indicadores han ido cambiando notablemente en los últimos años a causa del cambio climático. Por ejemplo, en 2015 se publicó un artículo en la página de SEO BirdLife en la que se señalaba que las golondrinas estaban llegando a España cada año más temprano.

Las plantas tampoco se han hecho esperar. En 2013, se alertaba en Estados Unidos que la floración de algunas plantas en el país había ocurrido en 2011 y 2012, antes que en cualquier otro momento de la historia de la que existen registros.

En Reino Unido este mismo año se ha publicado en Proceedings of the Royal Society B un estudio en el que se muestra que las plantas en este país están floreciendo de media 26 días antes que en 1987. Eso son muchos días. Y quizás pueda parecer que no es un problema, pero lo es. Esa floración adelantada es consecuencia en parte del cambio climático, aunque también pueden influir factores como la contaminación lumínica, pues se confunde a las plantas con respecto al número de horas de luz que tiene el día. Pero volviendo al cambio climático, si ya hace suficiente calor para que florezcan, podríamos suponer que no pasa nada.

Pero aunque las temperaturas sean más altas aún puede darse alguna helada aislada. Y eso supondría la pérdida tanto de las propias flores como de los muchos animales que se alimentan de ellas. Se arrancarían de cuajo varios eslabones de la cadena trófica, con todas las consecuencias que eso conlleva para los ecosistemas. 

La fenología nos da la señal de alarma, pero por desgracia no puede hacer mucho más. Solo alertar a los seres humanos de que algo va mal. Una vez con esas pistas, solo nos queda actuar en consecuencia.

También se pueden elaborar modelos climáticos

Y para actuar en consecuencia muchas veces resultan útiles los modelos climáticos. Son modelos que nos muestran cómo ha cambiado el clima durante los últimos años. O incluso siglos. De hecho, para el estudio publicado recientemente en Reino Unido se usaron datos de registros establecidos desde el siglo XVIII.

Aquí tiene un papel muy importante la fenología. Por ejemplo, en Francia se han elaborado modelos climáticos desde el siglo XIV simplemente tomando los datos de cosecha de la uva Pinot Noir, en Borgoña. Esos datos no se registraron con intereses fenológicos. No obstante, con el tiempo han dado información para poder establecer modelos sobre cómo ha cambiado el clima en esta zona de Europa con el paso del tiempo. 

Se han elaborado modelos climáticos solo con las fechas de cosecha de la uva Pinot Noir en Borgoña durante siglos

En definitiva, aunque también englobe fenómenos naturales, la fenología no es comparable a las cabañuelas. Levantar una piedra en verano no nos dirá qué tal se dará el próximo invierno. Tampoco puede decirnos si vamos a tener otra Filomena. Eso es algo que solo puede predecirse con muy poca antelación. Y tampoco puede decirnos con exactitud qué futuro nos depara. Pero sí podemos confiar en que nos ayude a entender mejor el cambio climático. Ya lo está haciendo, de hecho, porque las consecuencias del calentamiento global ya están haciendo mella en la naturaleza.

Y es que puede que, si seguimos así, llegue el día en que muchas plantas ya no puedan florecer donde lo hacían antes, por no tener un clima propicio. Los patrones migratorios de muchas aves también se verían alterados. Algunas dejarían de verse donde antes lo hacían en grandes bandadas. ¿Quién sabe? Si no ponemos solución a tiempo, quizás llegue el día en que no vuelvan las oscuras golondrinas. Si eso ocurre, ese será un mal día para la poesía. Pero también para el planeta.