Soy ese tipo de persona que acaba detestando todo lo que está de moda o se promociona con especial ahínco por multinacionales. Es un defecto, puesto que es igual de dañino el interesarse sólo por lo popular, como lo es renegar de ello por el simple hecho de serlo, pero no he logrado todavía enmendarlo. Por eso, el bombardeo constante de publicidad de criptomonedas, los vídeos inspiradores de chavales que se hacen ricos de la nada invirtiendo en éstas o los gurús en Twitter que hablan de lo maravillosa que es la web3 me causan, por encima de cualquier otra sensación, rechazo y pereza.
«¿Por qué está tan interesado este señor en que yo me haga rico invirtiendo en no sé qué criptomoneda?» o «¿Por qué este millonario está tan obsesionado en defender la descentralizanción de la web?» son las preguntas que siempre me hago. La respuesta en mi mente está clara: dinero. No obstante, durante los últimos meses he estado siguiendo con interés cómo se desarrolla esta “revolución” para comprender por qué individuos a todas luces más capaces que yo están tan obsesionados con la cadena de bloques, las criptodivisas y los NFT.
La premisa de la web3 está clara y es muy fácil de entender. La web1 era descentralizada y se basaba en protocolos abiertos como el email y en la comunicación entre cliente y servidor; la web2 centralizó todo en plataformas y servicios como TikTok o Twitter y la web3 descentralizará todo de nuevo manteniendo las ventajas que ofrece el Internet actual.
¿Volver al Internet de los noventa?
La web2 nació porque los usuarios no querían, y ni quieren ni querrán, alojar su contenido en su propio servidor. ¿Quién grabaría un vídeo, y lo subiría a su servidor —encendido las veinticuatro horas del día— para mostrarlo a Internet en lugar de grabar una historia en Instagram? Sí, el contenido ha dejado de pertenecerte y ahora depende de la gestión de un tercero; pero es mucho más conveniente. Lo conveniente siempre triunfa, y no sólo en el ámbito tecnológico. Por otra parte, por muy amante y raudo defensor que se sea de los protocolos abiertos, es innegable que una plataforma cerrada evoluciona más rápido: es más fácil añadir una función en WhatsApp que en el protocolo IRC. Y a los usuarios les importa bien poco cómo de descentralizado sea esa aplicación o aquella otra, sino qué funciones o con quién pueden conectar gracias a ésa o aquélla.
La conveniencia hizo que los datos dejasen de pertenecer a sus usuarios, y su acceso se centralizó. Sin embargo, los dos pilares de la web3 son la descentralización y la inmutabilidad.
La web3 está descentralizada porque la información reside en la cadena de bloques y se distribuye entre múltiples servidores, compañías y personas en lugar de hacerlo en un servidor controlado por empresas y legislación local; y es inmutable porque lo que se escribe en la cadena de bloques no puede ser editado o eliminado, a diferencia de lo que ocurre con las bases de datos que se usan en las aplicaciones y servicios de Internet.
¿Suena bien? Lo mejor de ambos mundos: descentralización y conveniencia. El problema es que en la práctica todo está mucho más centralizado de lo que los gurús y criptocharlatanes proclaman, y su falta de conveniencia es cada vez más evidente y menos excusable.
Aplicaciones en la web3
Empecemos a analizar las posibles virtudes de la web3 estudiando cómo se desarrollaría ahora mismo una aplicación en ella.
Desde la llegada del smartphone, todo Internet funciona en un mundo de servidores y clientes; y un cliente no puede ser a su vez servidor. Sin embargo, en la cadena de bloques, toda operación se realiza a través de servidores que funcionan como una red de nodos y que proporcionan el servicio. Teniendo en cuenta esto, y que una aplicación tiene que poder leer y escribir sobre la cadena de bloques, aparece el primero de los problemas: ¿cómo interactuar desde un cliente en ella? La solución apareció pronto: las API que ofrecen compañías externas. Éstas alquilan servidores que ejecutan los programas necesarios para que el cliente no tenga que hacerlo a cambio de un módico precio o tus datos.
Justo como empezó la transición de la web1 a la web2. No es sorprendente. A lo largo de toda nuestra historia se ha colaborado y comerciado en pos de un beneficio mutuo: un fabricante de coches no tiene por qué fabricar también los neumáticos ni un panadero moler el trigo.
Este hecho nos hace vislumbrar el primer problema: toda la información está descentralizada y es inmutable, pero, en la práctica, el acceso a ella no. Toda interacción sucede a través de las dos o tres empresas que usan los desarrolladores para crear sus aplicaciones en la web3.
Al menos, teóricamente, —a los adalides de la web3 les encanta hablar de la teoría y edulcorar la práctica— como la información no pertenece a esas plataformas, los usuarios podrían cambiar de proveedor de API cuando quisiesen. No obstante, el mismo razonamiento aplica ahora mismo para la web2: cualquier usuario es “libre” de utilizar Signal en lugar de WhatsApp, Mastodont en lugar de Twitter o Ubuntu en lugar de Windows. Sin embargo, por más ingenuo que se sea, sabemos que no es del todo cierto y que existen muchos condicionantes. Pero bueno, esto «acaba de empezar», dicen los que saben de esto, y no me quería precipitar a la hora de sacar mis conclusiones. Debía aprender más sobre la web3 antes de realizar juicios sobre ella porque es igual de sencillo criticar algo que no se entiende como estúpido.
Los NFT: propiedad y arte en la web3
La cadena de bloques, al ser una base de datos distribuida y segura que guardar registro de toda transacción, permitió repensar la propiedad digital. Por primera vez, un conjunto de bytes, siempre fácilmente replicables en Internet (un fichero JPG o mp3 por ejemplo), podría pertenecer a un individuo en concreto. Ahí surgió la idea de los NFT: ficheros digitales únicos y cuya propiedad está auditada por la propia cadena de bloques.
Me cautivó la idea. De la misma forma que la fotografía resucitó y transformo la pintura, los NFT podrían revolucionar el arte digital. Es una forma de transformar bytes en lienzos.
Pronto se empezó a ver obras de arte digitales subastadas por millones de dólares, y famosos luciendo dibujos de monos en sus avatares de Twitter. Estos monos, que pertenecen a una colección de 10.000 denominada Bored Ape Yacht Club, se han convertido en un símbolo de status y su valor va más allá del valor artístico de los mismos. Lucir uno de éstos es lo más parecido en el mundo digital a lucir tu Rolex o tu Omega. La estrella de la NBA Stephen Curry compró uno de ellos por 180.000 dólares.
La imagen en sí no suele estar almacenada dentro de la cadena de bloques, ya que sería muy costoso, sino que se almacena la dirección web que lleva hasta ese fichero. El problema es que no hay validación alguna para que la imagen que adquieres sea inmutable (una de las premisas de la cadena de bloques), porque lo que es inmutable es la URL. Por lo tanto, cualquier persona con acceso a ese servidor podría cambiar la imagen de destino de esa dirección web. Puede que compres un mono y que, dentro de unos años, se convierta en la fotografía de un gato. O algo peor, claro está. Una posible solución es el uso del sistema de archivos interplanetario (IPFS, por sus siglas en inglés), que es un protocolo para almacenar contenido en una red p2p direccionable, pero su adopción no es la norma todavía.
Este detalle técnico no eclipsa el beneficio que puede suponer para fotógrafos y artistas digitales poder subastar sus obras originales. Es una nueva e interesante forma de mecenazgo digital. Pero, ¿dónde se subastan? De nuevo surge la centralización, y la casa de subasta OpenSea ya se ha hecho con la casi totalidad del mercado. Esta compañía es la que lista los NFT a la venta y su precio actual de subasta. También está bajo su potestad que NFT se mostrará en su plataforma. De cada venta, obviamente, ellos se llevan un porcentaje; como ocurre con eBay.
Lo que me pregunto es para qué sirve la web3 si va a estar operada a través de plataformas que funcionan como cualquier compañía de la web2.
El caso que mejor lo resume es el de un poseedor de varios NFT de la colección Bored Ape Yacht Club, que cayó en un engaño y se quedó sin ellos, perdiendo por el descuido millones de dólares. Al ser una transacción ilícita, a juicio de OpenSea, la venta de éstos quedó suspendida dentro de la plataforma. Es decir, se rompe el dogma de la cadena de bloques en favor de operar como cualquier sociedad que castigue el hurto. Pero haciendo esto, se admite que la auditoria que ofrece la cadena de bloques por sí misma no es suficiente, y que da igual cómo de perfecta sea la tecnología cuando el eslabón más débil de la seguridad de cualquier sistema son las personas.
El criptomundo ideal y teórico se acaba rápidamente cuando te roban una imagen de un mono porque no entiendes bien cómo funciona eso que promulgas.
Obviamente, la moda de los NFT la van a aprovechar los gigantes de la web2 para mantener su privilegiada posición: Twitter ofrece desde el pasado jueves la posibilidad de mostrar un NFT verificado como avatar; Facebook, por su parte, planea incluso crear un mercado interno para estas obras de arte digitales. Ficheros descentralizados que se venden y compran en las plataformas centralizadas de siempre. Sí, ésas que había que matar con la web3. Para más inri, Twitter usa la API de OpenSea. Es algo más centralizado que cualquier plataforma web2.
El discurso de la compra venta de NFT está, además, centrado casi en exclusividad a la potencial ganancia de ventas a través de la especulación. Cada vez se lanzan más colecciones, y cada vez aparecen más compradores con la esperanza de que el dibujo de un perro, un gato o una lagartija pase a incrementar su valor exponencialmente.
Sin ese ánimo de lucro, que ha aupado toda inversión y crecimiento del mundo ‘crypto’, resulta complicado pensar que este mercado artístico hubiese despegado de tal forma por las supuestas virtudes tecnológicas o sociales que éste ofrece.
A más estudiaba sobre la web3, menos entendía: el concepto de los NFT parecía loable, pero, en la práctica, su compraventa y cultura parecen formar parte de algún sketch cómico.
¿Y las divisas?
Lo mismo ocurre con las criptomonedas. Cada cual puede inventarse la que quiera con el supuesto propósito económico o social y la tecnología que desee, pero, para poder tener éxito y que su valor aumente, ha de estar listada en una casa de cambio. ¿Qué casas de cambio hay? Unas pocas, pero la principal es CoinBase. Que una moneda se liste para su cambio allí es el equivalente a una oferta pública inicial en WallStreet. El problema es que es CoinBase, una empresa privada respaldada por fondos de inversión, la que decide qué monedas se listan y cuáles no.
Ésta es una de las críticas que realizó tácitamente Jack Dorsey, fundador de Twitter y promotor de bitcoin. La web3 no es descentralizada porque se mueve por los intereses de los fondos de inversión, que tienen participaciones en las casas de cambio y, a su vez, pueden promover unas divisas u otras.
Más allá de la centralización que, una vez más, se puede observar, es llamativo lo costoso, lento e irreversible que son las transacciones en el criptomundo. Por ejemplo, en la red Ethereum, la que se emplea en la compra venta de NFT, cada cambio requiere recursos computacionales que hay que compensar. Ethereum dice que «Las tasas existen para ayudar a que la red sea segura. Al requerir una tasa por cada transacción ejecutada dentro de la red, evitamos que terceros malintencionados saturen la red».
La popularidad de Ethereum ha hecho que los costes por transacción (gas lo denominan) se hayan disparado, ya que el espacio de gas está limitado por bloque. En la práctica, enviar una propina a un amigo sale más caro que la propina en sí. ¿Quién usaría PayPal para enviar diez dólares a un amigo si la tasa por ello fuese de ochenta? Pero, claro, PayPal no es ‘CryptoPal’.
Basta con echar un vistazo a la web de soporte de Tesla para pagos mediante la criptodivisa Dodgecoin, que es curiosamente una de las mejores para estos menesteres, para replantearse muchas cuestiones. En ésta podemos encontrar frases como «Es responsabilidad del comprador asegurarse de que los fondos se transfieren a la cartera de Tesla»; «Tienes un tiempo para realizar el pago. Si éste expira, tendrás que reiniciar el proceso completo»; «La red Dodgecoin carga una tasa cada vez que se emite un pago. Consulta con el proveedor de tu cartera para más información»; y la mejor de todas: «Si te equivocas enviando un importe superior al del precio del producto que adquieres, el extra no podrá ser reembolsado».
La utilidad de las criptomonedas era ésta, que fuesen cambiadas por bienes y servicios. En la práctica, además de ser un engorro, es más caro, menos seguro y muy tedioso.
La Historia se repite: revolución de muchos, beneficio para unos pocos
Además de estos tres pilares analizados, existen muchos otros posibles usos en la web3 transformar el centralismo de la web2. La red, al pertenecer a sus usuarios, beneficiaría —de nuevo, en teoría— a todos y cada uno de ellos según su contribución. Según algunos gurús de Silicon Valley, te deberían pagar por jugar, y no al revés. Este anarquismo tecnológico que predican con tanto ahínco, y que puede parecer loable, se va desmontando por su propio peso en cuanto se empieza a poner en marcha.
«Estamos en el inicio» es un argumento que ya no sirve o, en todo caso, sirve para evidenciar los defectos de la web3. Si ya en sus inicios todo se centraliza, ¿qué pasará cuando todos los bancos, multinacionales y fondos de inversión estén dentro?
Todo se centraliza porque es más conveniente para los usuarios y provechoso para quien busca hacer negocios. El paraíso de un mundo digital anarquista sin estado ni tiranos, donde cada uno recibe lo que da, no pasa ni el primero de los exámenes. El viejo Oeste mola mucho hasta que te roban tus pertenencias (una imagen de un mono) o hasta que te equivocas al realizar un pago y no tienes a quién acudir para solventarlo.
Por supuesto, la situación de la web que usamos no es idílica. Los usuarios están atrapados en feudos digitales regidos por Google, Facebook o Amazon, pero la solución no pasa por cambiar los ‘tiranos’ que la rigen. Derrocar a unos líderes para aupar en el poder a otros no va a beneficiar a los usuarios, ya que en la web3 todo es más tedioso, inseguro e inconveniente.
A quien sí le interesa es a los fondos de inversión de Silicon Valley —los verdaderos promotores—, a los cantamañanas que esperan hacerse ricos de la noche a la mañana sin trabajar o a los artistas que ven un medio de lucro a corto plazo sin entender las consecuencias que podrá tener después vender su arte como objeto única y exclusivamente de especulación. Porque un NFT no se está valorando como un Dalí o un Velázquez, sino como una carta Pokémon.
Los que excusan los evidentes defectos y problemas que genera la web3 me recuerdan a los marxistas que proclaman que el marxismo es fantástico, pero que se ha implantado mal. Si triunfa la web3, Internet no se convertirá por arte de magia en un paraíso cibernético para todos los usuarios, sino para unos pocos señores con traje, corbata y maletín de piel. Siempre que los líderes caen, emergen otros. Y en toda revolución, cada uno, al fin y al cabo, busca su propio provecho.