The House, la serie de Netflix en stopmotion, es un experimento tramposo. Uno que basa su efectividad en una plácida imagen de engañosa ternura. Después de todo, el film antológico es un cuidado stopmotion de rara precisión y con un destacado apartado visual. Uno que usa los tropos del género del terror en una experiencia inmersiva que va desde la curiosidad argumental hasta lo francamente desagradable. Pero lo que podría ser una versión descafeinada de una premisa siniestra en realidad es una joya perturbadora.

La producción cuenta la historia de una casa misteriosa a medida que el tiempo transcurre y las tinieblas en su interior se hacen más profundas. El argumento de cada uno de los capítulos se ensambla a la manera de un cuidadoso hilo narrativo que se extiende en tres direcciones distintas. Lo hace a medida que destaca que lo que une a los sucesos inexplicables y a menudo aterradores, un núcleo de oscuridad indescifrable. The House, utiliza lo visual para apuntalar el hecho de que toda versión de la realidad tiene a menudo múltiples dimensiones. Y que esa inquietante cualidad dual se manifiesta a través del tiempo como una medida del absurdo.

Lo surreal y lo onírico crean en The House una sensación de urgencia por escapar de una pesadilla. Ya sea debido a que sus personajes son animales humanizados o que las historias se hacen más insoportables. El punto central de The House es la desorientación. La sensación pertinaz de que las sombras — el peligro, los horrores — avanzan con rapidez. Eso a medida que los tres argumentos convergen en una mirada hacia el pasado, el peso de la culpa y la angustia espiritual. Es entonces cuando The House alcanza un peculiar e inexplicable punto de ruptura. ¿Qué intenta narrar la película? ¿Lo que se esconde en las tinieblas de la oscuridad? ¿Lo que habita bajo un aspecto aparentemente inocente?

El miedo que se esconde bajo la ingenuidad en The House

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The House no titula sus capítulos: cada uno de los fragmentos funcionan como ideas anónimas. En apariencia, se trata de sucesos separados y sin conexión entre sí. Además, los directores de cada capítulo utilizan el espacio — lugares y cosas — como un escenario movedizo y borroso. Es la misma casa, pero en momentos y situaciones distintas. Pero además, es una circunstancia idéntica aunque no sea obvio de inmediato. Lo más asombroso: también es la misma insinuación del terror, escondido a simple vista.

Poco a poco, la casa, en toda su belleza dulce se descubre como la máscara de algo vivo, punzante y negro

Hay un juego de espejos en The House que se hace más sombrío de historia en historia. Mientras los adorables personajes van de habitación en habitación, ríen y se hacen preguntas sobre el lugar que habitan, algo pútrido crece a la periferia. De hecho, el primer episodio, dirigido por Emma de Swaef y Marc James Roels, establece ese ritmo angustioso de secreto a revelar. Poco a poco, la casa, en toda su belleza dulce se descubre como la máscara de algo vivo, punzante y negro. Un elemento discordante que provoca un choque de sensaciones y presunciones que abruma por tétrica elocuencia.

Desde la primera escena, que comienza con la frase críptica “y se escucha dentro, se teje una mentira” hasta la última, con toda su amarga sorpresa. The House es un recorrido meditado y mejor construido a través de un horror sutil que aprovecha todas las virtudes de su narración. El stopmotion actúa como una creación doble al sostener el argumento y su ambigüedad siniestra. Para su escena final, The House deja claro que el terror puede contarse de muchas maneras. Y que la serie escogió una, impecable y punzante como una oscura y afilada arma.

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