El pasado 20 de enero, la NASA captó las imágenes de una imponente llamarada solar. Pero que no cunda el pánico, nuestra estrella no se está cayendo a pedazos. Las llamaradas solares, también conocidas como fulguraciones solares, son algo totalmente normal. De hecho, en 2020 hubo una muy potente. La mayor desde 2017. Si son muy intensas es cierto que pueden afectar a las comunicaciones aquí en la Tierra, pero generalmente no las hay tan fuertes como para que tengamos que preocuparnos demasiado.
Esta tuvo una intensidad intermedia, de nivel M5, según los datos publicados por la agencia espacial estadounidense. Ahora veremos qué quiere decir eso, pero no sin antes recordar qué son las llamaradas solares.
Y es que, aunque ocurren habitualmente, no siempre se logra captarlas en imágenes. El resultado suele ser algo espectacular y muy bonito. Pero, por supuesto, también una excusa para recordar un poco la ciencia básica sobre la composición de nuestra estrella, los ciclos que la gobiernan y el modo en el que a veces parece que el material sale despedido de ella.
¿De qué está hecho el Sol?
El Sol es una estrella que se formó hace aproximadamente 4.600 millones de años. Casi tres cuartas partes de su masa están compuestas de hidrógeno, mientras que el resto contiene otros elementos, como oxígeno, carbono, neón y hierro. Todo esto se encuentra en estado de plasma. Es decir, en un estado de la materia similar al gaseoso, pero compuesto por partículas cargadas eléctricamente.
Precisamente, el movimiento de estas partículas provoca que alrededor del Sol se forme un campo magnético que varía con el tiempo. Dichas variaciones ocurren aproximadamente en ciclos de 11 años, pero no se sabe exactamente cuándo empiezan y cuándo acaban. Y es aquí donde entra en juego la llamarada solar, ya que los periodos menos activos, en los que estas fulguraciones empiezan a escasear, se entienden como finales de ciclo.
¿Qué es una llamarada solar?
Ya sabemos que una llamarada solar, especialmente si es muy intensa, se corresponde con un periodo de alta actividad magnética en el Sol. ¿Pero qué es una llamarada solar?
Básicamente, es una liberación súbita de radiación electromagnética que se genera desde una de las capas del sol, conocida como cromosfera. La liberación resultante de energía es equivalente a la de las bombas de hidrógeno, infinitamente más potentes que la de Hiroshima.
Todo esto suena bastante apocalíptico, pero es muy normal. Eso sí, hay que tener en cuenta de qué tipo es la llamarada solar. Pueden ser de tipo X, M o C. Las primeras son las de mayor magnitud, por lo que su gran liberación de radiaciones electromagnéticas puede interferir con las ondas de radio usadas aquí en la Tierra para las telecomunicaciones, provocando grandes apagones. Las segundas también pueden provocar apagones, pero bastante más leves y generalmente solo en las regiones cercanas a los polos. Finalmente, las de tipo C pasan sin pena ni gloria, sin que nos demos ni cuenta.
El Centro de Predicción del Tiempo del Espacio, perteneciente a la NOAA de Estados Unidos, tiene incluso un método de clasificación aún más exacto, en el que las de tipo M y X, que sí pueden llegar a generar preocupación, se dividen en M1, M5, X1, X10 y X20, siendo las primeras de gravedad menor y las últimas de gravedad extrema. La llamarada solar captada por la NASA el 20 de enero era de tipo M5, equivalente a gravedad moderada.
La interpretación es que pueden alterarse las comunicaciones por radio durante unas decenas de minutos en el lado de la Tierra iluminado por el Sol en el momento de la fulguración. Pero no parece que hubiese grandes incidencias a las 06:01 UTC (07:01, hora peninsular española y 00:01, en Ciudad de México), cuando ocurrió todo. Desde luego, sería al otro lado del mundo, pero todos nos habríamos enterado si la situación hubiese sido grave. Y parece que no lo fue. Es lo habitual. El Sol se enciende con todas sus fuerzas y nosotros no nos damos ni cuenta.