Desde sus primeras escenas, The Matrix Resurrections de Lana Wachowski deja claro que el tiempo ha transcurrido. No solo en la historia que está a punto de contar, sino en la vigencia de su simbolismo. La película retoma el brillo radiante y engañosamente inocente de las últimas imágenes de Matrix: Revolutions y las utiliza para plantear algo claro. The Matrix Resurrections es una continuación — formal y en espíritu — de lo planteado por las primeras películas. A pesar de sus intentos para funcionar como una premisa independiente, el film depende en exceso de la saga principal como para serlo. 

La producción tiene una peculiar necesidad de reconstruir su mitología desde los cimientos. Y debe hacerlo con cierta concepción sobre su grandeza que resulta exagerada en ocasiones. La directora y guionista es muy consciente de la envergadura de su franquicia. También del hecho de que The Matrix Resurrections tiene el deber de justificar su existencia.

¿Por qué revisitar el mundo de The Matrix cuando ya todo estaba dicho? Después del sacrificio de Neo y Trinity, ¿hay algo que añadir? La película fuerza la premisa para que la respuesta sea afirmativa. De hecho, hay algo dolorosamente blando en este Thomas Anderson (Keanu Reeves), un solitario diseñador de videojuegos. En una California tintada de tonos vivaces y en escenarios casi oníricos por su simetría, el silencio a su alrededor parece tener significado. ¿Qué ocurre con Anderson, desarraigado, excluido y solitario? El argumento no lo dice, pero sí es evidente que el frágil secreto que lo rodea lo es todo. Desde los largos silencios, las consultas psiquiátricas, las píldoras azules. La mente del personaje es un crisol de información a punto de estallar. 

Para el guion, Anderson es un puente entre el pasado y el futuro. Pero no uno con toda la firmeza que debería tener para sostener su vínculo con un contexto gigantesco. Por supuesto, el personaje cumple el inevitable ciclo del narrador que tiene el compromiso de unir todos los hilos a su alrededor. De la misma manera que en la primera película de The Matrix, el personaje de Keanu Reeves comienza a sospechar de la dualidad de la realidad. Pero también a hilvanar, quizás en uno de los pocos puntos ingeniosos de la trama, cómo entender lo que ocurre a su alrededor. 

Cuando todo vuelve al punto de partida con The Matrix Revolutions

The Matrix Resurrections ocurre después de The Matrix Revolutions y, de hecho, el guion se toma particulares molestias para dejar claro que han transcurrido sesenta años. Thomas Anderson tiene pesadillas y sueños recurrentes, con la sensación insistente que “algo va mal en su mente”. Por supuesto, todo lo que lleva a cabo esta versión cansada y cínica del icónico personaje está enfocada en el recuerdo. Todos sus juegos son obviamente directas referencias a la trama de las primeras películas. El guion utiliza el recurso para narrar, pero lo desperdicia al contextualizar en exceso. 

La película plantea el hecho de incluir dentro de su trama cada vez más densa y repetitiva, la trilogía original

De hecho, hay cierto aire melancólico en los pequeños fragmentos de información desperdigados en la primera media hora de película. Una que emparenta con la sensación de que no puede funcionar sin una lluvia de referencias constantes. La sensación es evidente: lograr entablar un diálogo entre The Matrix y algo más amplio. El universo de The Matrix está presente en la idea de su inevitabilidad y Lana Wachowski hace hincapié en eso, como si cada pieza de su historia fuera un homenaje. Y aunque el co guionista David Mitchell aseguró no era una secuela, en realidad no lo es. Al menos en su premisa central.

La película plantea el hecho de incluir dentro de su trama cada vez más densa y repetitiva, la trilogía original. El guiño a los grandes momentos es inevitable, pero también el hecho de que el argumento esté dispuesto a incorporar cada elemento que hacen reconocible la saga. Quizás, el punto más débil de The Matrix Resurrections sea el hecho de que hay algo levemente superfluo en su empeño por repasar lo ya narrado. 

Su mirada hacia la mitología de la saga no es enriquecedora ni tampoco innovadora. Se trata de un repaso que el guion lleva a cabo con un exceso de pretensiones. Como si se tratara de un empeño impaciente por llegar al centro de la historia, el guion de Wachowski avanza con torpeza. Pero aún más preocupante: con una percepción sobre su envergadura casi desmesurada. 

Un agujero de conejo en la mitad de una engañoso juego de espejos

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Por supuesto, la saga Matrix siempre fue la medida de sus ambiciones y sin duda la capacidad para usar las expectativas a su favor. En The Matrix Resurrections lo hace y además espesa la atmósfera con la recurrente sensación de que “algo” está a punto de ocurrir. Lo que se lamenta es que cualquier fan de The Matrix sabe qué pasará y no hay mayor cambio en la fórmula. Cuando Anderson comienza a sufrir flashbacks y expresa en voz alta su incomodidad con lo que lo rodea, la película avanza con más rapidez. 

Y lo hace directamente hacia el mundo misterioso que rodea a Anderson sin tocarlo. Obsesionado con Tiffany (Carrie — Anne Moss), la sensación de que la realidad le engaña se hace sofocante. Mucho más después de sus horas de terapia y tomar las píldoras que intentan contenerlo. El guion se toma un verdadero esfuerzo en crear el misterio, y de hecho lo logra. En sus mejores momentos, The Matrix Resurrections utiliza las insinuaciones a su favor. En especial, cuando Anderson llega a la encrucijada inevitable: ¿es real lo que ocurre?

De manera sorprendente, el film abandona la poderosa sensación de misterio por una revisión más que obvia a la primera película

Quizás sea la aparición de Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) el punto de ruptura más evidente con el tono de la película. Anderson recibe la pastilla roja que le libera y vuelve a ser Neo en una escena de pesadilla sofisticada que no convence demasiado. Solo que esa percepción sobre el bucle temporal pierde sentido y firmeza al caer en lo predecible. 

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De manera sorprendente, el film abandona la poderosa sensación de misterio por una revisión más que obvia a la primera película. Lo hace sin dejar dudas que el recorrido ahora lleva una cierta contradicción a la línea central y un cambio de la base de su argumento. Pero también, es una capa sobre capa sobre algo ya conocido y visto.

Para su escena final, ya es más que obvio que Lana Wachowski tiene especial interés en que su universo siga siendo robusto y atractivo. Y para después de los créditos — sí, hay algo que decir en una secuencia misteriosa — el mensaje es directo. Matrix puede ser incluso su propia contradicción.