Puede que Kevin Hart sea una de las figuras actuales más versátiles del entretenimiento. El actor y comediante va de un lado a otro con naturalidad. Un día se le puede ver haciendo un cameo y a la vez se le puede recordar entrevistando a jugadores de la NBA. Una máquina de likes y de venta de entradas. Un sujeto admirado por personas comunes al igual que por estrellas de distintos sectores. Mucho de esto se agrupa en la miniserie Una historia real (True Story) de Netflix.
Los posibles paralelismos entre la historia del comediante y el relato ficcional son tales que a ratos parece tratarse de un documental. Incluso, desde la dirección y el manejo de cámara durante tramos de los primeros episodios, podría generar confusión. Esa idea poco a poco se va desplazando hasta que el relato se instala en el otro registro. Mientras tanto, la producción de Netflix plantea una serie de disyuntivas que complican el andar de Kevin Hart. A su vez, van exponiendo distintos temas en torno a la figura del comediante.
Aunque ese aspecto, que aspira a ofrecer tensión y diversos nudos narrativos, en ocasiones parece exagerado. En ese camino, el protagonista pierde fuerza en favor durante varios tramos del relato. Puede que esto no tenga tanto que ver con el guion como él. Wesley Snipes y Theo Rossi ofrecen secuencias sólidas, con papeles que esconden varias capas más que el de Hart. Esa suerte de balance salva a Una historia real de ser una parodia o un relato hipertrofiado, aunque es un relato entretenido no alcanza a ser memorable.
Una historia real y al balance entre los actores
Al tratarse de una historia relacionada con el mundo de Kevin Hart, es lógico que el comediante sostenga todo el relato. De alguna forma, Netflix acerca al espectador a ese universo para dejarse seducir. Desde las noches en hoteles de lujo hasta la reacción de los seguidores y el entorno más cercano. Ese viaje incluye algunas zonas grises, esas en las que la historia aspira a trascender, aunque deje dudas.
En esos campos emergen Wesley Snipes, hermano de Hart, y Theo Rossi, el fan más apasionado del comediante. A medida que sus personajes tienen más espacio, el de Hart se va extraviando, aún cuando sus historias tienen irregularidades en cuanto a construcción. Snipes, recordado por Blade (1998), a ratos toma las riendas de la historia y aparta a todo lo que se consiga en el camino; algo similar ocurre con Rossi. A través de ellos se muestra la otra cara del estrellato. El riesgo que se corre dentro de ese juego es preferirlos a ellos antes que al protagonista.
Luego, en una vuelta del guion, Hart vuelve a tomar los mandos de Una historia real. Pero la sensación es que en el camino quedaron historias con mayor potencial del mostrado y que la resolución de algunos conflictos es rocambolesca.
Un cúmulo de géneros irregular
Una historia real invita al espectador a pensar que puede ser un documental durante los primeros minutos, luego se hace evidente el tono ficcional y a partir de ahí se desencadenan distintos guiños que complican la definición de la historia. A gran escala, se trata de un thriller. Sin embargo, cuando se revisa su acercamiento a la parodia y al género policial, esa sensación se difumina.
¿Lo anterior es un problema? No. Desde hace rato se insiste en que no hay géneros puros. Entonces, ¿cuál es el detalle? Los acercamientos de Una historia real hacia otro tipo de discursos no resultan efectivos. La serie aspira a más de lo que da, propiciando esas resoluciones abruptas o que sus fortalezas se diluyan en el camino. Si el espectador busca una miniserie para acompañar el fin de semana, no se aburrirá con esta producción. Pero puede que entre el primero y el último capítulo se pregunte si debió haber visto otra cosa.