Recientemente, los titulares de numerosos medios de comunicación anunciaron a diestro y siniestro que unos investigadores españoles habían hecho hallazgos muy importantes sobre el párkinson. Sin duda, es una gran noticia que pone de manifiesto la valía que tienen los científicos de nuestro país. Pero, tan importante como contar su hallazgo, es recordar que algunos de esos científicos españoles no se encuentran investigando en España. Por eso, este gran descubrimiento es un pretexto perfecto para recordar que miles de personas con una carrera brillante deben salir fuera huyendo de los contratos precarios y los problemas de financiación.
Este no fue el motivo por el que Patricia González Rodríguez, la autora principal del estudio, se fue a Estados Unidos. En realidad, ella quería hacerlo, no se sintió obligada. Pero sí que es muy consciente de los problemas que hay aquí y, de hecho, ha podido evidenciarlos al tener una situación diferente con la que comparar.
Por eso, en Hipertextual nos hemos puesto en contacto con ella, tanto para hablar de su maravillosa investigación como de esas trabas que, por desgracia, siguen teniendo que sortear los investigadores españoles.
Hallazgos muy importantes sobre el párkinson
Antes de hablar sobre precariedad o falta de financiación, no podemos dejar de alabar el hallazgo realizado por estos científicos.
Y es que, en un estudio publicado recientemente en Nature, han dado a conocer una parte desconocida del desarrollo de la enfermedad de Parkinson. Lo han hecho en ratones, pero podría tener implicaciones muy importantes para los humanos. Ahora bien, ¿cuáles han sido esos grandes hallazgos?
Para empezar, han descrito por primera vez un modelo de ratón parkinsoniano. “No podemos hablar de enfermedad de Parkinson en el ratón, porque es algo específicamente de humanos”, aclara González Rodríguez desde Chicago. “Hemos conseguido por primera vez un ratón que de forma progresiva presenta síntomas parkinsonianos y recapitula la enfermedad de Parkinson en humanos”. Esto ocurre a través del desarrollo de dos estados bien diferenciados. En primer lugar, se da una etapa asintomática, conocida como fase prodrómica. Después, se pasa a la etapa en la que empiezan a aparecer síntomas motores característicos del párkinson clínico, como la rigidez o los temblores. La obtención de estos ratones es algo muy útil; ya que, como bien señala la investigadora, les ayudará a “estudiar muy bien la etapa prodrómica para no llegar a la sintomática”.
Esto es muy importante, pues si a día de hoy el párkinson no tiene cura es porque no se conocen sus causas. Se sabe que hay muchos factores que pueden influir, pero estos no están claros. Por eso, cada nueva causa descubierta es una gran noticia. Y eso es lo que han conseguido gracias a este modelo de ratón. “Hemos visto que cuando mutamos un gen específico en la mitocondria las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra mueren de forma progresiva”.
Las mitocondrias son los orgánulos en los que se genera la energía necesaria para la célula, como si de un motor se tratara. Esto es aplicable a cualquier célula, incluyendo las neuronas. Y también las neuronas dopaminérgicas, que son las que producen la dopamina. Aunque esta es conocida por muchos como la hormona de la felicidad, en realidad es un neurotransmisor, por lo que su función es facilitar la comunicación entre neuronas. Tiene multitud de funciones y su carencia se ha relacionado con una gran variedad de enfermedades; como, por supuesto, el párkinson.
Y esa cursiva al hablar de que las neuronas dopaminérgicas mueren no es algo al azar. Es el resultado de otra de las conclusiones de este estudio. “Hasta ahora nosotros pensábamos que las neuronas dopaminérgicas morían y se generaban los síntomas típicos”, señala la autora principal de este estudio. “Sin embargo, hemos visto que es verdad que esas neuronas pierden todos los marcadores dopaminérgicos, como si dejaran de ser neuronas dopaminérgicas, pero aunque cambien sus propiedades las neuronas siguen ahí”.
Una puerta abierta a nuevos tratamientos
El hallazgo realizado por estos científicos es muy interesante porque, de extrapolarse a humanos, podría abrir la puerta a nuevos tratamientos en los que se buscaría la forma de devolver a esas neuronas la capacidad de producir dopamina.
Es lógico empezar la investigación con ratones, pero pronto planean llevar a cabo ensayos clínicos con humanos. “Los ratones son un modelo que nos viene muy bien, porque son pequeños, se manejan muy bien, son muy fáciles de criar, su ciclo vital es super rápido… Además, con el tiempo se ha visto que nos permiten estudiar multitud de enfermedades”. Por eso, González Rodríguez nos cuenta que primero se prueba el ratón y ya más adelante si el ensayo en concreto requiere otro tipo de experimentos, se puede hacer en monos u otro tipo de modelo animal. “Esto tiene una legislación muy estricta, como debe ser, en la que incluso se deben tener en cuenta el número de ratones que se usan, para no utilizar más de la cuenta”.
De este modo, han desarrollado ese modelo parkinsoniano que ha propiciado descubrimientos tan interesantes. Y, gracias a ellos, ya se pueden plantear ensayos clínicos en humanos. Estos serán muy importantes, pues a día de hoy el único tratamiento útil que existe para el párkinson es la levodopa. Y, desgraciadamente, este fármaco con el tiempo genera efectos secundarios muy grandes. “La levodopa es muy efectiva, pero con el tiempo va generando ciertos efectos secundarios, tipo disquinesia, en los que se dan en los pacientes unos movimientos muy anormales”. Además, a medida que la enfermedad avanza se necesita una dosis mayor, de modo que estos efectos son cada vez peores.
Para intentar reducir esa dosis, estos científicos plantean el uso de una terapia génica dirigida a la sustancia negra, donde se ha visto gracias al ratón parkinsoniano que se da esa pérdida de función de las neuronas dopaminérgicas. “La terapia consiste en inyectar en la sustancia negra de pacientes de párkinson un gen cuya función es convertir la levodopa en dopamina”. De este modo, se aumenta la cantidad de dopamina, con una dosis menor de levodopa. Todo esto se hace en la sustancia negra, porque es la zona en la que han visto que las neuronas tardan más en cambiar su función. Así, se gana más tiempo de reacción. Además, es una región pequeña, por lo que se puede controlar con más facilidad.
Estos ensayos clínicos se llevarán a cabo en colaboración con Michael Kaplitt, de la Universidad de Nueva York. Pero entonces, ¿significa eso que todo este procedimiento se ha realizado fuera de España? Llega el momento de hablar de precariedad y financiación.
Financiación internacional
En realidad, los pilares de esta investigación se establecieron en España, concretamente en el Instituto de Biomedicina de la Universidad de Sevilla.
González Rodríguez se encontraba allí trabajando en el grupo de José López Barneo, otro de los autores del estudio, cuando comenzó la investigación para desarrollar el ratón parkinsoniano. Esto, según cuenta a este medio, se hizo con financiación pública, del Ministerio de Sanidad principalmente. También con proyectos europeos y una pequeñísima proporción de financiación privada.
Una vez finalizada esta primera parte, que tuvo lugar entre 2010 y 2015, la investigadora aplicó para formar parte de un laboratorio muy puntero en el área del estudio del párkinson de la Universidad Northwestern, en Chicago. No lo hizo en realidad por la precariedad, pues su situación en ese momento no era mala. Simplemente su amor a la ciencia y la necesidad de conocer todo lo posible sobre esta enfermedad la llevaron a hacer las maletas y seguir su investigación allí.
Cuando consiguió la plaza, se enviaron allí primero los ratones. Después viajó ella, para comenzar una nueva etapa que duraría seis años y que culminaría con este importante estudio que se acaba de publicar en Nature.
En ese tiempo ha aprendido mucho sobre el párkinson, pero también sobre la abismal diferencia que existe entre la gestión de la investigación en Estados Unidos y España. “Aquí en Estados Unidos, en el grupo en el que yo me encuentro, contamos con suficientes fondos, porque tenemos financiación pública por parte del gobierno, del NIH. Pero sobre todo muchísima financiación privada”, relata la investigadora. “Por ejemplo, Michael J. Fox, el actor de Regreso al Futuro, financia el grupo de una manera brutal y después contamos con muchos donadores privados”. A grandes rasgos, calcula que en su investigación la financiación es aproximadamente un 70% privada y un 30% pública. Algo muy diferente a lo que ocurre en España.
Pero eso no es todo. También es importante esa posibilidad de improvisar a la que se ponen tantas trabas dentro de las fronteras españolas.
“En mi caso, que estoy en un laboratorio que se puede llamar puntero, somos casi 40 personas, todos postdoc trabajando a full, y aun así tenemos dinero para hacer absolutamente lo que queramos, lo cual nos hace avanzar muy rápido. Si quieres hacer una secuenciación, por ejemplo. ¿Necesitas 6.000 euros para una secuenciación? Pues toma. No hacen falta tantos pasos burocráticos, como en España, donde tienes que detallar exactamente todo los que vas a hacer y no se puede salir de ahí. No da pie a hacer algo más que no se haya previsto y que es igualmente necesario, porque la ciencia es así”.
Patricia González Rodríguez, investigadora de la Universidad Northwestern
El problema de la precariedad
Según González Rodríguez, moverse entre laboratorios es importante. Pero no debe ser una obligación para poder tener una plaza en España con el paso del tiempo. “Está un poco intrínseco en la ciencia española que te tienes que mover de laboratorio o cambiar y hacer un postdoc en otro laboratorio del extranjero para luego conseguir una posición en España”, explica. “Eso es algo que yo ahora mismo veo menos necesario. Yo creo que los investigadores y la ciencia tienen que estar siempre moviéndose y aprendiendo. No obstante, tú te puedes mover dentro de España, de Europa, de Estados Unidos o donde quieras. La cosa es tener nexos con otros grupos. No creo que sea necesario ni mucho menos irte a un sitio concreto para luego volver y tener una plaza”.
En definitiva, es importante “moverse, conocer gente, hablar, compartir, distribuir tu investigación”. Pero sin que trabajar en el extranjero sea una obligación para salir de la precariedad.
Y lo peor es que a veces ni siquiera eso sirve. En el caso de esta investigadora, volverá a España en los próximos meses, aunque seguirá su investigación en contacto con su equipo de Estados Unidos. Ha conseguido una beca María Zambrano, dirigida a traer a España talento internacional, y con ella podrá volver a la Universidad de Sevilla, donde empezó todo. Sin embargo, no puede evitar sentir un poco de vértigo. “Tengo ganas de volver, por la familia, la cultura...Pero todavía no sé cómo será mi proceso de adaptación, porque es como empezar de nuevo y ver qué pasa, pues ya sabemos cómo es la precariedad de la ciencia española, cómo van los contratos, lo lento que es todo…”.
De hecho, pone como ejemplo el caso de muchos científicos que, después de tener su investigación en marcha, se quedan sin investigación. “He visto grupos que pierden toda su financiación y pierden los estudiantes, todo, y se encuentran ellos solos en el laboratorio sin nada de dinero y a lo mejor con una plaza. Es algo que indica que el sistema científico en España no está funcionando. No se trata solo de contratos precarios, que los hay, sino de que a veces cuando tienes un contrato encontrar la estabilidad y poder avanzar y progresar es muy complicado y hace que tu carrera científica se frene en seco”.
Y eso, en realidad, a menudo empuja a los investigadores españoles a otros países, con menos precariedad, en los que son muy bien recibidos. “En Estados Unidos tienen un concepto de nosotros buenísimo”, cuenta la científica. “A menudo buscan científicos españoles, porque tenemos una formación muy buena, muchas ganas de trabajar y mucha inquietud por las cosas y saben que a veces salimos de España por los problemas de financiación”.
Un trabajo de equipo para plantar cara al párkinson
En definitiva, esta investigación ha sido posible gracias a la inversión pública de dos países que, en mayor o menor medida, han valorado la importancia de encontrar las vías para plantar cara al párkinson. Y también a muchas personas, anónimas o no, que han decidido poner algo de sus ahorros a disposición de la ciencia de una forma totalmente desinteresada.
Pero, sobre todo, esto ha sido posible gracias a un gran equipo formado por científicos de la Universidad Northwestern de Chicago, el Weill Cornell Medical College de Nueva York y el Instituto de Biomedicina de la Universidad de Sevilla. Estos últimos han sido indispensables, pero sin la financiación no habrían podido llegar a donde lo han hecho. Los científicos, por mucha vocación y amor a la investigación que tengan, como Patricia González, son seres humanos, que merecen una retribución y una estabilidad por la gran labor que llevan a cabo. Porque sin ellos no hay ciencia. Y sin ciencia ya tenemos sobradamente comprobado que no hay futuro.