Cuando se trata de entretenimiento, lo normal es pensar que se trata de goce y diversión. Si esa idea se lleva al plano televisivo o alguna de las artes visuales, puede que la reflexión no sea otra palabra que se asocie con ella. Como si fueran agua y aceite, aunque en realidad su relación sea mucho más cercana. Es lo que ocurre con Narcos: México, temporada 3, la serie de Netflix desarrollada por Carlo Bernard y Doug Miro, una producción potente de forma global, luego de sus tres temporadas.
Puede que este tipo de producciones despierten la curiosidad del espectador a partir del morbo, de conocer parte de la historia de las figuras más importantes del narcotráfico en América Latina. Tiene sentido porque son figuras poderosas, que de una u otra forma llegan a los oídos de los televidentes. Sin embargo, cuando la mirada se desplaza de esos intereses, se puede descubrir el fondo de la serie: dejar registro del drama que ha atravesado a una región, marcando a fuego su historia.
Con base en esa premisa, Narcos: México sigue en el rollo de las dos temporadas anteriores: mostrar las distintas capas de un negocio complejo, desde los intereses de los participantes hasta el drama de las víctimas colaterales, pasando por la influencia política y toda la tensión de este tipo de producciones. En particular, durante la tercera temporada hay dos bases que sostienen la mayor parte del relato: el valor de la prensa y la libertad de expresión, así como los daños derivados de todo cuanto ocurre.
El tono documental de Narcos: México
Al no tener tanto espacio como las secuencias de acción u otros dramas, puede que se diluya. Pero esos aspectos mencionados no tendrían sentido si no tuviera una base documental, real. Entonces, cuando Narcos: México mete de cabeza al espectador en un mundo lleno de contradicciones, de lujos y miserias, cada cierto tiempo se encarga de recordarle a quien mira que eso pasó y tuvo consecuencias.
Entre las escenas, Narcos: México explora uno de los dramas más importantes de la historia contemporánea de ese país y de la región. Aunque la serie esté focalizada en una sola nación, no deja de resonar con cuanto ocurre en otras partes. Entonces, de forma progresiva, deja de ser un producto de entretenimiento para convertirse en un documento valioso para la memoria colectiva.
Puede que no haya mucha relación, pero tampoco parece casualidad lo siguiente. La tercera temporada de Narcos: México se estrenó el pasado 5 de noviembre de 2021, el mismo día en el que también se activó en la plataforma Una película de policías (Alonso Ruizpalacios, 2021). Esa producción, sin relación directa con la serie, muestra otra cara del conflicto, aunque desde una perspectiva más reciente: la tensión implícita de la sociedad y los cuerpos de seguridad.
A su manera, quizá sin quererlo, Netflix tiene en esas producciones un tono bastante más crítico al que se le suele atribuir. En ambos casos, durante varios minutos, cuanto ocurre se cuenta desde la mirada de las víctimas, de aquellas personas que tienen poco o nada que ver con el trama inicial. Esto es un acierto porque se exponen rostros que a veces parecen olvidados.
Las fortalezas de la tercera temporada
En esta temporada de Narcos: México varias de las historias alternas destacan más que las de los narcotraficantes. Sin Michael Peña y Diego Luna cargando el relato, la serie pierde parte de fuerza en ese sentido. A su manera, parte de esa responsabilidad la asumen Luis Gerardo Méndez, interpretando al policía Víctor Tapia, y Luisa Rubino, quien hace de Andrea Núñez, una periodista. Sus historias, sin copar toda la serie, sirven de contrapeso a las explosiones y el sonido de la máquina registradora.
La historia de Tapia deriva en diversas reflexiones sobre el machismo y la violencia de género en México. Su personaje, en ocasiones, recuerda la historia de Mario Conde en Cuatro estaciones en La Habana (también de Netflix). Desde sus búsquedas hasta sus miedos e intereses. Por otro lado, Núñez arroja luz sobre los riesgos que implica ser periodista en México. El tiempo en el que se trata la serie de Netflix parece lejano al actual, pero parte de esa realidad sigue latiendo.
Ellos, acompañados por imágenes de archivo, un guion efectivo y una puesta en escena de alto nivel, son parte de un relato que puede servir para despertar la curiosidad. Esto no es un detalle menor porque el objetivo de series como Narcos: México no es contar La Verdad o exponer más allá de lo que se conoce. Su meta es un poco más sencilla y a la vez compleja: que quien observe comprenda un poco mejor la historia de una región y se interese en seguir conociendo sobre ella.